El pueblo. T4

 

“Esto es surrealista”, le hacen decir los guionistas de El pueblo a varios de sus personajes a lo largo de su cuarta y última temporada. Es una forma de remarcar dentro de la trama uno de los grandes alicientes de la serie, su humor absurdo, su punto satírico y su capacidad de ir más y más lejos en sus enredos. Este puro delirio costumbrista de Alberto y Laura Caballero llega a su fin en plena forma y con la misma voluntad de hacer reír abordando temas de actualidad desde la política hasta el feminismo, pasando por el contraste entre el mundo rural y el urbano, las identidades y orientaciones sexuales no normativas o la convivencia intergeneracional, que es un aspecto no menor de esta serie.

Lo único malo que puedo decir de la cuarta tanda de episodios de la serie es que al parecer será la última, lo que me apena, y que sólo tiene ocho capítulos. Todo lo demás sigue la línea surrealista y maravillosa de las temporadas anteriores. Es fascinante la imaginación desbordada de los guionistas de El pueblo, capaces una temporada tras otra de volver a idear situaciones de lo más hilarantes que devuelvan la acción a Peñafría, ese pueblo ficticio de Soria que es el escenario de la serie, donde conviven lugareños de toda la vida con urbanistas que por distintas razones han terminado viviendo allí.

Me gusta mucho también como la serie consigue hacer reír a carcajadas planteando situaciones y temas de plena actualidad y que, en otros contextos, provocan debates sesudos y hasta discusiones acaloradas. Por ejemplo, el feminismo, las personas no binarias, el veganismo o tantos otros asuntos de actualidad que pocas veces se abordan en la pantalla de un modo tan libérrimo, riéndose aquí y allí, sin juzgar a nada ni nadie, sólo poniendo sobre la mesa todos esos temas y sin que entre los personajes haya seres de luz y otros malvados. Nada que ver. Todos los personajes, un poco perdidos, son entrañables y divertidos y a su manera, hasta los más miserables en apariencia.

El pueblo es además una serie coral, posiblemente, su principal fortaleza, porque permite abordar una gran pluralidad de tramas. En esta temporada van desde una trama de narcotráfico a un disparatado proyecto de película, pasando por un matrimonio improbable, un embarazado con tintes surrealistas, un proyecto de estudio de la vida de los caracoles (ese animal sin carisma), una campaña electoral, un crowdfunding para pagarse un viaje en crucero, una empresa de carne vegana… En fin, todo eso y más cabe en una serie que también se apoya en un reparto que claramente parece divertirse tanto o más que los espectadores con su trabajo. Es muy impactante ver el trabajo, fantástico como siempre, de Laura Gómez-Lacueva, que falleció el pasado mes de marzo.

Con ese aire costumbrista a lo Ibáñez, con ese humor tan español, la serie se despide con la misma chispa que en su primera temporada. También es digno de elogio el buen oído que muestran los creadores de esta serie, porque otro de sus grandes aciertos es cómo muestran las distintas jergas, las distintas formas de hablar, de los personajes, tanto de los de pueblo como de los personajes espirituales y hippies o los de los más jóvenes, con esas expresiones que a duras penas entiende alguien que tenga más de 30 años. Un poco como cuenta el escritor francés Didier Eribon de su madre, cuando decía que ambos hablaban el mismo idioma, sin hablar del todo el mismo idioma, porque ella con su trabajo le permitió a él tener acceso a una educación y a unas vivencias de las que su madre careció. Un contraste muy real, llevado al extremo, como todo, como siempre, que da mucho juego en esta serie muy entretenida que de algún modo sirve de espejo de este país, a su manera, también surrealista y entretenido.

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