El crítico

 

Posiblemente no hay debate más recurrente dentro de la crítica cinematográfica que el que se pregunta por la utilidad y la influencia actual de la propia crítica cinematográfica. Del mismo modo que si un grupo de periodistas se junta durante el suficiente tiempo, antes o después, terminarán hablando del futuro del periodismo, de un tiempo a esta parte es inevitable que la propia crítica cuestione su propio papel en la era de las redes sociales, los podcast y tantos otros canales alternativos y no tradicionales por los que hoy en día se informa la gente. ¿Valora hoy más el público la opinión de un crítico cinematográfico de un gran medio que el de un tuitero o su amigo tiktoker? ¿Debería hacerlo? ¿Todas las opiniones son iguales? ¿Quién determina cuál vale más que otra? Es un debate apasionante porque, si se aborda con honestidad, termina hablando también de un cierto elitismo, de quién está autorizado para opinar de algo y por qué, de cómo los medios tradicionales se adaptan a los nuevos tiempos, o no lo hacen en absoluto, o de cómo viven esta democratización de la crítica quienes estaban acostumbrados a llevar la voz cantante y a ser vistos como referentes únicos e indiscutidos, pero también del riesgo de igualar las opiniones de todo el mundo, cuando naturalmente todas son respetables, pero no todas están igual de formadas o razonadas. Un debate, en fin, sobre la propia utilidad de la crítica. 

Quizá nadie representa mejor que Carlos Boyero la inmensa influencia que durante mucho tiempo ha tenido la crítica. El documental El crítico, de Juan Zavala y Javier Morales Pérez, que se estrenó en la pasada edición del Festival de Cine de San Sebastián, busca retratar al influyente y polémico crítico de El País gracias a declaraciones del propio Boyero, pero también de compañeros de profesión, cineastas e intérpretes. El documental incluye opiniones de todo tipo, incluidas algunas muy críticas con Boyero, aunque creo que el balance es más que positivo, más bien amable con Boyero. En todo caso, es un documental muy interesante y muy bien construido, por la diversidad de voces que incluye y porque no sólo habla de su personaje protagonista, sino en cierta forma también de la crítica en general y de su evolución en los últimos años. 

Se refleja muy bien, por ejemplo, la brecha generacional en la crítica especializada, que es la brecha en cualquier campo del periodismo. El documental comienza con Boyero llegando al Hotel Londres, uno de los mejores de San Sebastián, para acudir al festival de cine de la ciudad. La mayoría de los críticos jóvenes no saben lo que son las dietas pagadas por sus medios, muchos son freelances y se buscan la vida cómo pueden para cubrir festivales. Ese contraste entre hoteles de lujo y apartamentos alquilados entre cinco o seis, entre restaurantes de alta cocina y sándwiches o hamburguesas baratas, es brutal. No es culpa de Boyero, naturalmente, pero sí es revelador de cómo ha evolucionado el mundo de la crítica y del periodismo en los últimos años y también de cómo eso influye en muchos aspectos en la mirada diferente de los críticos, pocos ya, de la vieja escuela, y de los que de hoy en día, en una situación mucho más precaria. 

En el documental se habla de una doble personalidad de Boyero: la pública, el crítico deslenguado que atiza con ganas a las películas que no le gustan, de un lado, y del otro lado, el amigo cariñoso y entrañable que disfruta compartiendo comidas con las familias de sus amigos. Se centra más en la primera de ellas, pero también da pinceladas de su vida. El propio Boyero cuenta que cree en la bondad gracias a su madre, relata la mala relación con su padre y también lo traumático que fue para él el tiempo que pasó en un internado católico. No esquiva tampoco su conflictiva relación con el alcohol y las drogas. 

Es interesante escuchar a directores como Álex de la Iglesia (que dice que cuando Boyero te pone a parir ya eres director y que prefiere un ataque furibundo de Boyero que un elogio de alguien mediocre), Icíar Bollaín (que destaca lo amable que es Boyero en lo personal y, por lo general, las malas críticas que ha recibido de él) o Nacho Vigalondo (que aporta reflexiones siempre muy interesantes y originales). Algo queda claro: las críticas de Boyero han sido muy influyentes, hasta el punto de que una mala crítica suya podía significar una reducción de las copias exhibidas de una película o incluso que un filme internacional proyectado en un festival no se estrenara en España. Es más, Boyero cuenta que lo despidieron de La Guía del Ocio, otrora muy influyente publicación, porque las distribuidoras dejaron de poner publicidad en la revista por sus críticas feroces. 

Por lo general, la mayoría de los cineastas o intérpretes que hablan en el documental reconocen que leen y aprecian las críticas de Boyero, sobre todo, claro, cuando esos ataques suyos se dirigen a otros compañeros y no a ellos. Más críticas recibe Boyero de compañeros de profesión. De él se dice, por ejemplo, que no tiene una mirada abierta a otras cinematografías, que es más bien clásico en su gusto, que muestra ciertas actitudes machistas o que no hace en realidad crítica, porque nunca explica por qué le gusta o no le gusta algo. Eso sí, otros compañeros también reconocen que tiene un estilo propio, que es buen escritor y que se le entiende lo que escribe, algo que no siempre sucede con las críticas. Todos coinciden en que sus críticas se basan más en la emoción que le provocan que en cuestiones más narrativas o puramente cinematográficas, lo cual el propio Boyero reconocería sin problema, porque es evidente que es cierto. 

Boyero, que acudió por primera vez al festival de San Sebastián  en 1982 y que se declara enamorado de la ciudad, despotrica de éste y de todos los demás festivales. Habla con claridad y dureza de filmes aburridos, de propuestas sesudas alabadas por la crítica que a él le aburren. Niega que haya construido un personaje, dice que en todo caso es un personaje. No se le puede negar la autenticidad. El documental muestra algunas de sus más agrias polémicas. Por supuesto, su célebre animadversión con Almodóvar, pero también una carta a El País en la que varios directores criticaron a Boyero por haberse salido a mitad de una película en un festival. Se recuerda igualmente lo polémicos y provocadores que fueron los chats con los lectores en los que hablaba de lo humano y lo divino. 

Me gusta mucho la reflexión de Ortega que cita María Guerra en el documental: la crítica no puede quedarse en un simple juicio, tiene que completar la película. Posiblemente así es como debamos entender la crítica, debe aportar algo al lector. A mí, desde luego, me sirve. Leo mucha crítica y la valoro. No para dejar de ver una película que tenga pensado ver, pero quizá sí para darle una oportunidad a alguna que se me haya escapado o, desde luego, para ver otras opiniones sobre las películas que he visto, para enriquecer la experiencia. Agradezco encontrarme en las críticas referencias, antecedentes o aspectos que desconozco. Lo bueno del cine, de la cultura en general, es que una misma película puede significar algo completamente distinto para dos personas. Es estupendo que el cine genere debate y es muy enriquecedor poder leer críticas distintas, abrir la mente. 

A Boyero lo leo casi siempre, aunque no coincida casi nunca con él, y eso dice mucho del papel que ha desempeñado y todavía desempeña. El mundo ha cambiado, también el de la crítica y el del cine, y el propio Boyero ha reconocido en más de una ocasión que el cine y el mundo moderno no son para él. A veces, como en su última crítica de Barbie, por ejemplo, él mismo es capaz de reconocer que la película no se dirige a él, que él no la entiende ni empatiza con ella, pero que eso no tiene por qué significar que no sea una buena película para otras personas. En el fondo, Boyero es muy irónico y naturalmente no se cree, o no se lo cree más que todos los demás, eso que ha dicho más de una vez, que en el cine busca calidad y que la calidad, por supuesto, es aquello que le gusta. Él hace críticas de las que Woody Allen dice que le gustan, las que son sencillas, las que no están demasiado intelectualizadas ni rebuscadas. Reacciones simples y claras que conectan con el público, que percibe autenticidad en ellas. Con sus virtudes y sus defectos, con la certeza de que él y este tiempo se llevan regular y que no lo termina de entender, algo tendrá Boyero cuando seguimos buscando sus críticas. Es el suyo un personaje muy cinematográfico en realidad y El crítico, que puede verse en HBO Max, lo capta muy bien. 

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