Fauda

 

En la segunda temporada de Fauda, la serie sobre el conflicto palestino-israelí que puede verse en Netflix, se escucha: “a veces es así. El mundo es una mierda”. En la tercera, un personaje dice "la gente como nosotros no tiene perdón". Y en la cuarta, la última hasta ahora, un protagonista le dice a otro "sé distinguir entre la vida y este trabajo de mierda". Esas frases resumen bien el tono de la serie, que es israelí y está ambientada en un cuerpo antiterrorista de élite que se toma licencias, digamos, poco decorosas en su lucha contra los grupos palestinos violentos, pero que no es, ni por asomo, una defensa cerrada del ejército israelí. Para nada. Se ven los excesos de ambos lados. En la serie hay muy pocos buenos, en ambos lados, gente inocente de verdad envuelta en la locura de otros, y luego muchos, muchos grises. Es una serie sin maniqueísmos. 


Las series sobre luchas contra el terrorismo han evolucionado estos últimos años desde 24, que era una serie adictiva y muy bien hecha, sí, pero que también justificaba de algún modo que cualquier medio servía para el fin de combatir a los malos, hasta Homeland, que nos deja claro que el mundo es infinitamente más complejo y que entre los buenos también hay excesos e irregularidades de toda clase.  Fauda opta abiertamente desde el principio por este segundo tono mucho más maduro, sombrío y lúcido. Por supuesto que muestra el punto de vista israelí en este conflicto eterno, pero no deja de enseñar tampoco el desgarro de la población palestina

La serie, creada por Lior Raz (quien también interpreta al protagonista) y por Avi Issacharoff ofrece una aproximación honesta y nada complaciente, nada cómoda para nadie, del conflicto palestino-israelí. Se muestran bien los odios tan destructivos y tan asentados en esa tierra, el clima irrespirable, el fanatismo, la exaltación del nacionalismo y los instintos más bajos del ser humano. La serie es oscura, dura, porque no se queda en los despachos o en los grandes discursos de unos y otros, no, muestra las consecuencias en la vida diaria de gente corriente de esta guerra interminable. 

No hay tono propagandístico por ningún lado en la serie, que si por algo destaca es precisamente por la profundidad que le dan a los personajes de los terroristas. No son clichés, no son tipos malvados que quieren matar porque tienen sed de sangre. No nos presenta, de un lado, a unos intachables y perfectos israelíes decididos a defender el orden cumpliendo la ley y sin excederse en ningún caso y, del otro lado, a unos peligrosos criminales. Nada de eso. Es una serie de antihéroes. Los planes no les salen siempre bien a los protagonistas y tantos planos se da al grupo israelí como a los palestinos. Además, respetando los idiomas de ambos lados. 

Por supuesto la serie no es perfecta. A veces, sobre todo en las primeras temporadas, cae demasiado e el arquetipo del agente torturado que lo quiere dejar pero se ve obligado a volver una y otra vez por algo excepcional que ocurre y hace que se necesiten sus servicios. Un agente agresivo que lleva la contraria por defecto y que cae más bien mal. Pero, de nuevo, los matices. También es un padre que se preocupa por sus hijos y siente una lealtad absoluta por sus compañeros. Cómo se muestra esa camaradería es uno de los grandes aciertos de la serie, que también refleja las distintas vertientes en Palestina y el espanto de cómo el fanatismo y los extremismos lo terminan invadiendo todo. 

Cada una de las cuatro temporadas tiene más aciertos que errores y todas ellas muestran realidades como la de los colonos, por ejemplo. También se muestra el impacto del trabajo en la vida privada de los agentes, y su creciente desafección por lo que hacen. La primera temporada es realmente buena. En la tercera sacan partido a la clásica historia del agente infiltrado que inevitablemente desarrolla sentimientos hacia las personas a las que debe vigilar. En la cuarta, la única que sale de las fronteras de Israel y Palestina, muestra el contraste de las prácticas de la unidad israelí contra el terrorismo y las leyes de una democracia europea (Bélgica), aunque quizá el personaje más rico de esta última tanda de episodios sea la de una agente de la policía israelí que es palestina y tiene un hermano en un grupo armado. Porque si algo queda claro en la serie es que esas fronteras rígidas, esa separación total entre palestinos e israelíes que hay quien pretende plantear no es real, hay mezcla, conviven a diario. Por eso es tan perentorio que se entiendan, por eso es tan dramático que no lo consigan. La serie podría tener una quinta temporada y  sería bienvenida porque parecen seguir teniendo historias que contar y, sobre todo, tristemente, la realidad sigue poniendo de actualidad el conflicto palestino-israelí que de un modo tan crudo retrata Fauda. 

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