Homeland 8

AXN emitió hace unos días en España el último capítulo de la temporada final de Homeland. No va más. Con Homeland, que es la adaptación estadounidense a cargo de Howard Gordon y Alex Gansa de la serie israelí Hatifum, se va una serie extraordinaria, que supo reinventarse para seguir siéndolo con el paso del tiempo. Ha sido una serie que siempre ha tenido algo que contar, que nos hablaba del presente, de lo que estamos viviendo, que nos situaba ante el espejo. Su comienzo fue soberbio. Las dos primeras temporadas de la serie lograban crear una intriga impresionante en el espectador, gracias a una trama hipnótica en la que Carrie Mathison (Claire Danes), agente de la CIA, sospecha del agente esadounidense Nicholas Brody (Damian Lewis), quien vuelve a casa tras ser prisionero de Al Qaeda.



El nivel de tensión alcanzado por Homeland en sus comienzos  está al alcance de muy pocas series. Rozaba la perfección. Fue extraordinaria entonces la serie, pero también lo fue cuando supo recuperarse del bache narrativo en el que cayó en la tercera temporada, cuando logró recuperar un nivel sensacional en las tandas sucesivas, sobre todo, a partir de la quinta, que transcurre en Berlín y donde, por cierto, escuché por primera vez el término "nueva normalidad", en ese caso, referido a la constante amenaza terrorista. 

Homeland, pues, fue extraordinaria al comienzo, lo fue en su renacer y lo ha sido en su despedida con una más que notable octava y última temporada, que por momentos ha llegado a ofrecer la misma calidad y la misma tensión de los inicios de la serie. Se va Homeland fiel a sí misma, con su forma madura, cruda y honesta de acercarse a la geopolítica y a la lucha contra el terrorismo, alejado de un discurso maniqueo de buenos y malos, con la traición y los claroscuros siempre presentes. Ha sido una despedida muy fiel a la grandeza de esta serie, sin duda, una de las mejores de los últimos años. Es difícil cerrar una historia tan grande de un modo coherente con el tono de la serie, con su filosofía, y lo ha conseguido con creces. Es más, queda la sensación de que la historia podría continuar perfectamente, y eso es lo mejor que se puede decir del final de una serie que suma ocho temporadas. Se va en alto, con la impresión de que la historia podría seguir más allá. 

Desde que Homeland se estrenó en 2011 hasta su despedida hemos vivido la llamada edad de oro de las series, también conocida como burbuja, en la que había una mejor serie de la historia cada quince minutos, y en la que la serie de moda hoy caía en el olvido mañana, porque había que seguir devorando compulsivamente nuevas producciones. Pero, entre medias, y salvado ese momento de indecisión en el que parecía que la serie no sabía por dónde continuar, tras reinventarse para seguir siendo ella misma, Homeland ha seguido ofreciendo todos estos años una visión lúcida y trepidante de la geopolítica, dialogando con el presente, planteando tramas siempre pertinentes y siempre de actualidad (los excesos de la CIA, la guerra siria, las fake news, la intromisión de Rusia en las democracias occidentales para desestabilizarlas...). Como resultado deja un reflejo realista de nuestro desquiciado y complejo tiempo, en el que nada es sencillo, en la que todo está envuelto en medias verdades. 

Comienza esta octava temporada con Carrie aún recuperándose de su traumática experiencia en Rusia tras el final de la séptima temporada, que mostraba una trama con ecos de realidad, ya que por entonces se investigaba en Estados Unidos la actuación de Rusia para condicionar las elecciones presidenciales que ganó Trump. En esta octava temporada de la serie, Estados Unidos se dispone a firmar un plan de paz con el gobierno afgano, que encontrará no pocas resistencias. Saul Berenson (Mandy Patinkin) necesitará a Carrie sobre el terreno, lo que desencadenará la trama final de la serie, en la que se entremezcla lo personal con lo profesional, en la que las traiciones y los dilemas éticos están siempre a la vuelta de la esquina, en la que no hay opción buena, sólo las haya malas y muy malas. Esta octava temporada, que cuenta con 12 capítulos, va ganando en interés e intensidad, hasta dos capítulos finales (esto también es marca de la casa, terminar muy arriba) trepidantes, que llevan al espectador a contener la respiración, como en sus mejores tiempos. 

Ha sido, en fin, una despedida a la altura de la grandeza de esta producción. Si a alguna serie ha estado plenamente justificado mantenerse fiel hasta el final ésa ha sido Homeland. Termina y es lógico, bien está, nada es para siempre, pero la echaremos mucho de menos

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