El sueño de Toledo

 

Todo apabulla en El sueño de Toledo, el espectáculo estrella del Puy du Fou España en Toledo. Me imagino una reunión preparatoria de los responsables del parque acordando qué debía incluirse en la función, cómo se podía sorprender más al público. Me imagino a alguien diciendo "más caballos", "una nao con Colón saliendo del agua", "más juegos de luces con video mapping y drones", "fuego", "agua". En fin. Un festival. Es impresionante lo que se ve en escena. Es un espectáculo construido para mantener en el asombro permanente al espectador a lo largo de sus 80 minutos de duración en los que se concentra buena parte de la historia de España desde los reyes godos hasta la Guerra Civil. Lo consigue con creces. 
Todo apabulla, sí, ya desde que se accede al recinto de la función, con aforo para 6.000 asistentes. Las cifras son mareantes: un escenario de más de cinco hectáreas y 3.900 metros cuadrados de decorado, 200 actores, jinetes y acróbatas, 2.000 personajes en escena, 1.700 trajes de época, 800 proyectores de luz, 45 kilómetros de cableado, 28 videproyectores, 22 drones... Una auténtica locura. Es el espectáculo más grande de cuantos se celebran en España. Es imposible no salir de la función aún boquiabierto por lo que se acaba de ver. 

Hace más de 40 años que se abrió en Francia el Puy du Fou, un parque temático dedicado a la historia del país vecino. En 2019, tras largas negociaciones con las autoridades locales y autonómicas, la empresa de aquel parque, el segundo más visitado de Francia sólo por detrás de Eurodisney con más de dos millones de visitantes al año, decidió abrir una extensión en Toledo. No faltan precisamente alicientes para visitar la ciudad imperial, pero Puy du Fou España nació justo antes de la pandemia con la vocación de añadir uno más a la lista. La grandiosidad del terreno, el cuidado de las distintas partes del parque y, claro, la espectacularidad de El sueño de Toledo explican el éxito de público. Es una visita que merece mucho la pena. 

La historia es siempre material sensible por la utilización que suele hacerse de ella, pero sin caer en la glorificación absurda de unos ni en el revisionismo histórico de otros, la historia es fascinante y no podemos renunciar a ella. Por eso es audaz crear un parque así. Naturalmente que puede haber críticas al enfoque de la historia que se da en el parque. En Francia, por ejemplo, se ha cuestionado la proximidad a posturas nacionalistas del creador del parque. Creo que las ventajas superan los posibles inconvenientes de este tipo de creaciones. Los historiadores podrán decir, y tendrán razón, que en la presentación que se hace de la historia en Puy du Fou faltan matices, pero el objetivo de este tipo de parques y espectáculos es entretener tomando como base la historia de un país. Y creo que en el caso de España se consigue claramente. 

No hay tiempo de profundizar en los episodios históricos en El sueño de Toledo. Apenas hay diálogo ni trama, los personajes sólo son esbozados. Se prioriza el ritmo trepidante del espectáculo y la concentración de distintos periodos de la historia del país. El resultado, ya digo, es muy sorprendente por la iluminación, la música, la apabullante puesta en escena con decenas de personas siempre en el escenario, los constantes cambios de decorado (gracias a la iluminación) y de vestuario... Formalmente, el espectáculo no tiene pega alguna. Es perfecto. Desde un punto de vista del fondo, ya digo, quien busque un tratado serio sobre la historia de España no estará buscando en el lugar adecuado, pero creo que los distintos episodios históricos se cuentan razonablemente bien. Lo ideal es que al salir del espectáculo el público salga con ganas de leer e informarse más sobre éste o aquel personaje, sobre ésta o aquella escena representada en la función. 

Me gusta especialmente, por ejemplo, cómo se muestra la herencia musulmana, muy presente todavía en nuestros días en Toledo y, sin ir más lejos, en nuestro idioma, con multitud de palabras procedentes del árabe. O el pasaje dedicado al Siglo de Oro, que es realmente fascinante y está muy logrado. O la modernidad de los felices años 20 al ritmo de charlestón que es interrumpida de golpe por la maldita guerra civil, donde no se detalla que fue el bando franquista el que se rebeló contra el gobierno legítimo de la República, y donde se opta por una presentación más plana de la contienda, destacando el horror de que los hermanos se enfrentaran y mataran entre sí. Luego se hace una alusión a la reconciliación y un guiño a las distintas regiones que hoy componen España. No está mal resuelto, en absoluto, esa aproximación al presente, que siempre es lo más delicado cuando se habla de ficción histórica y que parecía el mayor reto de un espectáculo de este tipo. El sueño de Toledo, en fin, busca epatar al público y lo consigue cada segundo de los 80 minutos de función que pasan volando. 

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