Montero, Millás y Silva, un terceto literario de Champions

 


Nuria Azancot, redactora jefe de El Cultural, empezó el pasado martes el encuentro con Rosa Montero, Juan José Millás y Lorenzo Silva en el Círculo de Bellas Artes de Madrid agradeciendo la asistencia del público que llenó la sala, especialmente, dado que ese día había un partido de fútbol, uno de esos partidos del siglo que se juegan cada semana más o menos. Fue un auténtico terceto literario de Champions, un festín para quienes pudimos disfrutar de las reflexiones sobre la literatura, el humor y el ingenioso intercambio de opiniones. Se abordaron muchos temas, el tiempo pasó volando y fue un auténtico placer poder escucharlos. 

Uno de los temas que no se trataron, o sólo de pasada, fue el clásico debate de la separación entre el auto y la obra. Yo soy muy partidario de esa separación, porque creo que una novela extraordinaria escrita por un ser despreciable seguirá siendo una novela extraordinaria, así que tengo poco debate al respecto. La literatura se defiende por sí misma. Es decir, no confundo al autor con la obra, pero qué delicia es comprobar que tres autores admirados con obras que he disfrutado mucho, cada uno en su estilo, son además unos excelentes conversadores, abiertos al diálogo y al juego planteado con acierto por Azancot en cada pregunta

Entre otros asuntos, se habló de la valoración que tiene el género negro en España. Montero y Millás dijeron que, en general, creen que es un género muy valorado y muy leído en España. Silva discrepó y afirmó que suele tener mala prensa, como si fuera literatura menor, y contó su propia experiencia personal y lo mucho que le costó que le publicaran la primera novela de la saga del guardia civil Bevilacqua, que luego ha resultado muy exitosa. Millás dijo que vamos muy por modas y que en la época en la que él empezó a escribir la literatura experimentalista era la que se llevaba. Contó, siempre divertido, lo que peor que se podía decir entonces de una novela es que era plana y costumbrista y que a él le disgustó mucho cuando, al terminar su primera novela, comprobó que se entendía perfectamente y que, horror, había un argumento claro. Luego, una calurosa tarde de junio viendo un programa de María Teresa Campos en la tele, asistió a la muerte del experimentalismo. 

Los tres autores debatieron también sobre el concepto de alta y baja literatura. Montero afirmó que no cree en los géneros y celebró que España sea de los países más fluidos, en los que menos se tiene en cuenta esa distinción. Silva lanzó al aire preguntas de qué se supone que es la alta literatura, mientras que Millás contó que, por supuesto, hay buenas y malas novelas, pero que a veces hay novelas que tardan cinco años en ser buenas, es decir, en ser valoradas y reconocidas. 

Sobre la moda de la autoficción, Silva y Montero mostraron cierto recelo, mientras que Millás defendió que lo importante era la calidad de lo escrito. En esta parte del debate compartió Montero una de las frases de la tarde, cuando dijo que "leer es más íntimo que hacer el amor porque entras en la cabeza de otra persona". También dijo que creía que el exceso de autoficción denota cierta falta de pulso imaginativo, lo que remató Silva contando una experiencia en la que le tocó leer novelas de autores jóvenes en las que abundaba el relato puro del Erasmus de los autores, sin un ápice de ficción. 

Otro de los pasajes más divertidos y jugosos de la charla fue el relativo a la venganza. La moderadora preguntó si se escribía de algún modo por venganza contra la vida, contra el mundo, contra alguien. Montero dijo que si se escribe contra alguien, sólo por venganza, saldrá un libro pésimo, mientras que Millás dijo que él escribía precisamente por eso, por cabreo, por venganza. Luego los dos, grandes conversadores, cedieron un poco. Millás se acordó de algo que le dijo su fisio budista, que le contó que las cosas no deben hacerse con una intención predefinida, mientras que Montero reconoció que la venganza contra la muerte, contra lo que no entendemos del mundo, siempre está presente. Dijo que nadie es feliz del todo. Millás contó que él sí conocía a gente muy feliz, pero que no escribía, porque "desde el bienestar puedes escribir el código civil, no Crimen y castigo".

Preguntados sobre si han vivido más en los libros o en eso que llamamos la vida real, Montero respondió que escribir es lo más parecido al amor pasión que ha encontrado y es lógico, porque el amor pasión es lo mismo que inventarse una novela, estar en vísperas de un prodigio y sensación de ser inmortal. Silva dijo que ha vivido mucho en ambos mundos y, en parte, algunas de las vivencias más intensas en la realidad las pudo experimentar precisamente porque buscaba documentarse para sus obras. Millás, por su parte, reconoció que en la vida real ha pasado poco tiempo, y puso un ejemplo delirante y genial de alguien que va en el metro fantaseando con la muerte de su jefe, cada vez más real en tu cabeza, hasta que llegas a tu parada, bajas del metro y ahí está, en efecto, tu jefe. 

Antes de las preguntas del público, Azancot preguntó a los autores si los novelistas tienen algo de canarios en la mina, si tienen capacidad de anticipar lo que está por venir. Todos coincidieron en señalar que sí. Silva, por ejemplo, recordó a José Luis Sampedro y sus novelas sobre Irak y los riesgos de la globalización, vapuleados por la crítica entonces, pero según Silva, realmente premonitorias. Entre las preguntas finales, una de una mujer de Chile que preguntó por la posibilidad del arte como esperanza ante la situación de aquel país, donde la extrema derecha tendrá mayoría en la comisión que redacte la nueva Constitución. Montero respondió recordando una foto de la época de los grandes bombardeos nazis en una ciudad devastada en la que un grupo de hombres aparecen en lo que queda de una biblioteca. Dice la autora que puede parecer de un primer vistazo que esas personas están buscando ahí evadirse, pero más bien ella cree que están allí luchando, armándose para resistir, para comprender que hubo tiempos mejores, que el ser humano es capaz de ser mejor de lo que esa espantosa guerra y el horror nazi mostraban. 

El encuentro de los martes de El Cultural, en fin, fue maravilloso. Al salir, el tráfico, el fútbol y demás seguían ahí, pero a quienes habíamos tenido la suerte de escuchar esa charla todo aquello nos dio lo mismo, más aún que de costumbre

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