El club del odio

 

Más que criaturas extrañas, monstruos o fenómenos paranormales, el auténtico terror procede de realidades cercanas. Una de esas temibles realidades bien reconocibles, la de la extrema derecha y el supremacismo blanco, es el motor de la estremecedora Soft & Quiet (traducida en España como El club del odio). La película de Beth de Araújo, que se puede ver desde hace unos días en Filmin, ha contado con un muy buen recibimiento por parte de la crítica. Es una película, por momentos, difícil de ver, pero tanto su pericia técnica (está rodada como un único plano secuencia), como su ritmo y el fondo del tema abordado (los peligros bien reales del fanatismo xenófobo) hacen de ella un filme quizá no recomendable para todo tipo de públicos, pero desde luego sí muy pertinente.

El recurso del único plano secuencia, que hemos visto en películas como Birdman o 1917 estos últimos años, es sin duda un gran alarde técnico, pero debe aportar algo desde un punto de vista narrativo, no debe quedar sólo como una filigrana. Y en El club del odio sí contribuye a contar la historia, porque hace más y más inquietante y angustioso lo que sucede en pantalla. Tiene pleno sentido narrativo el plano secuencia, de inicio a fin, al lado de la protagonista del filme y su grupo de amigas, con las que comparte un odio visceral por los extranjeros

La protagonista (impresionante la actuación de Stefanie Estes) es una profesora de infantil a quien acompañamos desde el colegio en el que imparte clase, y donde mira con desprecio a una limpiadora latinoamericana, hasta el encuentro con un grupo de mujeres. Lo que parece que puede ser un club de lectura o algo así, algún encuentro de mujeres que comparten intereses comunes, muta pronto en un encuentro de mujeres que comparten, sí, pero odios comunes. El pastel que lleva la profesora tiene pintada una esvástica con mermelada. 

Las mujeres cuentan entonces sus historias. Y lo que dicen suena terriblemente familiar. A saber, que si el multiculturalismo no funciona, que si a las personas blancas se les está robando su país (sirve para Estados Unidos y para tantos otros retrógrados xenófobos en otros países), que si ahora ya no se puede decir nada, que si por cualquier cosa la llaman a una racista, que si los de fuera nos están quitando el trabajo... Familiar, sí. Inquietantemente familiar. 

Con frecuencia se frivoliza sobre discursos de odio. En Estados Unidos e, insisto, en muchos otros países, hay discursos fanáticos que llevan años abriéndose paso en los medios de comunicación y los parlamentos. Discursos que presentan siempre al inmigrante como un rival, como alguien peligroso. La película, que es una película, sí, que es ficción, claro, demuestra cómo de las palabras a los actos, a veces, no hay tanta distancia. Y, sobre todo, que las palabras nunca son inocentes, que no son gratuitas. Odiar a otro ser humano por el color de su piel, su procedencia o su religión, hablar con desprecio de él sólo por ser diferente, puede dar pie, mejor dicho, antes o después dará pie sí o sí a actos de violencia contra él

El club del odio no es una película perfecta y, ya digo, por momentos, es dura de ver, sobre todo a medida que avanza, pero es una película particularmente pertinente, porque el género de terror siempre se ha alimentado de miedos reales con los que convivimos y, desde luego, la amenaza del fanatismo xenófobo y retrógrado es más que cierta. Y sí, da mucho, mucho miedo. 

Comentarios