Dialogando con la vida

 

No me gustan los estereotipos en nada en la vida, tampoco cuando hablamos de cine. No existe como un todo el cine estadounidense o el cine español. No puede existir. Como si fueran lo mismo las películas de Woody Allen que las de Marvel, como si Torrente estuviera emparentado de alguna forma con Alcarràs. No, en absoluto. Así que tampoco creo que haya un cine francés, pero inevitablemente todos lo asociamos a una cierta sensibilidad y una cierta forma de presentar las historias. Películas con muchos diálogos, que se parecen a la vida, con escenas cotidianas, con aires a la Nouvelle Vague. Bien, pues todo eso que, generalizando y simplificando mucho, asociamos con el cine francés quienes lo amamos y también quienes lo detestan, todo eso, digo, está en Le Lycéen, traducido en España como Dialogando con la vida. La película de Christophe Honoré es puro cine francés. Intenso, sobre emociones, sin prisa por contar la historia. Es decir, el cine que yo suelo adorar y que a mucha gente le irrita y aburre.


La película tiene un significado especial para el director ya que, en parte, cuenta su propia historia. Él perdió a su padre con 17 años, igual que el protagonista del filme. De hecho, el propio Honoré interpreta a su padre en la película. Pero la producción no es autobiografía ni cae en la melancolía, ya que sitúa la historia en el presente, en el momento postpandémico. Así que la película aúna los recuerdos íntimos del director, el sentimiento de abandono tras la muerte de su padre, con un cierto retrato de la confusión propia de la adolescencia en la actualidad. Vemos a los protagonistas llevar mascarillas en el transporte público o en el instituto, por ejemplo, y también asistimos a discusiones sobre el político de extrema derecha Zemmour o a noticias sobre la política francesa. Son recursos que sitúan el filme aquí y ahora, en nuestro presente.

La película adopta en su propia estructura el caos de la adolescencia. El protagonista, Lucas, al que da vida con una asombrosa brillantez el joven Paul Kircher, cuenta en off y ante la cámara su vida o, más concretamente, en lo que se ha convertido su vida tras la pérdida repentina de su padre. Lo hace de un modo desordenado, descartando pasajes o posponiéndolos, dando saltos temporales. Es un acierto del filme, ya que encarna en su forma la propia historia que está contando. Paul está confuso, triste, solo, y todo eso se cuenta de un modo coherente. Forma y fondo van aquí de la mano.

La película habla del duelo, pero no sólo. También va de la soledad, de la incomunicación, de la necesidad de rodearnos de gente querida, pero también de lo difícil que cuesta hablar de los sentimientos. Habla, por supuesto, de la familia, a través de la relación de Lucas con su hermano Quentin (Vincent Lacoste) y con su madre Isabelle, la siempre impecable en cada papel Juliette Binoche. El joven Lucas se va una semana con su hermano a París, donde vive este último, para intentar poner tierra de por medio y recuperarse del shock de la muerte por accidente de tráfico de su padre. En París quedará deslumbrado desde el principio por Lilio (Erwan Kepoa Falé), compañero de piso de su hermano. Lucas está triste, deprimido e iracundo por la pérdida de su padre, pero a la vez siente que quiere vivir, amar, sentir. De golpe, descubre que nada en la vida es para siempre, que todo se puede desvanecer en cualquier momento.

Me gusta también mucho la verdad de la relación de Lucas con su hermano. Se adoran y se irritan, se quieren y se pelean. Ambos personajes comparten varias de las mejores escenas de la película. Algunas de ellas las protagoniza también Juliette Binoche, en especial una ya al final, conmovedora, en la que le habla a su marido fallecido, en la que le dice que, por primera vez desde que se fue, en un instante luminoso, siente menos presión en el pecho, que por primera vez siente de nuevo que la belleza le rodea.

Es curioso cómo se ha traducido el título del filme en los distintos países. En su título original es simplemente Le Lycéen, es decir, el estudiante, el bachiller. En España se han puesto un poco más estupendos con este Dialogando con la vida. En el mercado de habla inglesa la han llamado Winter Boy, chico de invierno, por el momento vital que atraviesa el protagonista.

El filme, ya digo, muy francés, termina de cautivar por algo que mi relación obsesiva con la música y yo agradecemos mucho siempre, que es el descubrimiento de una canción que posiblemente escucharé en bucle durante semanas, Conchoglie, un precioso tema en italiano que en un momento dice: “Como ves no sirve de nada refugiarse del viento. Somos sólo conchas esparcidas en la arena que no pueden volver a cuando el mar estaba en calma”. Una canción y una película, en fin, sobre la vida, su fragilidad y su belleza, su vulnerabilidad y su pasión.

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