Picasso blanco en el recuerdo azul

 

Es la ciudad en la que se despertaron mis sentidos, y eso es algo que ni el tiempo ni la distancia pueden borrar”, dijo Picasso sobre A Coruña, donde vivió cuatro años, entre 1891 y 1895. El pintor llegó a la ciudad gallega junto a su familia cuando estaba a punto de cumplir diez años y allí, con una precocidad asombrosa, protagonizó sus primeras exposiciones y pintó no pocas obras. A Coruña forma parte del mapa de ciudades picassianas y se une a la conmemoración de los 50 años de la muerte del genio con la exposición monográfica Picasso blanco en el recuerdo azul. Dibujando el futuro, en el Museo de Belas Artes da Coruña. La muestra, que ocupa dos plantas del museo y que está dividida en diez capítulos, es fascinante. Se puede visitar hasta el 25 de junio.


Picasso pasó poco tiempo en la ciudad gallega, pero en la exposición, que se nutre de decenas de obras cedidas por otros espacios y por colecciones privadas,  queda clara la trascendencia que aquellos  años tuvieron en la formación del artista. Asombra ver varias de sus primeras obras, que pintó con once o doce años. De aquella primera exposición en A Coruña, por cierto, publicó una breve reseña La Voz de Galicia, donde podía leerse: “continúe de esta manera y no dude que alcanzará días de gloria y un porvenir brillante”. En otra reseña se decía que, aunque era pronto para considerar artista a ese niño, su técnica apuntaba maneras.

Picasso, quien dijo aquello de que tardó cuatro años en pintar como Rafael pero que le llevó toda una vida aprender a dibujar como los niños, dedica esas primeras obras a su familia, desde su padre, a quien tomaba como referente cada vez que pintaba a un hombre en un cuadro, hasta su hermana, fallecida de niña en la ciudad gallega. Pero también pintó paisajes coruñeses, escenas cotidianas y hasta al perro de su infancia, Clíper. A Coruña estuvo en el recuerdo del autor toda su vida, como demuestra, por ejemplo, que su hija Maya supiera de memoria las canciones populares gallegas que un Picasso niño escuchó en la ciudad. Canciones como el Alalá de Cebreiro, que se puede escuchar en uno de los rincones más hipnóticos y encantadores de la muestra y con las que el pintor cantaba a su hija cuando la llevaba a dormir. 

En la exposición, comisariada por Antón Castro, Malén Gual y Rubén Ventureira, con la coordinación general de Ángeles Penas, directora del Museo de Belas Artes da Coruña, queda claro el respeto reverencial que Picasso le tuvo a los clásicos y al academicismo y, a la vez, su poderosa vocación transgresora y revolucionaria. Dijo en 1957 que “el arte nunca es casto, de veros prohibirse a las personas inocentes e ignorantes, nunca poner en contacto con él a aquellos que no están suficientemente preparados para ellos. Sí, el arte es peligroso. O, si es casto, no es arte”.  Esta reflexión del artista se lee en el capítulo de la exposición dedicado al erotismo, clave en la obra del artista. Otros capítulos están dedicados al clasicismo, a los paisajes, a los retratos, a la caricatura, a los esbozos iniciales del cubismo, a la relación de Picasso con los otros grandes pintores o a la figura del mosquetero, que fascinó al artista.

La exposición, muy clara, con carteles explicativos, culmina con una cronología de la vida del autor desde su nacimiento en Málaga hasta su muerte en Francia en 1973, sin volver a España, de la que nunca se olvidó, pero adonde juró no regresar mientras no volviera la democracia. La parte de la exposición que reúne las portadas de medios de todo el mundo dando cuenta de la muerte del artista es especialmente atractiva porque demuestra la magnitud internacional del genio, reconocido en vida como uno de los mayores pintores del siglo XX. Es también llamativo comparar los distintos enfoques de los periódicos, desde los que se centran en la trascendencia histórica de la figura del padre del cubismo hasta los que elucubran sobre la polémica por su herencia millonaria o los que cuentan la muerte explicando cómo pasó el pintor sus últimas semanas de vida.

Impactan de verdad muchas de las obras de juventud, casi de niñez de Picasso, cuando aún no firmaba así sus cuadros, sino como Pablo Ruiz. Por ejemplo, un lienzo de una pareja de ancianos de una excelencia formal asombrosa. Pero, más allá del interés de ver las primeras obras del genio, en la muestra también hay cuadros de épocas mucho más maduras de Picasso, como Retrato de Maya con su muñeca, de 1938, o El pintor y la modelo, considerada como la última obra maestra de Picaso, que data de 1963, diez años antes de su muerte, y que ha cedido para esta muestra el Reina Sofía. No hacen falta, en fin, muchas excusas para viajar a A Coruña pero visitar esta fantástica exposición de Picasso es una de mucho peso por su original enfoque y la variedad de las obras del pintor allí reunidas.

Comentarios