Oreo

 

Oreo, de Fran Ross, es una novela libérrima y divertidísima. Es uno de esos libros con una intrahistoria muy interesante que invita a la reflexión, ya que se trata de la única obra publicada por su autora, que en el momento de su publicación en 1974 fue recibida más bien con indiferencia por parte de la crítica y que sólo décadas después fue rescatada del olvido. Ahora la editorial Pálido Fuego la publica en español con traducción de José Luis Amores. 
La historia detrás de la novela es interesante porque nos obliga a volver a preguntarnos quién y cómo se establece el canon literario. Por qué una novela tan original y rompedora, tan divertida y libre, que desborda literatura en cada página, fue prácticamente olvidada en pocos años. Es inevitable también preguntarnos qué habría pasado con la carrera literaria de Ross si esta primera novela hubiera tenido éxito, si la crítica del momento hubiera sabido valorar todas sus virtudes, todos sus atrevimientos. Es un debate eterno en la historia de la literatura y casos como el de Oreo no hacen más que reavivarlo: cuántas novelas excelentes no habrán caído en el olvido, en ocasiones por falta de juicio o criterio de editores o críticos, otras por mala suerte, a veces por falta de riesgo o por cualquier otra razón. 

Oreo se presenta como una "reescritura en clave feminista y multirracial del mito de Teseo". Casi nada. La protagonista es hija de Helen (que es negra) y de Samuel (blanco y judío), de ahí que se la conozca como Oreo. La obra, en efecto, tiene reminiscencias clásicas, guiños a la peripecia de Teseo, pero desde un tono del todo paródico y desprejuiciado. El estilo con el que está escrita la obra es muy ágil y original, también libre, ya que entremezcla cartas, recetas, diálogos, descripciones... Una novela que lleva al límite con éxito todas las posibilidades del género. 

La protagonista del libro marcha a Nueva York en busca de su padre, que la abandonó cuando era pequeña. Crece en realidad con sus abuelos, ya que su madre tampoco vive con ella. La abuela, Louise, lleva quince años intentando recordar esa comida que una vez no le gustó, la única que no le gustó en su vida, y que probó en un velatorio. Pasaría a mejor vida sin poner nombre a aquella comida, que para nada era comida sino una sartén llena de Oxylond. El motivo de que en aquella sartén hubiera detergente excede el ámbito de esta obra”, leemos. El libro está lleno de pasajes así. Cuando se describe a James, abuelo de Oreo, que sufrió una parálisis tras conocer que su hija se iba a casar con un judío, se dice que “sólo sonreía cuando daba con un recuerdo particularmente agradable o se le ocurría otra manera de desplumar a los judíos”.

La novela está repleta de personajes estrafalarios, en especial, en el viaje de Oreo a Nueva York en busca de su padre. La protagonista tiene un profesor de historia que odia la naturaleza y forma parte de un grupo que tiene como objetivo pavimentar todos los parques. “Obviamente, habrá que lidiar con grupos de lunáticos conservacionistas, pero esa gente no tardará en caer presa de fiebre del heno, hiedra venenosa, garrapatas y las demás atenciones con que su adorada Madre Naturaleza les agasaja cada vez que van de excursión al campo”. Oreo, en fin, es una obra libre, muy divertida, con su punto de acidez, sátira e incorrección. Una novela fantástica. 

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