La vida secreta de un cementerio

 

La vida secreta de un cementerio, de Benoît Gallot, es uno de esos libros raros y bellos que no diría que sólo se editan que en Francia pero que, desde luego, abundan en Francia más que en ningún otro país. La obra, editada por Les Arènes, es maravillosa. Su autor es desde 2018 el conservador del cementerio Père-Lachaise de París, uno de los más famosos  legendarios del mundo, donde reposan los restos de personalidades como Oscar Wilde, Marcel Proust, Honoré de Balzac, Frédéric Chopin o Jim Morrison. El libro viene acompañado de fotografías de alta calidad a toda página y también de un mapa del laberíntico y muy extenso camposanto. Ya digo, una joyita en fondo y forma. 


La obra combina a la perfección las memorias de su autor, vinculado desde la infancia al mundo funerario por la profesión de sus padres, con un buen compendio de anécdotas y curiosidades históricas sobre el cementerio y también, en general, sobre la evolución de las formas de enterramiento y de la sociedad en los últimos tiempos. Además, claro, se reflexiona sobre el propio sentido de la vida y también sobre la vida de la flora y la fauna del cementerio, que de algún modo lo convierte en un oasis dentro de la gran ciudad, en un refugio de la biodiversidad

El autor se pregunta si desaparecerán los cementerios, dada la menguante presencia de la muerte en nuestro tiempo y el auge de la incineración. También reflexiona sobre su propia relación con la muerte, dado que vive en un cementerio, algo bastante poco habitual y que, según cuenta, a la gente le suele resultar como poco chocante. Cuenta que no tiene miedo a la muerte, sólo a morir sin haber vivido bastante. Por eso, entiende la certeza de la muerte como un aliciente para no procrastinar, para vivir intensamente y disfrutar todo lo posible. Dado su trabajo, ha pensado sobre cómo querría que fuera su sepultura, en la que desearía situar un cuenco para que los animales bebieran agua y también surgieran plantas y flores.  Me gustaría que mi sepultura fuera un lugar de vida”, cuenta. No en vano, el autor cita a la rabina Delphine Horvilleur, quien en su reciente libro Vivir con nuestros muertos, cuenta que en hebreo la palabra cementerio significa “la casa de los vivos”. 

Hay varios pasajes del libro que son realmente fascinantes. Por ejemplo, cuando recorre la evolución de las formas de enterramiento en París, desde las fosas comunes, las catacumbas y la orden de Napoleón I por la cual se crearon este y muchos otros cementerios. Todo en el Père-Lachaise es extraordinario, empezando por su extensión, que es la misma que la del Vaticano. El cementerio es un museo al aire libre. El autor lamenta que últimamente, cada vez más, las tumbas son todas iguales o muy parecidas, algo que no puede pasar en el Père-Lachaise, donde su cuida la escultura y cada detalle de las lápidas, los nichos y las capillas. 

El libro tiene mucho humor, en gran medida, porque el autor se empeña en desdramatizar su trabajo. Por supuesto, lo prioritario es acompañar a las familias y tener claro que está al frente de un lugar donde reposan los restos de personas que merecen el máximo respeto. El autor comparte una extensa lista de los perfiles diferentes de los visitantes del cementerio: aparte de familiares de los difuntos, hay paseantes habituales, flâneurs, señoras con gatos, enamorados que se citan allí, turistas, exhibicionistas... Lograr la convivencia y el equilibrio entre todos esos perfiles es el gran reto de Gallot. En el confinamiento, cuando cines, teatros y museos estaban cerrados, muchos parisinos redescubrieron el cementerio. Hubo días con más de 10.000 visitas.

Es muy divertido lo que cuenta sobre las personas vivas que preparan su sepultura en el cementerio. Escucha comentarios de todo tipo. Desde lo agradables que parecen los vecinos de las lápidas próximas a la suya o a la de sus familiares fallecidos hasta la ubicación o las vistas a la Torre Eiffel, muy valoradas. Quizá el mejor comentario es este: “la atmósfera de su cementerio es formidable, casi dan ganas de ser enterrado”.

El libro habla del origen de la fiesta de Todos los Santos (en francés, "la Toussaint"). Cuenta el autor que es una fiesta cristiana desde 998, aunque lo de llevar flores al cementerio es mucho más reciente. En Francia, se remonta al primer aniversario del armisticio, el 11 de noviembre de 1919, cuando el presidente de la República, Raymond Poincaré, ordenó llevar flores a las tumbas de los soldados caídos en el frente. Se optó por los crisantemos, desde entonces, flor funeraria por excelencia.

La pandemia de Covid-19 está muy presente en el libro. No sólo por el aumento de visitas durante el confinamiento. La parte más trágica, claro, es que en aquellos días las inhumaciones aumentaron un 40%. En ese tiempo, a la vez, el autor y su familia pudieron pasear por el cementerio y descubrir cómo la naturaleza tardó poco en apropiarse de espacios urbanos. Porque el Père-Lachaise también es un lugar único en cuanto a flora y fauna. Cuenta con más de 4.000 árboles de 80 especies diferentes, un árbol por cada 17 tumbas, y en el cementerio se pueden encontrar animales de todo tipo, incluida una familia de zorros. El libro, en fin, es extraordinario porque permite mirar de un modo distinto a los cementerios, esos lugares tan llenos de vida. 

Comentarios