La familia

 

No pasó nada más aquel día”. Con estas palabras termina La familia, la última novela de Sara Mesa, editada por Anagrama. Una frase que, en buena medida, explica el libro entero y que, naturalmente, encierra un doble significado. Lo cotidiano puede ser perverso y amenazador, lo supuestamente seguro puede ser todo lo contrario. Y pocas autoras lo reflejan con más maestría en sus libros como Sara Mesa, quien ya tituló de forma irónica Un amor su anterior libro, que poco tenía que ver con el amor. Esta vez es la familia, esa que debería ser refugio, el primer espacio de socialización, la que es de todo menos un lugar seguro, aunque en apariencia, como en esa frase final, no ocurra nada.


Es complicadísimo hacer lo que hace Sara Mesa, llegar a los niveles de profundidad, recrear así con palabras situaciones cotidianas aparentemente sin la menor importancia pero que muestran una realidad opresora, densa, inquietante. Esa familia a la que alude el título vive bajo el mando autoritario de su padre, que proclama en uno de los primeros pasajes de la novela que allí no hay secretos y que le afea a la sobrina a la que han acogido que escriba un diario. "En esta familia no hay secretos", afirma. Damián, el padre, padre de otra época, es rígido en todo. En su casa sí hay secretos, claro que hay secretos, lo que no hay es televisión, porque se la prohíbe a sus hijos. Ni confianza ni comunicación. 

El libro, ya digo, inteligente y portentosamente escrito, da saltos temporales y muestra la realidad de esta familia desde distintas épocas y miradas. Es un retrato impresionista que toma instantes de aquí y de allá para reflexionar sobre la opresión supuestamente blanda, sobre lo que ocurre en casa, de puertas hacia dentro, cuando nadie mira, sobre lo que esconde esa amabilidad impecable de Damián con los vecinos, ese señor elegante y amabilísimo que luego impide a sus hijos ver la televisión, escribir un diario o leer cómics. 

No hay agresiones físicas ni insultos ni grandes dramas, pero sí un estado de desconfianza y opresión permanente en esa familia en la que, por ejemplo, se obliga a descambiar un regalo porque no es adecuado a los ojos del padre o en la que se juzga a los vecinos en función de su forma de vestir. Los saltos temporales aportan mucha riqueza a la novela, porque muestra el impacto sobre los hijos de aquella educación que recibieron, cómo cada cual lo afrontó de una manera. 

La familia es una novela, en fin, soberbia, que habla de la hipocresía, del rol patriarcal de quien se considera en posesión de una autoridad incontestable en la familia. Una vez más, Sara Mesa refleja con maestría un entorno ambiguo y desasosegante. Otro excelente libro. 

Comentarios