Un amor


 Nat, la protagonista de Un amor, la última novela de Sara Mesa, es una mujer que escapada de la ciudad y se marcha a vivir a un pueblo pequeño (precisamente llamado La Escapa), donde trabaja desde casa como traductora. No es casual su profesión, porque la necesidad de elegir las palabras precisas y los problemas de la incomunicación son uno de los temas centrales de la obra, quizá el principal. En un pasaje de la novela, una de las vecinas de Nat, una anciana, le cuenta que en ese pueblo cada uno habla un idioma distinto y así es imposible entenderse. Es algo que sirve de hilo conductor en todo el libro, la necesidad de contarnos y de comunicarnos con los demás, el poder del lenguaje, que es lo que nos define.
A través de la historia de Nat la autora reflexiona sobre cómo a veces ni siquiera sabemos nombrar lo que sentimos, lo que nos pasa. La protagonista no consigue plantar cara a su casero, un tipo gris y rijoso. Tampoco saber expresar lo que le atrae de uno de los vecinos ni poner palabras a lo que le ha llevado a ese pueblo perdido. El lenguaje y su poder es clave en el libro, cuyo título, Un amor, es una gran ironía, ya que en sus páginas hay casi cualquier cosa menos amor. Si acaso, el único amor auténtico que encontramos en el libro es el de Nat hacia su perro, al que en todo caso llama Sieso, porque es un animal escurridizo. 

Escrito con un estilo magnético, de frase corta y afilada, el libro incomoda al lector y plantea situaciones perturbadoras y muy inquietantes. Un amor es de esos libros de cuya trama conviene contar lo justo, ya que los desencadenantes de la acción son inesperados. La autora construye con maestría una atmósfera de intriga y desasosiego, en el que el lector, de la mano de Nat, sospecha de todos. Desconocemos qué le ha llevado a ese pueblo, por qué ha elegido esa casa y qué relaciones entablará con sus vecinos. Parece claro que ha escapado para encontrarse, para intentar rehacer su vida, porque algo en su pasado la persigue. Pero huye de sus fantasmas en un lugar donde se ve sometida a las miradas ajenas y a unos vecinos de los que los desconoce todo.

Por momentos, la novela es oscura, porque el lector termina sintiendo como propias de la insatisfacción y la angustia de Nat. Se cumple aquello de "pueblo pequeño, infierno grande". Nat, perdida, que no sabe bien qué hace ahí, empieza a relacionarse con sus vecinos. Cada uno con  su mote, como suele ocurrir en los pueblos. El alemán, aunque no tiene nada de alemán, Píter (así escrito), al que se conoce como el hippie, la pareja de ancianos, la chica joven que atiende en el súper del pueblo. 

A medida que avanza la trama Nat se siente observada y juzgada por sus nuevos vecinos. También de eso, de cómo nos influye la mirada de los otros, de la presión de grupo, va el libro, aunque cuando alcanza más intensidad es en los pasajes intimistas de la protagonista. Por supuesto, el libro también aborda el deseo y la dificultad de encontrar porqués a nuestros propios actos. Y, de fondo, por supuesto, la comunicación y el lenguaje. Un libro excepcional, de esos que nos recuerdan a quienes cada vez nos inclinamos más por los ensayos que la novela sigue siendo una vía portentosa para reflexionar sobre el presente y sobre nosotros mismos. 

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