Libreros de Nueva York

 

A los tres minutos de empezar a ve Libros de Nueva York en Filmin ya estaba rendido al documental de D.W. Young. Puede que a los dos minutos y medio. Es un regalo irresistible para todo amante de las librerías, para quien haya pasado momentos inolvidables en estos templos, para quien disfrute en las ferias del libro antiguo y de ocasión rebuscando entre montones de ejemplares. Es una celebración de un oficio, una pasión, casi una obsesión, muy centrado, pero no sólo, en los coleccionistas de libros antiguos. Se muestran casos de una maravillosa extravagancia que roza la locura. Es fantástico. 
El documental, que es un canto de amor a las librerías, comienza mostrando imágenes de la feria del libro de Nueva York. Allí se dan cita libreros con toda clase de obras de lo más curiosas, incluidas carísimas primeras ediciones. "El mundo se divide entre coleccionistas y gente que no entiende a los coleccionistas. Los coleccionistas son gente enferma, compulsiva", dice, claro, un coleccionista de libros. Aparecen de todos los gustos. Por ejemplo, un librero de antiguo que dice que cuanto más extraño o incluso repulsivo le resulte un ejemplar antiguo al común de los mortales, más le atraerá a él. Otro que se centra en una temática muy específica, como la imaginación del ser humano en todas sus formas a lo largo de la historia o la historia de las mujeres. 

En el documental aparece Fran Lebowitz, quien dice varias de las mejores perlas de la película, varias de las frases más gloriosas. Por ejemplo, me sentí muy identificado cuando se muestra sorprendida de lo descuidada que es la gente con los libros. En esa feria del libro, rodeada de auténticas joyas, vio a un señor dejar un vaso encima de un libro. “Si lo hace en mi casa, lo mato”, afirma.

El documental está dividido en capítulos que nos muestran distintas historias de libreros y coleccionistas de libros. Conocemos, por ejemplo, Strand, que es ya la única librería que queda en la cuarta avenida, una zona en la que llegó a haber más de 40. Lebowitz cuenta que a los libreros les gustaban tanto leer los ejemplares que tenían que se enfadaban si alguien quería comprar uno, porque se pasaban el día leyendo y no les importa el negocio, sino tener libros a mano. También conocemos la historia de otra librería regentada por tres hermanas cuyo padre, previsor, compró el edificio en el que se encuentra el establecimiento. Afirman que reciben ofertas con mucha frecuencia para vender el inmueble y que, en realidad, su negocio no es rentable, pero que les apasiona y no piensan cerrarlo. 

Esta película fue estrenada en 2019, justo antes de la pandemia, y es inevitable preguntarse qué habrá sido de las librerías que aparecen en ella. Porque no son pocos los que hablan de una situación económica precaria porque los usuarios prefieren las compras por Internet y por los caros alquileres de la ciudad. También se muestra un cierto boom de librerías independientes pequeñas integradas en los barrios. Ojalá hayan sobrevivido a la pandemia. En el documental se da un dato que describe bien el declive de estos establecimientos: en los 50 había 368 librerías en Nueva York y en el momento en el que se rodó el documental sólo quedaban 79. 

Hay muchas imágenes muy poderosas en Libreros de Nueva York, como las de un señor especializado en valorar las bibliotecas de personas que han fallecido y cuyos herederos quieren deshacerse de todos esos libros. Es bello pensar que esos libros que alguien ha reunido a lo largo de su vida dicen mucho de esa persona. También aparecen imágenes de casas de subastas. Otra parte atractiva del documental que invita a la reflexión es la que se dedica a señalar que el mundo de los libros de segunda mano es demasiado masculino y blanco, aunque empieza a haber cambios. 

Al final de la obra algunos de los entrevistas comparten una visión pesimista y afirman que perciben mucho menos interés por el libro que hace años, piensan que ha dejado de ser el objeto cultural central. Ahora la gente habla de series, no de novelas. Sin embargo, la mayoría defiende la vigencia del libro con pasión. “Los libros sobreviven. No arden bien. Nadie los tira, ni siquiera quienes no leen, porque tienen algo mágico”, dice un librero. Yo nunca he sido capaz de tirar un libro. Cuando veo un libro en la basura es como si viera una cabeza humana, aunque sea un libro malísimo”, añade, memorable, Lebowitz. 

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