El tiempo perdido

 

Un grupo de lectores y lectoras lleva desde el año 2001 reuniéndose de forma periódica en un bar de Buenos Aires para leer una y otra vez el mismo libro, En busca del tiempo perdido, cuyos siete tomos Marcel Proust escribió en 14 años. María Álvarez grabó de 2015 a 2019 algunas de las reuniones de este club de lectura y el resultado es el fascinante documental El tiempo perdido, que ahora puede verse en Filmin


De entrada, reunirse durante tantos años seguidos para estudiar en profundidad una única obra literaria implica un nivel de pasión y obstinación fronteriza con la locura que quizá no se puede dar en ningún lugar de un modo tan intenso como en Argentina, donde todo es siempre excesivo, a veces maravilloso, a veces desquiciante, pero nunca jamás tibio ni moderado. El documental, rodado en blanco y negro, es delicioso. Supone una invitación a la lectura de Proust y también es una gozosa celebración del poder de la literatura para juntar a la gente. Hay quien se junta para ver partidos de fútbol o para echar una partida a las cartas. Este grupo de personas mayores lo hace para hablar de un único libro. Qué maravilla. Qué fantasía. 

Es hipnótico verlos y escucharlos leer pasajes de la obra. El documental se rueda con calma, no hay voces en off ni entrevistas a los miembros del club de lectura. La cámara graba las reuniones, nada más. Escuchamos pasajes extraordinarios de la obra y los debates posteriores entre los lectores y las lectoras. Es maravilloso verlos debatir, a veces incluso con cierto acaloramiento y pasión, sobre este o aquel pasaje, y escucharlos hablar de los personajes del libro como si fueran personas con las que se acabaran de cruzar en la calle, como si fueran personas reales, que es lo que son, naturalmente, mucho más que otras personas reales que nos cruzamos por la calle. 

Hablar de literatura es hablar de la vida, así que por estas charlas en el café bonaerense, en la mesa de siempre, terminan asonando toda clase de temas. Por ejemplo, la relectura. Uno de los asistentes a las reuniones, que va ya por la quinta relectura del libro, cuenta que para él la lectura es un arte de por sí creativo, ya que cada lectura es distinta a la anterior, le provoca distintas reacciones, le hace fijarse en distintos aspectos de la obra. Leen pasajes exquisitos del libro, como aquel dedicado al arte en el que el narrador cuenta que renunció a ser artista y se pregunta:  "¿Podía la vida consolarme del arte? ¿Había en el el arte una realidad más profunda en la que nuestra verdadera personalidad encuentra una expresión que no le proporciona las acciones de la vida?” o ese otro sobre el amor en el que Proust habla del delicioso espejismo que el amor proyecta y que envuelve a la persona amada, y que le lleva a decir que "la tontería que un hombre comete al casarse con la amante de su mejor amigo es, en general, el único acto poético que lleva a cabo en el curso de su existencia”.

Otro pasaje sobre el amor que aparece en el documental: “la mentira perfecta sobre las relaciones que hemos tenido, sobre nuestro móvil en determinada acción, formulada por nosotros de una manera muy distinta, la mentira sobre lo que somos, sobre lo que amamos, sobre lo que experimentamos con respecto al ser que nos ama y que cree habernos moldeado semejantes a él porque nos ha besado durante todo el día, esa mentira es una de las pocas cosas del mundo que puede abrirnos perspectiva sobre lo nuevo y lo desconocido, que puede despertar en nosotros sentidos adormecidos por la contemplación de un universo que no hubiéramos conocido nunca”.

La muerte, la soledad, el deseo, el ocultamiento de los secretos que todo el mundo esconde, la imagen que damos a los demás... De todo eso habla el libro y hablan estos lectores empedernidos. El grupo está abierto a nuevas incorporaciones y hay una escena muy divertida en la que llega una nueva y le preguntan, claro, si le gusta Proust. "Sí, pero no como a ustedes", se apresura a aclarar. En otro momento del documental, una de ellas habla de su reciente operación de cadera. Está disgustada. Otro comparte una frase del libro (porque allí, claro, En busca del tiempo perdido es “el libro”), que es adecuada para la ocasión: “tratar de llegar a un acuerdo con el cuerpo es como intentar hablar con un pulpo”. La obra de Proust acaba siempre estando en el centro de sus debates, mientras que eso que llamamos vida real pasa a un segundo plano. En la tele de la cafetería está puesto el canal de deportes, la gente viene y va por la calle, pero en esa mesa no hay nada más real que lo que sucede en las páginas del libro. 

Todo lo que pasa en la obra, en algún momento de mi vida, yo lo he sentido exactamente como lo describe Proust”, dice una de las lectoras del grupo ya casi al final del documental, que termina cuando se llega al final del libro y, naturalmente, se vuelve a empezar a leer de nuevo. Bendita locura libresca la que capta este documental y la que se respira por todo Buenos Aires, donde aún recuerdo algunas conversaciones escuchadas en librerías. 

Comentarios