Montevideo

 

Me gustaría saber qué puede hacer uno en este mundo con tan pesado fardo como el de haberse posicionado contra las tramas en las novelas”, le hace decir Enrique Vila-Matas al narrador de Montevideo, su última novela, editada por Seix Barral. El narrador es un escritor barcelonés, como Vila-Matas; que vivió un tiempo de joven en París una experiencia que le marcó, como Vila-Matas; que comparte gustos y preferencias literarias con Vila-Matas; que renuncia a las tramas en las novelas, como Vila-Matas; que entiende que la literatura y la vida no son en absoluto dos mundos distintos, como Vila-Matas; que, como Vila-Matas, siempre tiene una cita literaria a punto; que considera que la autoficción no existe, como Vila-Matas, pero que naturalmente no es Vila-Matas. El libro es un festín para todo amante de la literatura. 


Montevideo no tiene trama propiamente dicha y en ella importa más que lo que se cuenta, cómo se cuenta. Se habla, como siempre en los libros de Vila-Matas, de otros libros, de la propia de literatura, y de cómo ésta es una parte de la vida, no menos real que aquello que llamamos realidad. Es una obra con misterio e intriga, en la que el autor vuelve a compartir decenas de citas literarias, como una de Voltaire que emplea al comienzo del libro y que en cierta forma resume su esencia: “el secreto de aburrir es contarlo todo”.

El protagonista de la obra vive una crisis creadora, una sequía que combatirá intentando poner palabras a sucesos y fenómenos extraños que comienzan a ocurrir de repente. Transitará por distintas ciudades (su Barcelona natal, siempre París, la Montevideo del título, Bogotá...) y reflexionará sobre la creación literaria, la ambigüedad y el hecho de que lo visible no es más que un trazo de lo invisible. Puro Vila-Matas. Todo ello, como siempre, con unas buenas dosis de humor e ironía. 

El cuento La puerta condenada, de Cortázar, juega un papel central en la novela. En aquel cuento, el autor argentino sitúa a su protagonista en una habitación chiquita del hotel Cervantes de Montevideo, "ciudad que se oye como un verso", en palabras de Borges, donde escucha unos ruidos extraños al otro lado de una puerta condenada, y donde querrá dormir el narrador de este libro. Este último tiene claro que la autoficción no existe y la no ficción, tampoco, porque “cualquier versión narrativa de una historia real es siempre una forma de ficción, ya que desde el instante en que se ordena el mundo con palabras se modifica la naturaleza del mundo”.

El narrador de Montevideo afirma que  que él, "como todas las personas que había visto en mi vida, era un ser imaginario”. Habla del “general carácter ficticio de nuestra existencia” y también de “esa dimensión compartida por la realidad y la literatura llamada experiencia”. En un momento del libro fabula un encuentro entre Mallarmé y Miles Davis en el que el poeta francés le dice al trompetista que “llegaría un día, que aún no había llegado, en el que la literatura quedaría establecida como un fin en sí mismo, es decir, sin Dios, sin justificación externa, sin ideología que la sustentara, como un campo autónomo”. Y eso, establecer la literatura como un fin en sí mismo, con toda la carga de profundidad de ese propósito, es lo que hace Vila-Matas en su obra. 

La francofilia del narrador es otro rasgo que éste comparte con el autor del libro, igual que la ironía y la querencia por las frases redondas y llenas de ironía: “o se es un escritor verdadero (y entonces se es francés, aunque uno sea noruego), o no se es: el caso, sin ir más lejos, de Dios cuando escribe, que dista mucho de ser francés”. Unas páginas más adelante leemos que “no se trata de combatir a tope a los imbéciles digitales, porque imbéciles los hay en todos los círculos; se trata de oír lo que dicen y entenderlos y luego crearnos un mundo en el que los idiotas no entren”.

Montevideo, en fin, es una delicia, en las que, como todas las grandes novelas, el placer procede de la pura literatura que contiene, mucho más que de la trama, algo que no necesita para resultar fascinante. Hay muchos pasajes soberbios que demuestran esta veneración por la literatura. Sirva éste como último ejemplo: “muchos años después, perdón, muchos días después -no tantos, cinco en realidad-, estaba tan tranquilo en mi casa de Barcelona observándolo todo con la misma ‘perspectiva de sótano’ con la que tenía la costumbre de pensar en mi ciudad”. 

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