La película de Santiago Mitre, que ha sido un fenómeno social en Argentina y que cosechó buenas críticas y el premio del público en el festival de San Sebastián, plantea un relato comprometido, muy duro y, claro, muy político, sin miedo a los biempensantes alérgicos a la política, siempre que sea una política distinta a la que ellos defienden, por supuesto. Porque resulta que una dictadura es execrable y punto. Porque aquella historia fue espantosa y el juicio a sus responsables, un ejemplo democrático envidiable. Y porque, dado que todo es política, se agradece que el cine tome riesgos y no tema abordar abiertamente la política o momentos históricos fundamentales de la historia reciente, como es el caso.
El director del filme tiene una especial querencia por la política, que ya abordó desde distintas perspectivas en su opera prima, El estudiante, y hace unos años, también con Ricardo Darín como protagonista, en La Cordillera. En ambos casos, los filmes sonaban muy reales pero relataba historias de ficción. En Argentina, 1985, Mitre aborda el juicio más importante de la historia de Argentina, sin un ápice de ficción en los momentos importantes de la trama. Fue la primera vez en la historia en la que un tribunal civil de un país condenó a los responsables de una dictadura militar. Es cine político y aquí importan tanto el sustantivo como el adjetivo. Porque es político, claro, pero es también y sobre todo muy buen cine. Cine de mucha calidad. Cine del que vale la pena. Cine soberbio.
Naturalmente, una película sobre un hecho histórico admirable no tiene por qué ser una buena película. Las buenas intenciones no siempre hacen buen cine. Pero en este caso se aúna a la perfección la emoción y la vocación didáctica y comprometida del filme, que está ahí, por supuesto, con la excelencia narrativa. La película emociona y a la vez es impecable en aspectos como el guión, las interpretaciones o la fotografía... Todo eso es importante y en Argentina, 1985 funciona como un reloj, pero es que además la película conmueve. Ambas cosas van de la mano y no es incompatible, aunque los biempensantes apolíticos no lo crean.
Los dos grandes protagonistas de la película son el fiscal Julio Strassera (Ricardo Darín) y su ayudante, Luis Moreno Ocampo (Peter Lanzani). Strassera tiene miedo al principio, no se pinta a un héroe inmaculado, sino a un padre de familia con temor a que hagan daño a sus hijos y a su esposa (recibe amenazas durante meses), un funcionario que lo fue también durante la dictadura, en la que no pudo hacer nada contra la sinrazón y el odio del terrorismo de Estado y las desapariciones forzadas. El filme muestra las dificultades con las que Strassera se encuentra para reclutar un equipo, ya que casi todos sus antiguos colaboradores han tenido connivencia con la dictadura. Acaba rodeándose de jóvenes sin experiencia pero con ganas de participar en un juicio histórico.
El papel de Moreno Ocampo es especialmente atractivo, ya que es hijo de una familia bien con vínculos con los militares, cuya madre madre iba a misa a la misma iglesia que Videla. Es un papel importante éste y a través de la relación con su madre se muestra también el impacto que para la clase media argentina supuso escuchar los salvajes testimonios de víctimas de torturas durante la dictadura.
La película, con ritmo de trhiller, sabe huir de la solemnidad, incluso con momentos divertidos, logra casi la cuadratura del círculo, sin esquivar el dramatismo de lo narrado, pero sin cebarse, sin olvidar la gravedad de lo contado, pero sin caer en lo panfletario. Es dificilísimo acertar con el tono en una narración así, ir alternando géneros, encajarlo todo tan bien. Hay, por supuesto, escenas de un enorme impacto emocional, como las declaraciones de los testigos en el juicio. Se ven incluso imágenes reales de entonces. Impresiona igualmente la escena del alegato de acusación del fiscal, en la que Darín deslumbra. Es el momento álgido de una película extraordinaria que, inevitablemente, vista desde España, nos lleva a pensar y a lamentar que aquí los responsables de la dictadura nunca fueran juzgados por la democracia, aunque esto, por increíble que parezca, sea algo que moleste a muchos biempensantes que se dicen apolíticos.
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