V13

 

Pocos escritores demuestran de un modo tan contundente como Emmanuel Carrère que el formato o el género de una narración son lo de menos. Lo importante, siempre, es su calidad, su pulso narrativo, su capacidad de remover y agitar al lector. El escritor francés, uno de los más talentosos y prestigiosos de nuestro tiempo, que nunca decepciona, siguió en su totalidad el juicio por los atentados del 13 de noviembre de 2015 en París, en los que murieron 130 personas y más de 400 resultaron heridas. Los autores de aquellos salvajes atentados se inmolaron aquel día, por lo que en el banquillo de los acusados del juicio se sentaron colaboradores o miembros del grupo criminal con una participación más secundaria, aunque en algún caso clave, en los atentados.


Carrère publicó crónicas semanales de aquel juicio en el diario francés L’Obs y en varios diarios europeos como El País en España. Esas crónicas se publican ahora reunidas y ampliadas en V13, el último libro del autor, de reciente publicación en Francia. Es una obra extraordinaria. Puede parecer una simple compilación de esas crónicas, pero: uno, cada texto escrito por Carrère es valioso de por sí, poco importaría que no fuera más que eso, ya sería más que suficiente y, dos, el autor ha incluido algunos pasajes e historias que no tuvieron cabida en esas crónicas. La sensación de conjunto es absoluta. El libro es soberbio. Lo importante, ya digo, no es el formato, no es que estos textos se publicaran antes en un periódico, sino su calidad, con el inconfundible estilo Carrère, que va mucho más allá del fragor informativo de cada día. Si el periódico es el borrador de la historia, la buena literatura es su gran aliada y este libro de Carrère es de verdad importante.

Había leído algunas de esas crónicas en El País pero, ya digo, el libro no pierde en absoluto valor por su procedencia. El autor, siempre interesado en explorar el lado más profundo y oscuro del ser humano, nunca esquivo por doloroso que sea el tema tratado, brinda aquí una de sus mejores obras. Una obra literaria y periodística, porque lo que hace es ir al juicio y contar lo que vio y sintió, hacerse preguntas, compartir descripciones de testigos, víctimas, abogados, jueces, fiscales y acusados. Siempre desde la inagotable curiosidad del autor, siempre yendo un paso más allá. 

Naturalmente, dado el objeto del libro, por momentos la lectura es complicada, muy dura. En especial, en los pasajes dedicados a las víctimas. Es impactante la historia de un grupo de cinco amigos del que sólo sobreviven dos que no mantienen relación entre sí porque es demasiado doloroso para ambos, porque verse el uno al otro supone recordar la tragedia. O las historias de algunas personas que no fueron a tomar algo a las terrazas atacadas por un cambio de idea de última hora, una decisión que les permitió salvar la vida. O los familiares de quienes asistían al concierto en la sala Bataclan. O, también, las falsas víctimas, gente que por alguna razón difícil de entender se inventa una historia que la sitúa en alguno de los escenarios de los atentados de aquel día, pero que en realidad estaban en su casa o en cualquier otra parte. En la parte inicial, el autor plasma de forma literal una estremecedora sucesión de declaraciones de los asistentes al concierto en Bataclan. 

Son particularmente interesantes los pasajes dedicados a los abogados defensores, que tienen un papel muy complejo e ingrato, pero que con su trabajo demuestran la importancia del Estado de derecho, su esencia más pura, ya que todo el mundo, también los terroristas o quienes colaboraron con un atentado terrorista, tiene derecho a un abogado. 

Al autor le intriga especialmente la figura de Salah Abdeslam, uno de los terroristas que no se hizo estallar, no se sabe si por error o porque al final se arrepintió. Está claro que él participó en la preparación del atentado y que ese día el plan era participar del atentado y ser un kamikaze. Por alguna razón, que no se llega a esclarecer, no lo hizo. ¿Arrepentimiento de última hora? ¿Miedo? ¿Fallo técnico? El libro refleja algunas de las declaraciones de los acusados, como el de uno que dice "no salimos con kalashnikov del viente de nuestras madres", o la reiterada mención a la guerra de Siria y el papel de Occidente en ese conflicto para afirmar que lo que se juzgaba no era un atentado, sino un acto de guerra. Carrère también se centra en la historia de los tres acusados que ayudaron a los terroristas a huir, pero que aseguran no tener nada que ver con el atentado, Abdellah Chouaa, Hamza Attou y Ali Oulkadi. O cuenta la historia de hijos pequeños de mujeres que fueron a Siria, a vivir bajo el Estado Islámico, en su ensoñación del califato, y que están encerrados en campos y abandonados a su suerte. Carrère, lo dicho, siempre va un poco más lejos. 

Tal vez la historia más impactante es la de George Salines, padre de una víctima, que escribió un libro con Azdyne Amimour, padre de Samy Amimour, uno de los terroristas. Este último relata su impotencia a la hora de frenar el proceso de radicalización de su hijo. Escribe Carrère que todos tenemos claro que los hijos no son responsables de los actos de sus padres, pero que siempre hay más dudas y sospechas cuando es al revés, porque siempre alguien se planteará qué pudieron hacer los padres de alguien que, como en este caso, decide hacerse volar por los aires para asesinar infieles. El dolor de este padre, su impotencia sincera, lo convierte en otra víctima más del atentado. Tres días después de su testimonio habló Patrick Jardin, que defendió la pena de muerte, dijo que el 38% de los musulmanes de Francia apoyaban la decapitación de Samuel Paty (el profesor asesinado tras enseñar en clase las viñetas de Mahoma) y que declaraciones como la del padre de una víctima que escribió un libro con el padre de un terrorista le hacían vomitar. Porque el autor tampoco oculta reacciones ultras tras los atentados, como el rearme de grupos de supremacistas blancos. Es un libro, en fin, duro pero excepcional, de lo mejor de Carrère, lo cual es mucho decir hablando de un autor como él. 

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