Tú no eres como otras madres

 

Confieso que me costó algo más de lo que esperaba entrar en Tú no eres como otras madres, de Angelika Schrobsdorff, quizá por las altas expectativas que tenía, pero valió la pena con creces perseverar en su lectura. Entiendo perfectamente los elogios generalizados que despertó el libro, editado en España por Periférica y Errata Naturae. Los entiendo y los comparto. Es un libro formidable. No es una novela, ya que se trata de una obra autobiográfica que incluye cartas escritas por la madre de la autora, pero se lee como tal. Es un relato fascinante sobre la irrupción del nazismo, la incapacidad de entender semejante atrocidad, la identidad, la sinrazón del odio y la importancia de aquellas cosas que nos hacen sentirnos vivos, como la amistad, el amor o la cultura, muy presente ésta última en los recuerdos de la autora y en la vida de su madre.


La autora hace un retrato de su madre. Libérrima desde niña, auténtica, rechazaba las convenciones y tenía un carisma arrollador. Nacida en una familia burguesa, llevaba una vida acomodada en Berlín antes que su mundo entero saltara por los aires. El suyo y el de miles de personas. La personalidad de la madre de la autora, protagonista central del libro ya desde su título, es fascinante. Quiso tener al menos un hijo con todos los hombres que amó, llegó a convivir en la misma casa con su marido, su amante, la amante de éste y sus dos hijos de entonces. “A veces deseo ser como mamá, que nunca tiene esa sensación de perderse algo, sensación que yo tengo tan a menudo y de forma tan dolorosa”, escribió su madre de joven. 

Un pasaje particularmente hermoso de esa primera parte del libro, antes de la llegada de Hitler al poder, es la preciosa descripción que la madre de la autora hace de un viaje a Italia, los Balcanes y Viena. “Fue el viaje más bello de mi vida, sin mácula de principio a fin. Cuando lo recuerdo, sé lo que es la felicidad”. Ella se negaban a ver lo que suponía el ascenso de los nazis al poder. Vivía en un mundo de libertad, fiestas, viajes y teatros en el que no tenía espacio la actualidad política. “No había que esperar nada bueno, y lo malo se sabría a su debido tiempo”.

Cuando los nazis llegan al poder y empiezan a aprobar esas leyes criminales que persiguen a los judíos, la autora se ve obligada a huir a Bulgaria con sus hijas. El abuelo de la autora murió sin poder despedirse de su familia. En todo caso, escribe: “doy las gracias por que pudiera morir en su propia cama, con la abuela a su lado, y de neumonía. Los judíos en ese tiempo morían de muertes bien distintas”. La propia autora, entonces niña, reconoce que no sabía lo que era ser judío, que no etendía lo que estaba pasando. 

Un personaje apasionante del libro es Peter, hermano de la autora, que huyó a Portugal y que, a pesar de las dificultades que sabía que podría acarrearle, decidió declararse judío completo (para las leyes de los nazis, era medio judío). En su correspondencia con su madre, él le escribe este pasaje conmovedor, lúcido y comprometido: "existe un solo mundo en el que puedo vivir y si ese mundo se hunde yo me hundiré con él si no hay fuga posible. Pero nunca gastaré ni un soplo de pensamiento en la posibilidad de dar marcha atrás, y aún menos haré el intento de adaptarme a lo nuevo por consideraciones prácticas y el tan popular "¿Qué voy a hacer? No hay otra vía y no puedo perder el tren" porque nada me repugna más que toda esa gente que comienza a transigir con lo nuevo..."

La hermana de la autora, Bettina, apoyó a los nazis, lo que resultó particularmente doloroso a la familia. El libro, de una profundidad, una intensidad narrativa y una calidad literaria desbordantes, versa también sobre la identidad. La autora, por ejemplo, cuenta el dilema que sentía ante los soldados alemanes que invadieron Bulgaria. Sabía que eran nazis, enemigos, pero a la vez no podía dejar de sentirse a gusto por escuchar hablar alemán lejos de casa y por la posibilidad de charlar sobre su ciudad querida, Berlín. Hay varios pasajes espléndidos sobre la identidad. Aquí dejo dos. El primero, sobre los idiomas y su importancia: 

"No me puedo imaginar que en una lengua distinta a la materna pueda uno mostrarse como realmente es. Porque uno está orgánicamente imbricado con el idioma, que más que cualquier otra cosa es expresión de la personalidad, lo mismo que es, más que cualquier otra cosa, la clave para acceder a un pueblo y su cultura. Por supuesto, las palabras y la gramática se pueden aprender, pero lo que está en torno a las palabras, dentro y detrás de las mismas, jamás. Con otro idioma, ¿no tendría uno que volverse otra persona?"

Y, el segundo, sobre el hecho de formar parte de algo, de nacionalidades e identidades: 

“Debo de ser una judía de verdad, pues ya no necesito Alemania. Lo que recibí de ella aún lo tengo: el idioma que amo, la música, la literatura, las pocas personas a las que tenía apego y que comprendía como nunca comprenderé a personas de otros países. Pero eso es agua pasada. Ahora estoy en una órbita muy distinta... Aquello por lo que antes hubiera muerto me será indiferente. Todo me importa tremendamente poco, me parece ridículo, ve y siento demasiado lo que hay detrás de las personas y las cosas... un estado incómodo. Creo que podría vivir en cualquier lado que sea hermoso y donde tenga a mis hijas y algunos medios”.

La parte final del libro es demoledora, porque en ella la autora se limita a reproducir las cartas que enviaba su madre a sus hijas desde Alemania, ya de vuelta tras la guerra. Una Alemania destruida en la que se pasaban auténticas penurias. "Si hay que aguantar los escombros, que sean los de Berlín”. Ya al final de sus días, en una de esas cartas, la protagonista de Tú no eres como otras madres se define así: “soy, conforme a mis circunstancias y a mi condición, a veces una cosa, a veces lo contrario: racional y emotiva, magnánima y vengativa, inteligente y estulta, vieja y pueril. ¿Acaso no lo somos todos?” Un libro extraordinario. 

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