El número del brazo de mi bisabuelo

 

Hay historias que nunca se terminarán de contar del todo. Siempre se encontrarán nuevos ángulos desde los que mirarlas, nuevos enfoques. Ocurre con el Holocausto. Fue tal el horror y tan atroz la devastación causada, fueron tantos millones las víctimas, tantas las vidas rotas, que siempre quedarán muchas historias por ser contadas. El número del brazo de mi bisabuelo, un cortometraje documental de 2018 que puede verse en HBO Max, cuenta en apenas 19 minutos una de esas historias, en este caso, la de un judío superviviente a Auschwitz que le cuenta a su nieto de 10 años aquel horror que no puede ser olvidado, no sólo por la obligación ética de conocerlo y conservar la memoria, sino también porque recordar aquello debería ser la mejor vacuna contra el odio. 


El documental se apoya en imágenes reales de aquel tiempo y también en animaciones que acompañan las charlas entre el abuelo y su nieto, quien pone voz en voz y narra la historia. Es poderoso por su estética y porque puede ser una buena forma de acercar a los más pequeños a esta parte de la Historia. Ellos, desde su inocencia y su ternura, no pueden concebir semejante odio, tamaña cantidad de violencia. Es un acierto adoptar el punto de vista del chaval que ve el número que su abuelo tiene tatuado en el brazo, A17606. Es el niño el que explica que los prisioneros de los campos perdían su identidad, dejaban de ser personas, eran sólo ese número. Sus vidas a ojos de los nazis no valían nada

La película es un ejercicio necesario de memoria y ese niño que escucha los relatos de su abuelo simboliza a todas las generaciones de quienes corren el riesgo de no conocer aquello que pasó. Como se recuerda en el propio documental, cada vez son menos los supervivientes de los campos que quedan con vida y su memoria debe seguir viva, para que algo así no pueda volver a ocurrir

El niño escucha cómo su abuelo le habla del gueto a que enviaron a toda su familia y amigos en su Polonia natal, sólo por ser judíos. Es estremecedora la historia de sus padres, a los que no volvió a ver desde que lo separaron de ellos, aunque su padre logró enviarle dinero escondido en una gorra al campo en el que se encontraba. Su vivencia espantosa en distintos campos, hasta que llegó a Auschwitz. La huida campo a través cuando los nazis veían venir su derrota, donde murieron muchos prisioneros por la falta de alimentación, el cansancio y las pésimas condiciones en las que se encontraban. Y, al final, la liberación, el final de la pesadilla, la necesidad de reconstruir su vida lejos de casa, porque en su casa ya no quedaba nada ni nadie, todo se lo había arrebatado el fanatismo nazi. 

El protagonista de este documental emigró a Estados Unidos, donde empezó una nueva vida y montó una pescadería, donde no falta comida para quien pasa hambre, porque él conoce bien lo que es eso. Lo que mueve a este documental, dirigido por Amy Schatz, es la urgencia por recopilar testimonios de supervivientes de los campos, por mantener viva la memoria de un horror que también entonces resultaba inconcebible, pero que ocurrió. Un recordatorio especialmente necesario ahora que avanzan por toda Europa partidos extremistas con tufo a ideas retrógradas del pasado, ideas como las que condujeron al horror del Holocausto. 

Comentarios