Saharauidades

A pesar de que las posturas de los sucesivos gobiernos españoles respecto al Sáhara han oscilado entre la indiferencia, el olvido y el abandono, la realidad saharaui dista mucho de ser algo lejano de nuestro país. Una realidad, claro, compuesta a su vez de muchas realidades. Ayuda a conocerlas mejor el libro Saharauidades, en el que la editorial Wanafrica reúne 15 relatos de distintos autores y autoras sobre el Sáhara. Los relatos están divididos en cinco partes: La infamia, que reúne las historias ambientadas en la ocupación colonial española del Sáhara; El exilio, en el que se incluyen los relatos de saharauis alejados de su tierra tras la Marcha Verde en 1975; La distancia, donde encontramos relatos de saharauis que viajaron a estudiar a Cuba después del reconocimiento de la República Árabe Saharaui Democrática en 1980 y también de otros que pasaron sus veranos en España baja el programa "Vacaciones en Paz", y La Badía, que incluye los tres últimos relatos del libro, muy centrados en el paisaje, en la peculiaridad del desierto como hogar y espacio libre e ingobernable. Unas preciosas ilustraciones de Gemma Quevedo separan esas distintas secciones. El libro concluye con un estupendo glosario de términos. 
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Jorge Molinero recoge una cita de Ortega y Gasset en el prólogo del libro que resume bien el objetivo de la obra: “hay tantas realidades como puntos de vista”. Por eso, estos 15 relatos abordan distintas cuestiones relativas a la historia y al presente del pueblo saharaui, y lo hacen desde distintos prismas.  La recaudación por este libro será además donada a la Asociación de Escritores por el Sahara-Bubisher, que construye y gestiona bibliotecas y bibliobuses en los campamentos de refugiados de Tinduf.
 
Es inevitable en cualquier conjunto de relatos que haya algunos que atraigan al lector más que otros, por las razones que sean, sin que eso signifique necesariamente que los que más interés le despiertan sean los de mayor calidad, ni que no sean valiosos aquellos relatos que de entrada le llaman menos la atención. A mí me han gustado especialmente Blu63, de Mónica Rodríguez, y Carta a Reynaldo, de Alina Valdés. En el primero, una mujer que trabaja como desactivadora de minas antipersona rememora momentos de su pasado, como su infancia o un verano en España. Porque, sí, el muro levantado por Marruecos en el Sáhara está lleno de minas antipersona. Se estima que hay siete millones de explosivos allí. 

En Carta a Reynaldo, Alina Valdés aborda desde la ficción otra de esas múltiples realidades del Sáhara, la de las mujeres saharauis acogidas en Cuba pero que fueron forzadas a abandonar a sus hijos en la isla antes de volver a los campos de refugiados. El relato está escrito como la carta de una madre a su hijo, al que dio a luz en Cuba cuando viajó a la isla a estudiar enfermería. La narradora recuerda sus años en la Isla de la juventud, en la que el gobierno cubano becaba a niños y niñas de distintos países en vías de desarrollo, su historia, el amor con el padre del joven y su vida posterior. Conocemos así la realidad de los cubarauis, que es como se conoce en el Sáhara a quienes fueron becados en Cuba.

La situación de la mujer saharaui es reflejada sin un ápice de complacencia y sin esconder el machismo imperante en relatos como La rebelde, de Sidi Talebbuia, en el que una mujer se niega a que la casen por la fuerza con un hombre que no quiere; Alba, de Baida Embarec Rahal, cuya protagonista es una mujer que sólo se queda embarazada de niñas, para disgusto de todo el mundo alrededor, en especial, de las mujeres de la familia de su marido, o La niña saharaui que llevaba la música dentro, de Lehdía Mohamed, que en este caso tiene un tono mucho más esperanzador y optimista, ya que su protagonista es Mariam, una joven saharaui que se gradúa en un Conservatorio de Bilbao, gracias al apoyo y al sacrificio de su familia. 

El nacimiento del Frente Polisario y la lucha del pueblo saharaui por su libertad e independencia aparece, entre otros, en El guayete de los ojos azules, de Pablo Ignacio de Dalmases, y en Mi vida por el Sahara, de Alberto Maestre, que se plantea como el relato en primera persona de Bassiri, un periodista saharaui que fue el primer gran líder nacionalista saharaui, fusilado por la autoridad española del Sáhara Occidental en 1970.

La muerte, la despedida de los seres queridos, enterrados además lejos de su hogar, en las tierras de los campamentos de refugiados, aparece en Los muertos, de Gonzalo Moure, donde el personaje contempla desde una colina un cementerio de niños y piensa que "en las cumbres se respira mejor el aire de los sueños y las esperanzas, y las tribulaciones y las penas se perciben más pequeñas”, y también en El cementerio, de Ebnu Adelfatah, en el que al narrador le asaltan los recuerdos  cuando asiste al entierro de un hombre que no conoce. 

La mirada de personas de fuera del Sáhara que trabajan para ese pueblo desde distintas ONG aparece en relatos como El globo verde, de Mohamed Ali Muley Ahamed, en el que un extranjero da a un niño un globo verde antes de entrar a clase; La prisión, de Jorge Molinero, cuyo protagonista es un ingeniero que trabaja en una ONG encargada de financiar las obras de ampliación del sistema de abastecimiento de agua del campamento de refugiados saharauis, y en Caramelo, caramelo, de Yanci Muñoz, que refleja la hospitalidad del pueblo saharaui y en el que se relata la ceremonia del té: “primera ronda: amargo, como la vida. Segunda ronda, dulce, como el amor. Tercera ronda, suave, como la muerte”.

En El viento lo sabe, de María Jesús Alvarado, leemos que "el viento del Sáhara está vivo” y que "quizá el desierto sea el lugar más puro del mundo gracias a que el viento no deja posarse nada que lo manche”. Por su parte, Liman Boisha establece en Todas las fiebres la fiebre un paralelismo entre fiebres reales, como el dengue, y otras de sueños, como la fiebre del oro. Saharauidades, en fin, permite conocer algo mejor la realidad del Sáhara, que como escribe Larosi Haidar en El combatiente, es "un pueblo, único como todos los pueblos". 

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