Oh, ¡feliz culpa!

La Organización Mundial de la Salud sólo dejó de considerar la homosexualidad como una enfermedad en 1990, escandalosamente tarde. Hay quienes todavía creen que no ser heterosexual es una enfermedad, o como mínimo un pecado. Es gente que se siente llamada a una misión sagrada destinada a salvar las almas de lesbianas, gays, transexuales y bisexuales. Hay personas que en el año 2022 siguen pensando que la homosexualidad (ellos lo llaman atracción por las personas del mismo sexo, porque niegan que forme parte de la sexualidad humana "normal") puede curarse y plantean para ellos pseudoterapias de conversión, una auténtica aberración que además defienden con entusiasmo representantes del tercer partido político más votado en España. Iván León sufrió una de esas repugnantes terapias y cuenta su experiencia en Oh, ¡feliz culpa!, un libro valiente y necesario editado por Egales, que permite conocer el poder devastador de estas pseudoterapias que, insisto, defienden partidos políticos en nuestro país y que, al parecer, otros no investigan como deberían. 
El autor del libro cuenta que él es católico, lo cual hace aún más doloroso recibir semejantes discursos de odio procedentes de un lugar que él considera propio y seguro, la Iglesia católica, la fe que profesa. Con una honestidad impactante, en esta obra habla de las sesiones con una mujer que intentó curarle la homosexualidad. Al igual que ocurría con Boy erased (Identidad borrada), editado en España por Dos Bigotes, gracias al ejercicio de catarsis del autor podemos conocer mejor cómo funcionan estas pseudoterapias que parten del desprecio a todo aquel que no sea heterosexual. 

Las heridas causadas por este discurso tan peligroso y lleno de odio son duraderas y, en ocasiones, irreversibles. Porque estas pseudoterapias cuestionan la propia existencia de quienes dicen querer curar. Les niegan lo que sienten, lo que son. En las mentes de estas personas, las que llevan a cabo estas aberrantes pseudoterapias y las de quienes las defienden, todo lo que sea sentirse atraído por las personas del mismo sexo es un pecado, algo que se debe curar. Todos los que no sentimos o amamos como ellos creen que se debe sentir o amar necesitamos ser rescatados y salvados por ellos. Es repugnante e intolerable, pero está ocurriendo. Aquí y ahora. 

El libro no se limita a relatar la experiencia de Iván León en esa pseudoterapia en Alcalá de Henares, ya que también lanza un mensaje esperanzador, muestra una salida. Son muy impactantes los pasajes de la obra en la que el autor recrea aquellas sesiones de pseudoterapia. Según esta gente, todo aquel que no es heterosexual tiene heridas afectivas y carencias. Para ellos, hay una "vida gay", así en general, porque se ve que entienden que todos somos, pensamos y vivimos exactamente igual. Es una vida, por supuesto, depravada, sin cariño ni amor. Porque, naturalmente, entre dos hombres no puede haber amor ni ternura, sólo ansias sexuales (qué obsesión tiene esta gente con el sexo). Cuenta el autor que le preguntaron, por ejemplo, si admiraba físicamente a otros chicos y si él se veía débil. Como cura para la homosexualidad le recetan hacer deporte porque, claro, no conciben que alguien no heterosexual haga deporte. Si no fuera tan serio, si no hiciera tanto daño a tanta gente, sería una broma. Porque su discurso no hay por donde cogerlo y resulta que la cura es hacer ejercicio... Patético y odioso. 

Los momentos más luminosos del libro son aquellos en los que el autor relata que hay vida más allá de esos discursos de odio de quienes niegan al diferente. Me quedo con dos, cuando, tras echarle mucho valor, habla por primera vez de su homosexualidad con sus compañeros de trabajo, a los que cuenta que salió hace poco con un chico pero no cuajó. "Aquella no parecía mi voz y, definitivamente, esas palabras no podían haber sido pronunciadas por mis labios", escribe. La respuesta de uno de sus compañeros lo deja estupefacto: "¡Pues vaya! Si eres un partidazo, tío". 

Otro momento precioso y muy emotivo es cuando descubre que un profesor de lengua hebrea en la universidad al que admiraba era homosexual y nadie le cuestionaba por ello. "Ese hombre, aquel profesor, era el primer gay que veía". Los referentes, de nuevo. Siempre necesarios. Como lo son relatos valientes como Oh, ¡feliz culpa!. Porque hemos avanzado mucho, sí, pero las amenazas a la igualdad y la libertad, a nuestra propia existencia, continúan ahí, cada vez más envalentonadas y, ahora, además, con nutrida representación parlamentaria. Gracias a Iván León por escribir este libro y la editorial Egales por hacer posible la publicación de ésta y tantas obras. Porque necesitamos contarnos frente a quienes quieren silenciarnos. 

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