La parcela

 

Dentro del río su piel brillaba como si llevase un traje de diamantes. Quizá ocurra con todas las pieles cuando se sumergen en el agua clara, pero solo con él reparé en ello. Se alejaba de la orilla pidiendo desde el fondo que lo acompañase en el baño. Sus movimientos creaban unas olas pequeñas parecidas a las que provocaban los dioses caminando sobre la superficie. Hay personas que hacen río de un manojo de corrientes y cortezas, seres que al salir del agua dan nombre a las especies”.

Así comienza La parcela, la espléndida novela de Alejandro Simón Partal, editada por Caballo de Troya el año pasado, cuando Jonás Trueba estaba al cargo de la selección de las obras de esta editorial. Poco más hace falta que ese comienzo para recomendar de forma encendida la lectura de la obra. Es un libro escrito por un poeta y se nota para bien, para muy bien. Esta es su primera novela, tras varios libros de poesía publicados, pero el autor no abandona el lirismo en cada frase, en cada descripción, en cada diálogo.


La novela es extraordinaria. Tiene como protagonista a un profesor que acudió a dar clases de español a Boulogne-sur-Mer, en el “norte extremo de Francia, desde donde quizá pueda verse Inglaterra, pero desde donde nadie otea París”. La acción transcurre en Calais, al lado del campamento en el que refugiados y personas en situación irregular malviven a la espera de una oportunidad para dar el salto al Reino Unido. El profesor, que en parte escapa de la enfermedad de su padre en España, entablará una relación con Nizar, un joven sirio que vive en el campamento, también llamado la jungla o la parcela. 

El libro, de capítulos cortos, está lleno de hallazgos y de sentencias prodigiosas, casi aforismos. Es un libro sobre el amor, pero también sobre la vulnerabilidad, la familia, la enfermedad, sobre lo que nos hace humanos. A pesar de su sinopsis y del lugar en el que transcurre, no es ni lo pretende un libro político o de denuncia social. Se muestra la situación de los personajes, la inestabilidad de Nizar y su hermano, sus malas condiciones de vida y sus miedos, pero la obra no gira en torno a ello, ni tampoco subraya en ningún momento que esa relación de amor y pasión narrada en el libro sea entre dos hombres. Es una historia de amor. Nada más. Nada menos. Sin apellidos ni adjetivos. 

El hecho de que el protagonista y narrador del libro sea profesor da pie a que la educación también forme parte de la obra. Hay varios pasajes en los que el maestro comparte las lecciones de los Ensayos de Montaigne o en los que lee con sus alumnos poemas. “Dedicamos gran parte del tiempo a leer poemas en las lenguas que podíamos y a hablar del amor, esas cosas que se entienden mejor cuando no se comprenden del todo”, leemos, en otra de esas frases memorables del libro. Y, siempre en el centro, el amor, esa relación de pasión tan bien contada, que deja relatos como éste: “di por hecho que estaba viviendo uno de esos momentos que años más tarde uno reconoce como plenitud y que en ese instante es otra cosa”. 

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