La edad de la ira

 

La edad de la ira, la serie de Atresplayer Premium que adapta la novela homónima de Nando López, aborda tantos temas interesantes y lo hace tan bien, con tanta honestidad y profundidad, con tanto acierto en cada detalle, que no sé por dónde empezar. Quizá estaría bien empezar por lo más importante, lo mucho que esta serie ayudará a jóvenes que se encuentren en una situación como la de su protagonista. Cuánto bien nos habría hecho a muchos en nuestra adolescencia contar con historias como ésta. Es indudable que hemos avanzado mucho en materia de igualdad y en el respeto a las personas LGTBI, pero también es tristemente cierto que las agresiones y el discurso del odio están creciendo. Queda mucho camino por recorrer y, aunque haya quien prefiera mirar hacia otro lado, todavía hay muchos jóvenes LGTBI a los que la sociedad les pone muy difícil aceptarse y quererse como son. Estoy seguro de que esta serie dará fuerza a muchas de estas personas y, con suerte, también ayudará a abrir mentes en algunas familias. Y eso es infinitamente más importante que cualquier aspecto técnico o narrativo de la serie. Pero es que resulta que, además de tener un mensaje necesario e importante, la serie es muy notable y tiene no pocos aciertos. 
Me ha gustado especialmente la estructura poliédrica del relato. La miniserie está dividida en cuatro capítulos, cada uno contado desde la perspectiva de un personaje. Es una estructura muy atractiva, porque permite al espectador ir montando las piezas del puzzle. Esto nos lleva a otra de las fortalezas de esta historia, lo bien construidos que están los personajes. Se nota que el escritor de la novela y los responsables de la adaptación televisiva (Lucía Carballal, Juan María Ruiz Córdoba y Jesús Rodrigo) se han esforzado por escapar de los clichés y los estereotipos que suelen acompañar a los personajes adolescentes en la ficción. Son personas mucho más complejas, con ideas propias y con problemas reales que no se deben menospreciar. 

La voz de los jóvenes resuena en la serie con autenticidad y sin el menor atisbo de paternalismo. Son personajes muy ricos en matices, que necesitan también intérpretes que estén a la altura del reto. Lo están. Con creces. No había visto trabajar a casi ninguno de los miembros principales del elenco y en esta historia lo bordan, transmiten esa sensación gozosa de los elencos entregados a la historia, que no buscan su brillo personal y, precisamente por eso, terminan brindando de forma colectiva y también individual unas interpretaciones excelentes. 

Manu Ríos da vida a Marcos, el protagonista, que sufre por la opresión de su padre en casa, y que empieza a descubrir su orientación sexual. El temor, el propio rechazo a lo que siente, el proceso por el que pasa a lo largo de la historia, hacen de Marcos uno de esos personajes imposibles de olvidar. Pero lo mismo sucede con Sandra (Amaia Aberasturi), absolutamente maravillosa, y con Raúl (Daniel Ibáñez), con quienes Marcos entabla una relación preciosa que le ayudará a ir soltando lastre y a entender que uno debe vivir de forma libre su propia vida. Y lo mismo cabe decir, desde luego, de Carlos Alcaide, que da vida a Ignacio, el formal y estudioso hermano de Marcos, que intenta complacer a su despótico padre, pero que adora a su hermano. La relación entre ambos, por cierto, da pie a alguna de las (muchas) escenas en las que es imposible contener la emoción a lo largo de la serie.  

Mención especial merece igualmente el personaje al que da vida Eloy Azorín, un profesor clave para el crecimiento personal de Marcos en la historia. Un homenaje a los maestros, a su papel clave en el desarrollo de los jóvenes, y a la importancia de enseñar algo más que contenidos teóricos. Enseña a sus alumnos a amar el cine y la poesía (conmovedora la escena en la que comparte con ellos un poema de Lorca), pero también a respetar al diferente, a construir una sociedad libre de odio y de LGTBIfobia. Es un personaje extraordinario, la clase de profesor que ojalá todos los alumnos que se sienten diferentes y rechazados por ellos tengan en sus aulas. 

La música, la frescura con la que está narrada la historia de este grupo de jóvenes, la capacidad de lanzar un mensaje de optimismo pese a la dureza de lo que se cuenta, el viaje emocional que supone cada capítulo, la relación de Marcos con su madre, las dudas e inseguridades de la adolescencia, la importancia de la educación, la necesidad de contar con referentes... Todo eso contribuye también a hacer de La edad de la ira una serie especial. Es una celebración de la diversidad, de la experimentación, de la imperiosa necesidad de vivir siendo uno mismo, una misma, sin sentir miedo por el odio o la incomprensión de otros, sin buscar la aprobación de quien ve el mundo en blanco y negro y no con la explosión de colores del arcoíris. 

Además de los cuatro capítulos de la serie, que fue la razón por la que me suscribí a Atresplayer Premium, este proyecto cuenta también con un podcast conducido por Nando López. En él, varios jóvenes hablan sobre cuestiones como la salud mental, la relación con sus familias o su orientación e identidad sexual. Al escuchar los cuatro capítulos del podcast he sentido lo mismo que sentí al ver la soberbia Quién lo impide, que también da la voz a los jóvenes sin juzgarlos, dejándoles explicarse y compartir sus reflexiones, algo altamente infrecuente en los medios de comunicación. En este podcast se abren paso testimonios muy valiosos, que merece la pena escuchar. 

Nando López demuestra con sus obras, tanto novelas como obras teatrales, el valor de una cultura comprometida, que nos entretenga, emocione y divierta, por supuesto, pero que también tenga algo que decir, que vaya más allá, que ayude a otras personas y contribuya a mejorar esta sociedad, dando refugio a quienes se sienten solos o excluidos, y también ayudando a aprender y a ponerse en el lugar de otros a todo aquel que quiera acercarse a su obra. Su forma de estar en el mundo, no sólo con sus obras, sino también con su activismo en redes sociales y con sus charlas en colegios e institutos, es admirable y, como esta historia ahora convertida en serie, hace mucho bien. Porque, como le escuchamos decir a Álvaro, el profesor al que da vida Eloy Azorín en la serie, aquellos años con miedo a mostrarse tal cual es, libre, no vuelven, nadie nos los devuelve. Es maravilloso comprobar que obras como ésta puedan ayudar a que los jóvenes que hoy pasen por lo mismo cuenten con más aliados y más herramientas para vivir su proceso menos solos, más acompañados, con un mensaje de esperanza. Porque, parafraseando la canción original de la serie, de Sila Lua, ahí fuera les espera "tanta, tanta, tanta vida". 

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