Cerrar bien una historia nunca es sencillo. Más aún si además se trata de una serie basada en la historia real del suicidio de un amigo, pero que durante tres temporadas ha huido de la solemnidad y la sensiblería, y que se ha dedicado a celebrar la familia elegida (y la otra, cuando lo merece), la ironía, la amistad y la cultura popular, siempre con un tono irreverente. Es el caso de Big Boys, la serie emitida por Filmin en España en la que su creador, Jack Rooke cuenta su historia real como joven gay que fue más tarde a la universidad por la muerte de su padre y su amistad con un amigo con problemas de salud mental que terminó suicidándose.
Después de dos maravillosas temporadas, la tercera tanda de episodios tenía ante sí el reto de dar un final a la altura de lo visto hasta ahora, del tono tan peculiar de la serie, de su vocación permanente de ofrecer escapatoria en forma de risas en cuanto asoma una lagrimita. Una serie en la que la mayor muestra de amor entre dos amigos es hacerse la peineta y en la que se suceden sin solución de continuidad diálogos tiernos sobre sentimientos con bromas de todo tipo y menciones constantes a la cultura popular.
Pues bien, la serie logra superar con nota el muy difícil reto, porque conduce a la vez mostrar esa crisis del personaje que representa al amigo del autor con problemas de salud mental, al que da vida Jonathan Pointing, sin perder ni un ápice de la frescura, la gracia y la ternura que son el sello de esta serie. La relación entre los dos amigos vuelve a estar en el centro, mostrando una amistad improbable entre un chico gay que es inseguro, está muy unido a su peculiar familia y se descubre a sí mismo en la universidad (Dylan Llewellyn) y otro chaval que aparenta ser el perfecto macho alfa, pero que en realidad esconde mucha más sensibilidad y también muchas mas fragilidades de las que aparentan.
El tono de la serie, que nunca se sumerge en el dramatismo ni en la solemnidad; la complicidad de su elenco, que vuelve a rozar la perfección; la sátira sobre las redes sociales o el postureo de todas las clases, muy evidente en algunas subtramas de esta última temporada; la defensa de la familia elegida como refugio; la representación de la diversidad sin discursos panfletarios y sin rehuir la incorrección; el papel de la ficción para recordar a seres queridos que ya no están y para hacer justicia con lo que ocurrió… Todo esto hace de Big Boys una serie especial.
Cualquier cosa que bordee lo sensiblero o lo cursi que se pueda decir sobre esta serie sería devaluarla. Y ese es su gran valor. Claro que bajo esa capa de irreverencia, bromas constantes y humor muy británico se esconden unos personales sensibles y tiernos que lo hacen lo mejor que puede e intentar rescatarse con amor, pero sin ser nunca perfectos, es decir, siendo siempre muy humanos. La serie demuestra que no hace falta ponerse estupendos para hablar de temas profundos como la salud mental o el duelo.
El final, con una solución valiente y que funciona muy bien, que encaja a la perfección con la esencia de la serie hasta ese emotivo último capítulo, redondea una producción maravillosa y muy inusual, una serie espléndida que se empeña en no tomarse a sí misma demasiado en serio. Muestra Jack Rooke en esta producción tan personal una forma de estar en el mundo, una actitud ante la vida y una mirada a sus propias vivencias que llenan de verdad Big Boys y lo convierten en una serie única.
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