Diarios de la Segunda Guerra Mundial

 


Manuel Chaves Nogales (1897-1944) murió con 46 años. Pese a fallecer tan joven, el admirable periodista y escritor sevillano dejó una extensa obra literaria y periodística que han despertado estos últimos años una auténtica pasión entre los lectores y un afán entre sus estudiosos y las editoriales por rescatar textos inéditos. Se elogia de Chaves Nogales, con razón, su humanismo, su espléndida prosa, su compromiso con la razón en un pedido de locura fanática, su trayectoria periodística y su lucidez. Más de un siglo después de sus primeras obras, está más de moda que nunca y hoy, de hecho, es mucho más admirado y reconocido que en su época, cuando, según él mismo escribió, hizo méritos para ser fusilado por los dos bandos de la Guerra Civil española, al no transigir con las atrocidades de ninguno de ambos. 

Por todo ello, es un incuestionable acontecimiento editorial de primer orden la publicación por parte de la editorial El Paseo de los Diarios de la Segunda Guerra Mundial del periodista sevillano, con edición de Yolanda Morató, cuyo primer número reúne las crónicas que Chaves Nogales escribió en 1939 y en 1940 desde París, adonde se exilió huyendo de la Guerra Civil, y de donde también tuvo que volver a marcharse, esta vez rumbo a Londres, por culpa de la II Guerra Mundial y la invasión nazi de parte de Francia. 

La publicación del libro, por cierto, ha provocado una de esas polémicas en medios con muchos artículos enfrentados, réplicas y contrarréplicas hasta el infinito y más allá,  y en la que no cuesta imaginar intereses personales cruzados. Reconozco que leí los artículos muy críticos de Abelardo Linares y de Andrés Trapiello, y también la respuesta de Yolanda Morató, pero con mucho menos interés con el que he leído el libro en sí. Son esas disputas disfrazadas de académicas y literarias que suelen tener bastante más de intereses un poco menos confesables. En todo caso, los lectores de Chaves Nogales disfrutamos con este libro y con cualquier escrito del autor sevillano. Todo lo demás es ruido. Cuenta Morató en el prólogo que hasta ahora apenas se había publicado una décima parte de la producción de Chaves Nogales durante la II Mundial.  

En sus crónicas desde París, Chaves Nogales muestra una ciudad que no abandona una cierta normalidad a pesar del comienzo de la II Guerra Mundial y del inminente riesgo de una invasión nazi. El periodista no disimula su desprecio profundo por la Alemania de Hitler ni su admiración por Francia en general y por París en particular. Muestra en sus escritos una confianza ciega en el país galo, hasta el punto de que algunas de las crónicas tienen casi un tono propagandístico. Pese a todo, el interés de estas crónicas es innegables, en especial, cuando relata hechos de la vida cotidiana de París.  

En La agonía de Francia, publicado en 1941, un año después del final de estas crónicas, el periodista español contó la caída del país galo ante el avance de las tropas nazis. En esa obra relataba la inusitada facilidad con la que el Estado francés se desplomó, en medio de una inconsciencia colectiva. “El Estado puede hundirse y desparecer para siempre y el pueblo puede caer en la esclavitud sin que el autobús haya dejado de pasar por la esquina a la hora exacta, sin que se interrumpan los teléfonos, sin que los trenes se retrasen un minuto ni los periódicos dejen de publicar una sola edición”, escribió. El tono de aquel libro, ya escrito desde Londres, ya sabiendo que Francia no soportó ante los nazis, es mucho más crítico que el de estas crónicas, un contraste que también resulta revelador. 

En su primera crónica, Chaves Nogales afirma: “no creo que jamás los pueblos europeos hayan estado tan fríamente dispuestos a pasar, de modo natural y sencillo, sin un ademán, sin un gesto, de la vida normal y civilizada a la barbarie de la guerra”. Es 1939 y relata casi a diario los denodados esfuerzos de los parisinos por volver a la normalidad. Y en París la normalidad es, entre otras cosas, la vida cultural y festiva. Muy pronto, por ejemplo, escribe que “la guerra ha matado la afamada noche parisina y ha suprimido toda diversión y frivolidad”, y añade que “hay una percepción general de que los franceses, que son amantes de los placeres, pronto querrán un poco más de libertad de la que han tenido hasta ahora para divertirse. En efecto, tardan poco en reabrir los teatros, los cines y las salas de música.

Retrata Chaves Nogales un país convencido de que debe librar la guerra contra los nuevos bárbaros, no para conquistar otras tierras, sino para poder defender la paz y, sobre todo, un modo de vida y una forma de estar en el mundo. El tiempo demostró que había partes no pequeñas de la población de ese país, como mínimo, dispuestas a colaborar con los invasores nazis. Muestra una ciudad de trabajadores entregados a los esfuerzos de la guerra, sí, pero también de ambición por no perder las tradiciones parisinas. Habla, por ejemplo, del impacto que causa la prohibición de vender trozos de carne de más de 100 gramos, lo que acaba con el célebre Chateaubriand; de la exigencia de convertir los jardines en huertos o de un debate muy francés sobre las protestas de los cabarets de Montmartre, que reivindican su derecho a la crítica. Chaves Nogales, por cierto, se muestra bastante comprensivo con la censura del gobierno francés. “De todas las censuras que he padecido en mi vida de periodista, esta es quizás la menos irritante”, escribe.

Una y otra vez, el periodista sevillano muestra cómo París busca ese precario equilibrio entre ser conscientes de vivir en guerra y la necesidad de mantener sus señas de identidad. Quizá en pocos pasajes lo relata de un modo más bello que en el que cuenta que, los domingos, los parisinos salen a los parques y jardines “soñando con días menos repletos de angustia, mientras la brisa suave del Sena los acaricia, diciéndoles que la vida es hermosa y que volverá a serlo más todavía el día en que desaparezcan los locos furiosos que hoy la ensombrecen”. Entre esos entretenimientos que embellecen la vida, por cierto, está el Tour de Francia. En marzo de 1940 escribe: “no tardaremos mucho en empezar a apasionarnos por la vuelta a Francia que se celebrará este año a pesar de la guerra, eludiendo solo la zona de los ejércitos. Francia seguirá siendo la nación más ciclista de Europa y del mundo”. Tristemente, la contienda impidió la disputa de la carrera ese año y los sucesivos, 

Por supuesto, Chaves Nogales escribe estas crónicas en pleno inicio de la II Guerra Mundial y sus horrores asoman en sus textos. Estremece, por ejemplo, su crónica del 6 de febrero de 1940, en la que da cuenta de las noticias sobre las atrocidades los nazis en Polonia, que el mundo se resistía a creer, afirma. “Los grandes caudillos bárbaros de la antigüedad no eran más piadosos que los nacionalsocialistas, pero por mucha que fuera su crueldad, tenían un límite: el de la imposibilidad física de asesinar o esclavizar a muchedumbres ilimitadas”, escribe. 

También da cuenta de la invasión nazi de Dinamarca y su ataque a Noruega, así como presta atención a los gestos bélicos de Mussolini hasta que, en junio de 1940, decide la entrada de Italia en la guerra. Es una de sus últimas crónicas. Algo antes, habla sobre un artículo de Mussolini en Il Popolo d’Italia llamando a hacer la guerra, y aprovecha para alertar a sus lectores del riesgo de la propaganda fascista. “Nadie en Italia, ni siquiera los mismos fascistas, tomaban demasiado en serio sus trágicos ademanes, pero lo cierto es que cantando irónicamente el Non ti arrabiare, y manteniendo simultáneamente la aparatosa liturgia del fascio, los italianos llevan 20 años de régimen fascista auténtico”, escribe. También alerta contra los bulos nazis, de los que dice que “la consigna hitleriana de que una mentira por grande que sea y por inverosímil que sea siempre hace su efecto, sigue siendo sistemáticamente aplicada”.

A medida que la contienda se va acercando a París y va tomando tintes más dramáticos, el tono de las crónica cambia. El autor mantiene un optimismo ciego y asegura que en la ciudad no hay pánico alguno, pero la guerra se acerca. Son quizá los textos en los que más cuesta creer lo que escribe y en los que más roza la propaganda, con una cierta negación de la realidad, incluso. Tras el primer bombardeo nazi de París, por ejemplo, escribe que “hubo muertos y heridos, ciertamente, pero, en su inmensa mayoría, se trata de gente imprudente, que se habían quedado a cielo abierto, o bien víctimas de su deber”. 

El autor da cuenta en sus últimas crónicas de la llegada masiva  de refugiados belgas y de la huida de campesinos de las localidades de las afueras de París, preludio claro de lo que estaba por venir. Su última crónica firmada desde París es del 13 de junio de 1940. Al día siguiente, las tropas nazis entran en la capital francesa

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