El negro de Vargas Llosa


El libro que el lector tiene entre manos es una novela, es decir, una obra de ficción. Pero muchas de las cosas que se cuentan son verdad, como en todas las novelas. Por ejemplo, que el sol sale por la mañana y se pone al anochecer. Que el lector separe el trigo de la paja”. Así comienza la divertidísima novela El negro de Vargas Llosa, de Eduardo Riestra, editado por Pepitas de calabaza y Los Aciertos.

El editor Eduardo Riestra existe, como existen los autores que menciona en la obra, las novelas de Vargas Llosa y los lugares y saraos del mundo editorial en los que transcurre la historia. Pero, lógicamente, hay mucha invención, mucho juego, mucha imaginación. El libro es, por encima de todo, un maravilloso divertimento de alguien que trabaja en el mundo editorial y lo conoce bien. Tiene algo de biografía a retazos de Vargas Llosa, bastante de guía de lecturas del propio autor y mucho de juego libresco

Como sugiere el título, el punto de partida de la trama de ficción del libro es un supuesto encargo de Vargas Llosa al autor y narrador de la obra para revisar, primero, y directamente para escribir, después, algunas de sus últimas novelas, ante el agobio de la vida social y los compromisos del escritor peruano tras recibir el Nobel. Esta gracieta ingeniosa sirve al autor para hablar sobre el propio estilo de Vargas Llosa, destacar sus obras preferidas (reivindica, por ejemplo, La guerra del fin del mundo) y también para compartir algunas pinceladas de la vida del escritor, como lo mucho que le marcó la frialdad de su padre o su permanente disposición a hablar de política

Aunque la trama ficticia, divertida y un poco provocadora de la autoría de las obras finales de Vargas Llosa es el hilo conductor del libro, posiblemente lo más interesante de la obra es la visión del autor sobre la literatura latinoamericana, por la que muestra una clara devoción. Entre otros nombres, elogia al peruano José María Arguedas o al argentino Haroldo Conti. También comparte su entusiasmo con obras como Bajo el volcán, de Malcolm Lowry, que define como la mejor novela mexicana de todos los tiempos, “descontando a Pedro Páramo”, o Paradiso, de Lezama Lima. Va más allá de los nombres más manidos de la literatura latinoamericana. Por ejemplo, escribe: “uno cita en público una obra de Borges (o de Thomas Mann) y puede respirar tranquilo. Es como regalar bombones Ferrero Rocher, que siempre quedas bien”. 

Además de su irónica (y posiblemente muy realista) descripción de las fiestas del mundo editorial, las ferias del libro y las firmas, son igualmente interesantes las historias del pintor y escritor Tim Behrens, o la del relato de Mark Twain del primer crucero. Esta última, de hecho, es hilarante, y deja con ganas de leer más.  

El negro de Vargas Llosa, en fin, es un libro muy entretenido, repleto de menciones y anécdotas literarias, un regalo para cualquier lector, en la que Riestra comparte con pasión y un estilo ágil y divertido sus autores preferidos. Eso sí, aquí, como en tantas otras obras, “autores” no es un masculino genérico, porque son escasísimas las menciones a escritoras en el libro. Una de las pocas se refiere al formidable También esto pasará, de Milena Busquets, uno de mis libros preferidos, que describe con displicencia como “una novelista amable e inofensiva”. Para gustos…

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