Vindictas: Cuentistas latinoamericanas

 

De las mil y una razones que existen para apoyar la diversidad en las historias que se publican y que se atienda a la mitad de la población tantos siglos silenciada, como lector, la más elemental es apoyarla en defensa propia. Sencillamente, nos perdemos demasiadas voces, demasiadas historias, demasiada literatura, si no atendemos como merecen a las autoras talentosas. En Vindictas. Cuentistas latinoamericanas, editada por la Universidad Nacional Autónoma de México y por Páginas de Espuma, se reúnen 20 cuentos de 20 autoras, una de cada país latinoamericano, incluido España. Son autoras cuyo talento narrativo queda claro en sus relatos, pero de cuyo nombre, en la mayoría de los casos, ni siquiera habíamos oído hablar. Proyectos como éste son necesarios y muy admirables por muchas razones, pero la esencial, insisto, es que nos permite ampliar nuestro universo como lectores. 


Los editores del libro son Socorro Venegas y Juan Casamayor. El prólogo de la obra es una transcripción de una conversación vía Zoom entre ambos en la que hablan del proyecto, en medio del confinamiento que detuvo el mundo el año pasado. En ese prólogo se explica que este proyecto es posible gracias a una red de corresponsales en los distintos países latinoamericanos, que trabajaron con la meta de rescatar voces olvidadas o poco conocidas, con el ambicioso objetivo de cuestionar y completar el canon literario del siglo XX.

La obra cuenta con ilustraciones de la ilustradora Jimena Estíbaliz y la diseñadora Clarisa Moura, y tras los 20 relatos se incluyen semblanzas de las autoras de los distintos relatos. El libro se terminó de imprimir el 5 de septiembre de 2020, Día Internacional de la Mujer Indígena, en recuerdo a Bartolina Sisa, dirigente indígena aymara, que fue asesinada ese mismo día de 1782 tras liderar una sublevación contra la corona española.

Como ocurre siempre en toda obra que recopila relatos, los hay que me interesan o sorprenden más que otros. Me ha gustado especialmente Nadie llama de la selva, de la cubana Mirta Yáñez, que comienza con la imagen de un perro esperando a “quienes él sabía que tenían derecho a entrar en la casa y reanudar la vida, la única vida que el perro había conocido”. También me parecen especialmente destacables Barlovento, de la venezonala Marcel Moreno, y Una perfecta desconocida, de la nicaragüense Mercedes Gordillo. Este último relato, fabuloso, nos presenta a Margarita Luna, quien llama por teléfono y al otro lado la atiende... Margarita Luna.. En aquel cuento, una joven vuelve a Caracas desde París para el entierro de su abuela. El relato, con toques de realismo mágico, transcurre entre recuerdos, escenas misteriosas y fiestas paganas. La abuela de la protagonista le dijo de niña que podía hacer lo que quisiera, “pero en secreto, sin hacer sufrir a nadie”.

Muy impactante es Locura, de la española que se exilió en México María Luisa Elío. El relato, centrado en la memoria, está fragmentado, porque son anotaciones de una mujer internada en un centro psiquiátrico. “En ese momento en el que no me acuerdo que viví y que tuve memoria, ¿cómo me acuerdo de que no me acuerdo?, ¿qué recuerdo que me hace recordar que no recuerdo?” (...) “Lo triste es, sin embargo lo alegre no. Lo triste deja una huella, una marca, una cicatriz; lo alegre pasa como el aire, sin dejar señal alguna. Cuando recuerdo ando alegre casi se vuelve triste por la nostalgia, ya pasó”.

En Inmóvil sol secreto, de la mexicana María Luisa Puga, una pareja escapa a una isla griega, intentando olvidar una infidelidad. "Algo muy delicado e imperceptible casi se está formando. No sé si es compañerismo o una soledad en compañía muy consoladora", leemos. En otro pasaje la protagonista afirma que "quisiera saber en dónde empieza nuestro pasado y ahora qué es lo que intenta hacer de nosotros el futuro"

Ella y la noche, de la hondureña Mimí Díaz Lozano, es una historia breve y muy dura sobre un dolor indecible, mientras que Reunión, de la ecuatoriana Gilda Holst, toma como punto de partida una reunión de excompañeros del marido de la narradora. En Muerte por alacrán, de la uruguaya Armonía Somers, el relato avanza en medio de un ambiente misterioso, en una gran casa que es un personaje más del relato.

La espera, de la dominicana Hilma Contreras, relata sin complejos una historia de deseo entre dos mujeres. Por su parte, Sur, de la venezolana Silda Cordoliani, cuenta la huida de una mujer junto a otra amiga, al sur, siempre un poco más al sur. Cuando las mujeres quieren a los hombres, de la puertorriqueña Rosario Ferré, es el relato con un comienzo más potente: “fue cuando tú te moriste, Ambrosio, y nos dejaste a cada una la mitad de toda tu herencia, que empezó todo este desbarajuste, este escándalo girando por todas partes como un aro de hierro". Otro inicio contundente tiene Las chicas de la yogurtería, de la peruana Pilar Dughi: "en esta ciudad no se puede ser alegre y bonita, porque la gente murmura". La protagonista es una administradora de un proyecto de desarrollo rural, una forastera en Ayacucho. 

La sangre florecida, de la paraguaya Susy Delgado, es una historia de deslealtades y maldiciones, mientras que en De la que amó a un toro marino, de la costarricense Magda Zavala, la protagonista va conociendo a su marido y lo que piensa a cuentagotas, a pinceladas, a base de retazos de conversaciones. Ciertos paralelismos temáticos tiene con aquel relato Soledad de la sangre, de la chilena Marta Brunet, cuya protagonista es una mujer costurera que hace dinero con el compra un fonógrafo e intenta tener una cierta independencia de su marido. Desaparecida, de la guatemalteca Ivonne Recinos Aquino, es un cuento muy breve y desconcertante, y Guayacán de marzo, de la panameña Bertalicia Peralta, aborda la cuestión del aborto.

Completan el libro Cómplices de extraños juegos, de la argentina María Luisa de Luján, que gira en torno a la muerte, con un tono muy lírico e intimista; Jacinta Piedra, de la salvadoreña Mercedes Durand, una historia muy breve de una mujer que habla con su abuela muerta, y El occiso. 11 de abril de 1937, de la boliviana María Virginia Estenssoro, donde también aparece un espectro. Vindictas: Cuentistas latinoamericanas es un magnífico proyecto que recupera voces de mujeres narradoras casi olvidadas pero es, sobre todo, un festín de literatura, irresistible para los amantes de los relatos. 

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