Un concierto de año nuevo cargado de simbolismo


El concierto de año nuevo de la orquesta filarmónica de Viena es un símbolo en sí mismo, porque permite empezar el año con una buena disposición. Es un ejemplo de trabajo en equipo y la armonía lograda gracias a la colaboración de todos los miembros de la orquesta, como señaló el veterano director Daniel Barenboim en su discurso final. Este año, el recital más seguido del mundo, emitido por televisión en cerca de 100 países, ha estado más cargado de simbolismo que nunca. En 2021, la Sala Dorada del Musikverein de Viena estuvo vacía de público por culpa de la pandemia. Esta vez hubo 1.000 espectadores, todos ellos con su PCR negativa. El año pasado, ese concierto sin público fue un canto de esperanza, el deseo de una progresiva vuelta a la normalidad, el mensaje poderoso de la música. Ayer, el regreso de parte del público fue un símbolo de otro avance más en esa meta de dejar atrás la maldita pandemia que tanto dolor ha causado y causa. 


Empezar el año con la música alegre de los vals y las polcas es hacerlo rodeado de belleza, alegría y armonía. Un ritual. Una tradición que gusta cumplir. La música lo embellece todo y permite sonreír y ser optimistas con el futuro.    Todavía no es todo normal y la pandemia sigue poniéndolo difícil, pero ahí está la cultura para seguir saliendo al rescate. Por ejemplo, ayer se notó alguna ausencia en la orquesta, algún rostro conocido ya de otros años, porque los no vacunados no participaron en el concierto. Pero la fuerza del concierto, su enorme simbolismo, pudieron con todo. 


Como cada año, la realización televisa  fue extraordinaria. Me gustan especialmente los planos que muestran las caras de concentración y de entusiasmo de los miembros de la filarmónica. Un grupo de personas que empiezan el año haciendo lo que más les gusta y lo que mejor saben hacer, para felicidad de millones de personas en todo el mundo. Por tercera vez, el concierto de año nuevo contó con la dirección de Barenboim, ciudadano del mundo, hombre con una trayectoria admirable cercano ya a los 80 años de vida, que mostró serenidad y pasión, sin alharacas pero con la precisión de quien cuenta con una carrera asombrosa a sus espaldas y de quien sabe el poder transformador de la música, de quien la venera y cree en ella por encima de todas las cosas.  


De nuevo, Martín Llade estuvo impecable en la retransmisión y los comentarios del concierto en TVE. Con su habitual toque didáctico e irónico, explicó lo esencial de las distintas composiciones y también compartió la reivindicación de Barenboim, quien lamentó que la música esté despareciendo de los planes de estudio en los colegios. También dijo Llade, ya en la despedida, algo precioso, que  la música es la matemática de los sentimientos, porque aúna lo racional y lo emocional. Se acordó de Afganistán y dijo que donde no hay música no hay libertad. 


La primera parte del concierto, que hasta hace unos años no se emitía por televisión y que suele ser la parte más personal del director de cada año, fue también en la que más simbolismo se encontró. Ya desde el inicio, porque el concierto  comenzó con la Marcha Fénix de Josef Strauss y con el vals Alas del Fénix de Johann Strauss hijo, ambos alusivos al renacer del ave fénix, como deseamos todos que renazcan el mundo y la sociedad tras el azote de la pandemia. Tras la muy delicada polca mazurca La sirena de Josef Strauss, llegaron varias piezas que homenajean la democracia, la verdad y el periodismo. Toda una declaración de intenciones en defensa de la libertad de prensa. El galope ‘Pequeño boletín’ de Joseph Hellmesberger hijo, tiene el ritmo acelerado como el que se vive en las reacciones de los periódicos. El vals ‘Diario matutino’ de Johann Strauss hijo fue en su día interpretada en los bailes del club de prensa Concordia, igual que la siguiente pieza. Esta pieza, además, se acompañó en la retransmisión televisiva con imágenes de una pareja paseando por rincones de Viena. Con la polca rápida Pequeña crónica, de Eduard Strauss, muy animada, llena de vitalidad, se cerró la primera parte del concierto.


Como es tradición, en el tiempo de descanso se emitió un documental, esta vez, dedicado al medio siglo de vida de la fundación del patrimonio de la humanidad de la Unesco. Se recorrieron en él los 12 lugares que son patrimonio de la humanidad en Austria, siguiendo el vuelo de una mariposa y con miembros de la filarmónica vienesa interpretando distintas piezas en esos rincones. 


La segunda  parte tuvo un comienzo enérgico con la obertura de El murciélago. Le siguió el scherzo musical de la polca Champande Johann Strauss hijo, como dijo Martín Llade, muy espiritosa, que terminó con una botella de champán descorchada en el escenario. Fue muy divertida la interpretación del vals Noctámbulos de Carl Michel Ziehrer, con una parte cantada y otra silbada por los miembros de la Filarmónica.  A la Marcha Persa de Johan Strauss hijo le siguió el vals Las mil y una noches, también de Johann Strauss hijo, que fue esta vez la pieza embellecida por el ballet del Estado de Viena en un vídeo grabado. Preciosa coreografía. El tramo final del concierto incluyó la polca francesa Saludos a Praga de Eduard Strauss; Duendes, de Joseph Hellmesberger hijo; la polca Ninfas, con la que se rindió homenaje a la escuela española de equitación de Viena y el vals Armonía de las esferas de Josef Strauss, un final delicioso a la parte oficial del concierto, un vals delicado y encantador


Los bises regalaron la polca rápida A la caza y, por supuesto, los dos momentos más esperados de cada año, el vals El Danubio Azul de Johann Strauss hijo y la Marcha Radetzky de Johann Strauss padre. Daniel Barenboim pidió tomar nota de la excelencia de la orquesta filarmónica de Viena y de su ejemplo de comunidad ante el reto mundial de la pandemia. No sabemos qué nos deparará 2022, pero al menos lo hemos empezado de la mejor forma posible gracias a la música. 

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