El albergue de las mujeres tristes

 

La patria es aquel lugar donde no se siente el frío”, leemos en El albergue de las mujeres tristes, de Marcela Serrano, editado por Alfaguara. Una de esas frases que justifican un libro entero. Es una novela sobre la soledad, las relaciones personales, el amor, la maternidad, la libertad y el papel de la mujer en la sociedad. Es un libro de emociones, que gana cuando retrata los sentimientos de su protagonista, Floreana, una historiadora en horas bajas que acude al albergue del título, en la isla de Chiloé, para intentar encontrarse a sí misma. En cierta forma, el libro, publicado en 1997, anticipa algunos de los temas centrales del feminismo y de la vida moderna, aunque en ocasiones, con ciertos tópicos.


La atmósfera creada por la autora y su estilo literario son lo mejor de la novela. Cuando Floreana llega a ese albergue para mujeres, leemos que allí “se respira un aire de otros siglos, siglos del pasado que deben de haber sido más humanos”. La protagonista se siente “tan ajena de sí misma como le sucedía en la adolescencia, cuando salía de un cine y enfrentaba la realidad de la calle”. El personaje mejor construido es sin duda el de Floreana, de quien se dice que es uno “de los raros seres en este mundo que se relacionan con otro preguntando, como si todavía el género humano le interesara”.

Floreana conoce a Flavián, un médico que trata a las personas más pobres de la isla y no empatiza con “el pesar del intelecto” que mantiene a las mujeres en ese albergue. A medida que avanza la trama, la relación entre ambos se irá adueñando de la novela. Los dos parecen decididos a renunciar al amor, por heridas del pasado. El libro a duras penas cumple el test de Bechdel, que implica que aparezcan en la historia al menos dos personajes femeninos que mantengan una conversación que no tenga como tema un hombre. Aquí la mayoría de esas conversaciones giran, precisamente, en torno a los hombres y a las relaciones sentimentales, al amor en los tiempos actuales y a la idea del amor romántico.

Como digo, hay en el libro, en boca de sus personajes, claro, algunas generalizaciones sobre los hombres y sobre las mujeres que me chirrían. Aparecen tópicos como presentar la violencia psicológica como la especialidad de las mujeres, frente a la violencia física de los hombres, o afirmar que las mujeres invariablemente quieren compromiso en las relaciones y los hombres, también invariablemente, no. O un personaje homosexual que dice serlo por “la confusión reinante” en las relaciones entre hombres y mujeres, como si eso fuera algo que se pudiera elegir. Son partes que me echan algo para atrás, aunque siempre termino volviendo a sentir interés por el acierto a la hora de plasmar las emociones de la protagonista y porque, en el fondo, la obra reflexiona con un estilo ágil y con sensibilidad sobre la soledad en estos tiempos acelerados que habitamos y sobre el papel que le reservamos (o no) al amor.

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