Los Princesa de Asturias de la esperanza


No sabemos sus nombres ni los reconoceríamos por la calle, pero les debemos mucho. Katalin Karikó (bioquímica), Drew Weissman (inmunólogo), Philip Felgner (inmunólogo), Ugur Sahin (médico), Özlem Türeci (médico), Derrick Rossi (biólogo) y Sarah Gilbert (vacunóloga), han recogido hoy en Oviedo el Premio Princesa de Asturias de Investigación científica y técnica por contribuir al desarrollo de las vacunas contra el Covid-19. No se recordaba un aplauso así en el Teatro Campoamor, al que hoy volvían los Premios tras la ausencia del año pasado, a causa de la pandemia. Todo el público se puso en pie y aplaudió con ganas, un aplauso de gratitud porque su trabajo en la obtención de la vacuna es el que nos permite volver progresivamente a nuestra vida. 


Agradecemos el premio, pero sólo somos los representantes de los cientos de científicos cuyo trabajo ha hecho posible la vacuna”, contó Katalin Karikó en un bello discurso, en el que citó a Leonardo Da Vinci, quien afirmó que “los experimentos nunca fallan, tus expectativas sí”. La bioquímica reivindicó el valor de la investigación y recordó que sus hallazgos científicos permiten ya estudiar nuevas formas de prevenir la malaria y el VIH y de combatir el cáncer. Es decir, abren nuevas esperanzas. Esperanza ha sido una de las palabras más escuchadas esta tarde en la entrega de Premios, que siempre inspiran y emocionan. También habló de esperanza el rey don Felipe en su discurso, al señalar que el regreso al Campoamor simboliza un nuevo comienzo, la esperanza de la vuelta a nuestras vidas. Emmanuel Carrère, Princesa de Asturias de las Letras, y Gloria Steinem, reconocida en la categoría de Conunicación y Humanidades, hablaron igualmente de esperanza en sus discursos. 


Steinem, quien comenzó su discurso afirmando que ésta era la primera vez que recibía un premio en honor a una mujer, fue muy contundente en la defensa de la igualdad y no ahorró críticas a Trump. Pidió aprender de lecciones de la crisis del Covid-19, también respecto a los roles de género, o sobre cómo la sociedad aprendió de golpe qué trabajadores eran de verdad esenciales. Deseó que se dedique tiempo a analizar lo aprendido, tuvo palabras de reconocimiento a los indígenas americanos y defendió la risa como símbolo de libertad. “Vuelvo a sentir esperanza. Y la esperanza es una emoción muy rebelde. También observo que hay más risas, y la risa es la única emoción libre, la única que no se puede imponer. La risa es una prueba de libertad”, afirmó. 

 

Por su parte, Carrère firmó un discurso marca de la casa. Este fascinante escritor habló de su biblioteca, ordenada por idiomas, en el que el español está por delante del francés. Citó a Borges, Bioy Casares, Roberto Bolaño, Enrique Vila-Matas, Javier Cercas o Rosa Montero. Reconoció su trabajo a Anagrama. Y, entonces, puro Carrère, confesó que envió su discurso a la organización y que ésta le respondió que esperaban de él algo un poco más inspirador, no sólo un discurso de agradecimiento mencionando a su gente más cercana. Se le venía a decir que era un discurso convencional, contó, así que buscó algo más inspirador y entonces se refirió al juicio de los atentados del 13 de noviembre de 2015 en París, que cubre ahora para varios medios. Hizo lo que tantas veces hace en sus obras, reescribir delante de los lectores, reflexionar sobre lo escrito (lo dicho, esta vez) a medida que lo escribe. Sencillamente genial. Terminó con una maravillosa cita de Simone Weil, que no puedo dejar de reproducir íntegra: “El mal imaginario es romántico, novelesco, variado; el mal real es monótono, desértico, aburrido. El bien imaginario es aburrido; el bien real es siempre nuevo, maravilloso, embriagador. Por tanto, la “literatura de imaginación” o es aburrida o es inmoral, o una mezcla de ambas cosas. Sólo escapa a esta alternativa cuando pasa de algún modo, a fuerza de arte, al lado de la realidad, lo cual sólo el genio puede hacer.”


El escritor francés contó que en las intervenciones de los afectados por el atentado en el juicio encontró pruebas admirables de entereza y, sí, también de esperanza. Como esperanza  lleva a niñas de todo el mundo la organización CAMFED, Princesa de Asturias de Cooperación internacional, lo mismo que hacen José Andrés y su ONG World Central Kitchen, que se dedica a llevar comida a afectados por catástrofes de toda clase, desde los refugiados afganos a los habitantes de La Palma, hoy en el recuerdo de muchos. Sobre estas personas contó José Andrés que “no quieren nuestra limosna, quieren nuestro respeto y su dignidad”. El cocinero, que se definió como un inmigrante del mundo, recordó uno de sus lemas: el mundo necesita mesas más largas y no muros más altos. 


También fue muy emotivo, y lleno de esperanza, de mensajes de superación, el discurso de Teresa Perales, la deportista paralímpica más laureada de la historia de España. Marina Abramović, premio de las artes, y Amartya Sen, de Ciencias Sociales, completan el palmarés de este año, que hace la edición número 41 de estos galardones. 


La princesa Leonor hizo un buen discurso, en el que mencionó por primera vez a todos los premiados y en el que contó que la labor de los galardonados le inspira en su formación. Por su parte, el rey volvió a glosar los méritos de todos los premiados sin mirar una sola vez a sus papeles. Alabó la reivindicación colectiva del feminismo, representado por Gloria Steinem, y alertó de los retrocesos y de lo que queda por avanzar en pos de la igualdad. Pidió serenidad en la defensa de los valores democráticos y habló, en efecto, de esperanza tras la lucha contra el coronavirus. El siempre emotivo himno asturiano, interpretado por los gaiteros, puso el broche a esta edición especial de los Princesa de Asturias, tan inspirador y lleno de personas ejemplares como siempre, pero más esperanzador todavía que nunca. Un pequeño oasis en medio del ruido. Una tarde en la que, más allá de todo el visto, se alimenta de verdad la esperanza de un mundo mejor, apoyado en la ciencia, la cultura y la solidaridad. 

Comentarios