¿Quién hablará en europeo?

 

¿Quién hablará en europeo?, el ensayo de Arman Basurto y Marta Domínguez Jiménez editado por Clave intelectual, me ha interesado mucho por muchas razones. Quizá la principal es que no pretende ofrecer soluciones mágicas ni juega a adivinar cómo será el futuro lingüístico de la Unión Europea, sólo expone la realidad, analiza el presente y se apoya en el pasado para reflexionar sobre una cuestión apasionante de la que los propios autores reconocen que se ha escrito muy poco, la ausencia de una lengua común europea, es decir, de una verdadera conversación pública europea. Puede ser decepcionante para quienes busquen verdades absolutas, pero es muy inspirador y enriquecedor para quienes quieran abrir un debate y pensar sobre una faceta de la UE nada trillada.


El ensayo está dividido en dos partes, El mundo de ayer, en la que los autores comparten historias del pasado de algunas de las lenguas habladas en la UE, y La Europa del mañana, donde se preguntan cuál será el futuro en materia lingüística de esta unión de países que comparten instituciones, leyes, tratados y moneda, pero no una lengua común.

Los autores hablan del rol que tradicionalmente ha jugado la lengua como rasgo de identidad. Citan un estudio de Nature según el cual las personas que comparten una lengua colaboran mejor entre ellas, incluso hablando en otro idioma distinto a su lengua materna. Otro estudio concluyó que “las personas muestran un talante más abierto y tolerante respecto a cuestiones morales cuando conocen de ellas a través de una lengua extranjera”.

Los autores se preguntan si caminamos hacia una koiné europea, en alusión a la variedad del griego que se hablaba en los restos del efímero imperio de Alejandro el Magno. Hoy se utiliza ese término para hablar de las medidas fijas que surgen como consecuencia de la convergencia de otras dos lenguas. Para ello, buscan ejemplos en el pasado, como la pérdida de presencia del latin en el Imperio romano. Son muy interesantes estos episodios históricos. Hablan de los Juramentos de Estrasburgo de 842, realizados en el contexto de la disolución del imperio carolingio, que fueron redactados en dos dialectos que hoy se consideran el germen del francés y del alemán, que se consideran la primera manifestación de las lenguas vernáculas.

Es también muy sugerente lo que se cuenta sobre la relación entre el francés normando y el inglés medieval, tras la llegada de Guillermo, duque de Normandía, a Inglaterra en 1066. Durante cuatro siglos, la élite del reino de Inglaterra habló francés normando. Hoy, a los pies del escudo de armas del Reino Unido se lee “Dieu et mon droit”, Dios y mi derecho, en francés.

También los orígenes del español están presentes en el libro. Según la tesis de Ángel López García, “el idioma que hoy llamamos castellano o español fue en su origen una lengua de comunicación que surgió de la necesidad por parte de la población vascoparlante de comunicarse con sus vecinos. Así, las glosas emilianenses (notas al margen de un códice en latín escritas por un monje en torno al año 1000) son al mismo tiempo el primer testimonio de la lengua que se convertiría en el español actual y el primer escrito que conocemos en euskera”. La llegada de los Borbones implicó el uso del castellano como principal vehículo para construir un Estado nación, pero este idioma ya se usaba como canal de comunicación entre distintos pueblos de lo que hoy llamamos España.

Si algo deja claro el ensayo es que la realidad lingüística de los distintos países se ha ido moldeando con el paso del tiempo, en función de las políticas adoptadas por los gobernantes y también de las necesidades y peculiaridades de cada pueblo. En la Francia de la revolución de 1789, por ejemplo, sólo tres millones de franceses de un total de 25 millones tenían como lengua materna el francés, algo que cambió por decisión gubernamental con rapidez. O en Estados Unidos, donde los padres de la Constitución no establecieron un idioma oficial, pero donde Roosevelt declaró que en el país sólo había espacio para el inglés. 

La Unión Europa tiene 24 lenguas oficiales y, de facto, tres de trabajo: el francés, el inglés y el alemán. El francés ha ido perdiendo terreno y el inglés es ahora la lingua franca. Los autores explican que en los debates del Parlamento europeo se puede hablar en cualquiera de las 24 lenguas oficiales y todos los documentos deben ser traducidos a todas ellas. Con frecuencia, añaden, los europarlamentarios prefieren hablar en su lengua propia, ya que lanzan su mensaje a la población de su país, en lugar de optar por un idioma común a la mayoría de los representantes de los distintos países en esa Cámara. 

"En el barrio europeo de Bruselas se haba un inglés que haría vomitar a Charles Dickens, el Eurish", leemos. Una de las opciones para el futuro lingüístico de la UE sería que ese inglés roto y particular, con pronunciaciones propias y hasta términos adoptados de otros idiomas, se impusiera como la koiné europea. Los autores alertan del riesgo de que el inglés sea asociado por una parte de la población con la élite, de tal forma que termine siendo una razón más para la desafección de los ciudadanos con la política, en general, y con Bruselas, en particular. 

Desconocía que el populismo de derechas en los Países Bajos está relacionado, en parte, con el miedo a que el holandés se convierta en una lengua subordinada al inglés, ya que la mayoría de los cursos superiores en las universidades neerlandesas se imparten en este idioma y aquel país es de los que más dominio del inglés tienen la UE. También es curioso que, en contra de lo que se pensó tras consumarse el Brexit, la salida del Reino Unido de la UE posiblemente terminará reforzando el papel del inglés como lengua franca, ya que ahora ninguna de las grandes naciones de la UE lo tienen como idioma materno, así que se asocia como la única opción viable para que políticos de los distintos países se comuniquen entre sí. Los autores establecen también una comparación entre la UE y el imperio austrohúngaro, que tenía 14 lenguas reconocidas y contaba con una política lingüística muy liberal. ¿Quién hablará en europeo?, en fin, no da grandes soluciones, pero sí aborda un debate muy interesante, con rigor y auténtica voluntad didáctica y reflexiva. 

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