Odorama

 

“En cada respiro inhalamos tantas moléculas como el número de estrellas que percibimos en todas las galaxias del universo visible”, leemos al comienzo de Odorama, el ensayo de Federico Kukso, editado en España por Taurus, que tiene como sugerente subtítulo Historia cultural del olor. La obra, dividida en tres partes (olores de ayer, de hoy y de mañana) es extraordinaria. A veces parece que usa el olor como excusa para hablar de la Historia y a ratos parece lo contrario, que cualquier episodio histórico es bueno para preguntarse por los aromas de tiempos pretéritos. Es un libro que aborda el olor desde distintos prismas, que tiene como nexo de unión una cierta reivindicación de los olores como parte de nuestra historia y de nuestra cultura, en medio de un mundo que tiende a eliminar cada vez más el olor de nuestras vidas. 


Por remontarse al pasado, el libro se remonta directamente al Big Bang. El autor se pregunta cómo olería entonces el espacio. La parte de los olores de ayer es especialmente atractiva. Por ejemplo, cuando habla de los coprolitos, heces fosilizadas de los dinosaurios que permiten saber mucho de ellos. O este pasaje impactante: "Cada vez que respiramos capturamos la historia del mundo. Por nuestros pulmones deambulan los átomos que circularon por los cuerpos de Einstein, Mozart y Leonardo". 

La historia cultural del olor es también, en parte, la historia de la higiene. Por ejemplo, cuenta el autor que en el antiguo Egipto se limpiaban las manos y los pies al entrar en una casa. Se cree que por eso se libraron de grandes epidemias. En Atenas, por el contrario, había excrementos en las calles. Tiempo después, en Roma, al parecer, los cristianos dejaron de ir a los años públicos, considerados depravados, lo que provocó que olieran fuertecito. Pero, como la historia es cíclica, con el paso de los siglos los cristianos decían reconocer a los pecadores por su mal olor.

Nunca me había preguntado cómo olía, por ejemplo, la corte del Palacio de Versalles en los tiempos de Luis XIV. Parece que tirando a mal, ya que sólo había un baño, el de la cámara del rey, por lo que abundaban los orinales, que se vaciaban por las ventanas, y que no había letrinas. Ese olor nausebundo disparó el uso de los perfumes en Francia. Por cierto, descubro en el libro que hasta comienzos del siglo XIX no había perfumes para mujeres y perfumes para hombres. Otro pasaje curioso del libro, y tiene unos cuantos, es el que se refiere a la llegada de los españoles a América. A los conquistadores españoles les chocó la higiene de los mexicas, mientras que estos se horrorizaron un poco ante el fuerte olor corporal de los españoles, poco amigos entonces de los baños.

Por si os lo estáis preguntando, sí, las flatulencias y el olor corporal también tienen su generoso espacio en este libro. Desde tiempos del emperador romano Claduio, quien “emitió un edicto que permitía a todas las personas tirarse gases en banquetes, fuesen silenciosos o estridentes, después de oír hablar de alguien cuya modestia casi le había costado la vida”, hasta las múltiples menciones a las ventosidades que aparecen en distintas obras literarias. 

El libro es mucho más que un compendio de anécdotas sorprendentes sobre el olor, pero de éstas hay para regalar. Termino la reseña con dos. Uno, existe el US Government Standard Bathroom Malodor, desarrollado en 2001 en una investigación financiada por la Oficina de Armas No Letales del Departamento de Defensa de Estados Unidos para disolver manifestaciones. Aparece en el libro Guinness de los récords como el peor olor. Y dos, desconocía que muchas cadenas de hoteles tienen su propio olor: la fragancia Sequoia en Mandarin Oriental, ámbar en el Ritz, la fragancia propia White Tea en los hoteles de The Westin... Odorama, en fin, es un libro sensacional, de esos que se centran en un aspecto concreto, en este caso, el olor, y lo aborda desde todos los ángulos posibles. Tras leerlo, es imposible ver, o mejor, oler, el mundo igual que antes. 

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