Je me souviens

 

Fue Ernesto Sábato quien dijo que vivir es construir recuerdos futuros. La literatura, como la vida, se alimenta constantemente de la memoria de tiempos pasados. Y eso, un lírico ejercicio de literatura y de memoria, es el que construyó George Perec en su libro Je me souviens (Me acuerdo), inspirado a su vez en el libro I remember, de Joe Brainard. El autor francés escribió la obra entre 1973 y 1977, con recuerdos que van desde 1946 hasta 1961, cuando él tenía entre 10 y 25 años, es decir, su infancia y su juventud. Estos recuerdos, numerados, son lo que Serrat llama en su canción aquellas pequeñas cosas. Porque no son grandes cuestiones históricas ni grandes temas políticos o trascendentes los que componen el libro, sino recuerdos pequeños, banales, que son los que en el fondo terminan dándole sentido a la vida. 


El libro, muy lírico, que parece casi un poema en prosa, entremezcla toda clase de recuerdos, desde anuncios de radio o televisión a películas o funciones de teatro. Es una obra escrita contra la solemnidad, que siempre es impostada y falsa. Por las fechas de las que datan los recuerdos, hay algunos relacionados por el periodo posterior a la II Guerra Mundial, al igual que se menciona a políticos de aquella época, pero predominan las pequeñas cosas, las importantes de verdad. 

Cines que ya no existen, recuerdos de sabores y aromas de comidas de su infancia, los colores que tenían las distintas calles en en Monopoly, el chocolate de posguerra, las carencias después de la contienda, restaurantes donde fue feliz, teatros (muchos teatros), música, tiendas, exposiciones, la infancia (“me acuerdo cuando volvíamos de vacaciones, el 1 de septiembre, y todavía quedaba un mes entero sin colegio”, “me acuerdo que me confundían a menudo con un alumno que se llamaba Bellec”), ciclistas de aquella época, pruebas como la París-Roubaix, los tres bailarines estrella del ballet de París (Roland Petit, Jean Guélis y Jean Babilée), un recital de piano de Monique de la Bruchollerie en la catedral de Chartres, curiosidades de las clases de matemáticas (“todos los números cuyas cifras suman nueve son divisibles por nueve”), programas de radio y televisión... 

Perec reconoce que algunos de sus recuerdos pueden ser “objetivamente falsos”, como el 101, en el que le bailan varios nombres de campeones de tenis. Los recuerdos, en efecto, siempre son tramposos. Nada ocurrió exactamente como lo recordamos, por muy fieles que pensemos que esa memoria. Borges se preguntó si, en realidad, no terminamos recordando el último recuerdo de una vivencia, no la vivencia en sí, porque moldeamos constantemente nuestra memoria. Pero poco importa que así sea porque, dada la incapacidad de recordar cómo ocurrió algo de forma precisa, lo que nos remueve y nos emociona es el recuerdo que tenemos de ello, o los sucesivos recuerdos que vamos construyendo. 

Una parte importante del encanto de este librito es que resulta inevitable para el lector pensar en qué recuerdos incluiría, qué pequeñas cosas de su pasada destacaría en un ejercicio así. Qué pequeñas cosas recordaríamos, qué películas, conciertos, tardes con la familia, deportistas o comidas destacaríamos. Qué pedacitos intrascendentes y banales de nuestra existencia resaltaríamos si emprendiéramos un trabajo como éste de Perec, tan grande en su pequeñez, tan trascendente en su rechazo a lo trascendental, tan poderoso por su renuncia a la solemnidad. Tan honesto y real. Tan lleno de vida. 

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