Cromorama

 

El asombro ensayo Cromorama, de Riccardo Falcinelli, editado por Taurus, forma parte de ese tipo de libros irresistibles que abordan un tema en profundidad y desde distintos ángulos, incluidos los más sorprendentes e inesperados. En este caso, el color, y cómo éste transforma nuestra visión del mundo. Como es habitual en este tipo de ensayos, más que un relato lineal, el libro plantea una sucesión de historias, anécdotas, curiosidades y relatos en torno al color y su papel en la historia. Algunos, claro, más atractivos que otros, pero todos ellos interesantes, porque juntos completan este caleidoscopio sobre algo que todos damos por hecho, los colores y sus significados, pero que tienen más intrahistoria de la que pensamos a primera vista. 

Nada más comenzar el libro, el autor nos cuenta que asociamos el lápiz al color amarillo, hasta el punto de en una investigación en una oficina americana en la que se dieron a probar dos nuevos tipos de lápices, unos amarillos y otros verdes, los empleados se quejaron de los verdes, que eran idénticos a los amarillos. Es sólo un ejemplo del sentido que le damos al color. Como explica Falcinelli, fue la elaboración en serie y la modernidad las que trajeron la uniformidad cromática y los colores planos que hoy imperan en el mundo. 

Antes de la química, leemos, el color era una materia preciosa. En las vidrieras románicas de zona alemana hay muchos verdes y amarillos, mientras que en las francesas predominan los azules y rojos. Por entonces, la selección de los colores, más que una elección entre infinitas posibilidades, era reflejo de la disponibilidad real de determinadas sustancias en determinadas áreas geográficas. El más caro era el azul ultramar, que llegaba a Europa de tierras lejanas y procedía de la reducción a polvo de una piedra semipreciosa, el lapislázuli. Al ser el más costoso, entonces se reserva para el manto de la virgen.

Precisamente por esta razón, porque el azul era el color del manto de la virgen, ese color se asoció durante muchos siglos a las niñas. "Hasta el siglo XIX, el rosa era el color de los niños, porque era considerado como una versión edulcorada del rojo, color fogoso y viril por antonomasia; mientras que el azul claro era el color de las niñas, por referencia al manto de la virgen", leemos. Otro ejemplo más de los significados que otorgamos a los colores. 

Por supuesto, el libro también aborda el color desde el punto de vista científico. Incluye pasajes fascinantes como éste: “Si cerramos los ojos, las cosas que nos rodean siguen existiendo, desde luego, pero su color no. Al cerrar los ojos, el color deja de estar, porque el color no es algo que exista independientemente de unos ojos que lo experimenten. (...) Existen longitudes de onda concretas y la física puede medirlas, pero no está el color, que existe cuando un ser viviente es capaz de darle voz y consistencia”.Y aquí, otro más: “es probable que los seres primigenios de los que descendemos tuvieran un solo tipo de receptor, que les permitiría distinguir lo claro de lo oscuro; después, en un momento dado de la Historia, se produjo una diferenciación que llevaría a discriminar primero el azul del amarillo y después el verde del rojo. Una de las hipótesis es que esta capacidad habría sido ventajosa para distinguir los frutos maduros y rojos en medio del follaje verde, y está claro que en un hábitat coloreado es más fácil reconocer las cosas y encontrar alimento”.

El libro pasa del azul Madame Bovary al amarillo de Los Simpson, pasando por hitos históricos como la primera foto en color, gracias al físico James Maxcell, que data de 1861, o el estreno de Becky Sharp, la primera película en color, en 1935, gracias al technicolor, que se consideró en su momento un tipo de efecto especial más. De la cultura a la ciencia y a las tradiciones de las distintas sociedades o a mil y una curiosidades de las que no somos conscientes. Por ejemplo, que una maleta negra siempre se considera más pesada que otra blanca del mismo peso y tamaño, o que la elección del diseño y del color de las taladradoras y las batidoras no es precisamente inocente ni casual. 

Una de esas historias de las que está repleto el libro es la de la zanahoria que conocemos hoy, que es fruto de un artificio, ya que en el siglo XVII, en honor de los soberanos holandeses, los agrónomos de la corte desarrollaron, mediante los cruces oportunos, un tubérculo de color naranja (el apellido de la casa real es Orange). Cuenta el autor, y es cierto, que esperamos de los alimentos un determinado color, muy concreto, porque si es más claro o más oscuro podemos pensar que está malo o no es lo que queremos. “La mayonesa que se comercializa en Francia es de un amarillo intenso, grasiento y aterciopelado, para explicitar la presencia de los huevos. La estadounidense, por el contrario, es casi blanca, lo que remarca sus cualidades ligeras y dietéticas”.

El color condiciona y determina nuestra forma de ver el mundo, que ha ido variando con el paso de los siglos. Por ejemplo, las esculturas clásicas eran coloridas, pero su larga permanencia bajo tierra y el paso del tiempo borraron la pátina pigmentada de esos mármoles. A mediados del siglo XVIII, Johan Winckelmann, el primer promotor de lo antiguo, empieza a lavar las estatuas para quitarles los últimos restos de color, inventando el clasicismo blanco y deslumbrante que hoy admiramos. Cromorama es, en fin, un muy disfrutable ensayo que cambia nuestra forma de ver lo que nos rodea y apreciar los colores o, al menos, nos hará ser más conscientes de ello en adelante. 

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