París era mujer

 

El periodo de entreguerras en París es uno de los momentos históricos que más fascinación despiertan, sobre los que más se ha escrito. Se ha contado mucho y desde muchos ángulos aquella historia, aquel encuentro chispeante y lleno de talento de tantos genios de distintas disciplinas, ese aire de despreocupación y libertad, ese París centro del mundo cuyos pasos hoy todavía perseguimos cada vez que visitamos la ciudad francesa. Sin embargo, a pesar de ser un periodo extraordinariamente bien documentado y del que no nos cansamos de leer y saber más, por lo general se ha hablado mucho menos de las mujeres de aquel tiempo. Su papel, muy trascendente en ese París legendario, ha quedado tradicionalmente relegado a un segundo plano, algo que corrige con acierto Andrea Weiss en París era mujer: Retratos de la orilla izquierda del Sena, que nace de la película homónima rodada por la misma autora. El libro, editado por Egales, es maravilloso, un festín que nos permite saber más de esas mujeres sensacionales y completar la foto del París de los años 20, un retrato del que nos faltaba la otra mitad. 


Entre esas mujeres  de la orila izquierda que menciona el subtítulo de la obra estaban las escritoras Colette, Djuna Barnes y Gertrude Stein; las poetisas H.D. y Natalie Clifford Barney; las pintoras Romaine Brooks y Marie Laurencin; las editoras Bryher, Alice B. Toklas, Margaret Andersen y Jean Heap; las fotógrafas Berenice Abbott y Gisèle Freund; las libreras Sylvia Beach y Adrienne Monnier y la periodista Janet Flanner, entre otras. Tejieron una red de creatividad, se ayudaron unas a otras y juntas expandieron su talento y contribuyeron de forma decisiva a construir ese París creativo y libre que tanto nos fascina. 

La autora resalta que estas mujeres pensaron y actuaron en colectivo, sin competencia entre ellas, animándose y apoyándose. Su historia viene a ser el contrapunto a la visión del artista machote, bebedor y promiscuo del París de los años 20. Ni musas ni amantes, mujeres libres, independientes y creativas. En las páginas del libro se respira la libertad de estas mujeres. Algunas de ellas, es verdad, estadounidenses millonarias, ricas de familia, pero no sólo. En cualquier caso, dedicaron sus esfuerzos y sus recursos a crear, compartir conocimiento y potenciar la cultura. 

Cuando le preguntaron a Gertrude Stein por qué le gustaba vivir entre franceses respondió: “por una razón muy simple, son dueños de su vida y, por tanto, cada cual puede serlo de la suya”. Ése es el espíritu que recorre las páginas de esta obra exquisita. Las historias contadas aquí son muy inspiradoras y apasionadas. Como la de Adrienne Monnier, por ejemplo, que abrió una librería en 1915 con 23 años. La Maison des Amis des Livres se convirtió en el eje de la literatura francesa de vanguardia, punto de encuentro de artistas. Cuatro años después hizo lo propio Sylvia Beach, al abrir Shakespeare and Company, dedicada a la lengua inglesa, a la que aún visitamos muchos con devoción cada vez que ponemos un pie en París. Ambas se compenetraron y colaboraron desde el principio, ayudando a crecer sus respectivos proyectos.

Sylvia Beach mostró una confianza ciega en James Joyce, al que editó Ulises en 1922. Años después, fue traicionada por Joyce cuando se volvió famoso. Durante la ocupación nazi, aunque podría haber regresado a EEUU, decidió quedarse en París con sus amigos y guardó todas las existencias de la librería en un piso vacío.

También es maravillosa la historia de Gertrude Stein y Alice B. Toklas, que vivieron juntas cuarenta años. Stein, quien es posiblemente la más conocida de todas las mujeres mencionadas en el libro, hacía retrato con palabras inspirado en los retratos cubistas de Picasso, creó relaciones nuevas entre las palabras (su célebre poema "una rosa es una rosa es una rosa!...). Fue mentora de Hemingway, quien le dijo en una carta: “qué difícil es escribir, ¿no? Antes de conocerte me parecía fácil”. Ella acumuló cartas de rechazo de editoriales. Esos mensajes que recibió son de lo más variopinto. En una le decían que su obra estaba “excesivamente lejos de lo convencional”; en otra, que “nos complacería recomendarle otra editorial que pudiera estar interesada, pero lamentamos decir que nos parece improbable que pueda encontrar editorial para una obra de esa clase”, y en una tercera “sólo he leído una parte porque me pareció inútil leerlo todo, puesto que no entendí absolutamente nada. Tengo que reconocer que soy tan estúpido e ignorante como todos los demás lectores a cuyo criterio lo he sometido”. No triunfó hasta los sesenta años, pero nunca cedió ni hizo concesiones. Financió la publicación de su obra con la venta de un Picasso, del que fue una de sus mayores descubridoras, y con la ayuda constante de Alice.

No son  menos apasionantes las otras vidas de este París era mujer que tanto he disfrutado leyendo. Natalie Clifford Barney, personaje legendario, que fue autora de un infinidad de poemas y de trece libros, y que era abiertamente lesbiana y compartió su vida con la pintora Romaine Brooks, y con un sinfín de amantes. O Colette, quien inmortalizó la sociedad lésbica de París en Lo puro y lo impuro, su mejor libro. Se cuenta que los lectores del semanario Gringoire, que lo publicó por entregas en 1930, protestaron escandalizados y se suspendió la serie bruscamente tras la cuarta entrega. De un modo tan brusco que, según Janet Flanner, “la palabra FIN aparece en medio de una frase que quedó incompleta”.

Quizá la vida más sorprendente es la Djuna Barnes, a quien se describe como “el mayor enigma de la vida literaria de París”. Se dedicó a hacer periodismo de participación: se arrastró alrededor de la jaula de una gorila, se sometió a ser alimentada a la fuerza para escribir un artículo en solidaridad con las sufragistas inglesas... Su obra El almanaque de las mujeres causó un gran impacto, mientras que El bosque de la noche, mal recibido entonces por la crítica, es hoy un libro de culto. También fue periodista Janet Flanner, que escribió durante medio siglo una columna quincenal en la revista New Yorker llamada “Carta desde París”, bajo el pseudónimo de “Genêt”. Era una enamorada de la cultura francesa: “Recordemos que, cuando en América se hacían velas, en París se hacía Voltaire”, escribió en una de esas cartas desde París, en las que retrató la vida cultural de la ciudad. Enamorada de Solita Solano, también periodista, vivieron juntas en París casi 20 años.

El libro concluye con un epílogo dedicado a la ocupación nazi de París,  que terminó con aquel periodo de luces, creatividad, libertad, amores, pasiones y obras maestras que hoy, tantos años después, nos sigue cautivando, y en el que un grupo de mujeres desempeñó un papel determinante. Aquel tiempo en el que París era mujer. 

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