Yoga

 

Cuenta Emmanuel Carrère en Yoga, su última novela, que para el cineasta Truffaut, una película es un proceso de pérdida gradual y que “entre la idea que uno se hacía antes de rodarla y el resultado final hay siempre una diferencia más o menos grande: si es pequeña el filme es un éxito, si es muy grande es fallido”. Carrére piensa justo lo contrario. Cita a Chögyman Trungpa para afirmar que “el camino es la meta”. El resultado final no se parece en nada a su proyecto inicial de escribir un librito risueño y sutil sobre el yoga, pero el autor acepta esa diferencia abismal entre su objetivo y lo que termina publicando. El lector, al menos yo, también. 


Todas las obras de Carrère tienen algo de libro en construcción. Historias, citas, recuerdos, obsesiones, manías, elucubraciones., saltos hacia atrás y hacia adelante en el tiempo, confesiones..  En este caso esa cualidad de los libros de Carrère es aún más explícita. Yoga no sólo termina siendo algo totalmente distinto a lo que en origen iba a ser, sino que además, a causa de un contrato firmado por el escritor con su expareja, no menciona el detonante real de la depresión que aquí narra el autor francés, porque se comprometió a no contar nada de la vida con ella. Se limita, ya al final del libro, a incluir una cita de una obra anterior, De vidas ajenas.

El libro, pues, gira en torno a una ausencia, a algo que no puede contar. No dice nada de su divorcio, porque por contrato no lo tiene permitido. Hay un vacío enorme en Yoga y, pese a ello, es una obra extraordinaria. Carrère vuelve a demostrar que la realidad es el mejor ingrediente para crear literatura, ese espacio en el que no se miente, aunque aquí incluye algún componente de ficción. Hace gran literatura con todo, en especial, con sus propias experiencias y angustias, con su proceso vital de los últimos años, con su afición al yoga, que practica desde hace treinta años; su reacción ante los atentados de Charlie Hebdo, donde murieron personas que él conocía y quería; su proceso depresivo y el lamento por la pérdida de su editor. Todo eso está en Yoga. Nada que ver con lo que buscaba Carrère, pero exactamente lo que buscamos quienes recibimos cada nuevo libro del autor francés como un acontecimiento. He leído no pocas críticas de lectores decepcionados con Yoga. No es mi caso. No es su mejor libro, pero es un libro puro Carrère, y creo que ese vacío no sólo lo hace peor, sino que incluso lo fortalece. 

Comienza la obra con el autor relatando su experiencia en un curso de Vipassana, que consiste en diez días de meditación intensiva, aislado del mundo, sin poder hablar ni consultar el móvil ni ver la televisión. El autor explica lo que le ha aportado el yoga, o la meditación, e incluye distintas definiciones de lo que para él es la meditación. Entre otras, incluye estas: "aceptar que la vida tenga contrariedades en lugar de huir de ellas", "aprender a no juzgar", "saber que los demás existen"... El libro está plagado de citas. Por ejemplo, al comienzo, una de Freud que define la salud física como ese momento en el que estás a salvo del infortunio neurótico, solamente expuesto a la desdicha ordinaria. O la de Glenn Gould, a la que el autor tiene especial cariño, en la que afirma que "el objetivo del arte no es la descarga momentánea de una secreción de adrenalina, sino la construcción paciente, a lo largo de toda una vida, de un estado de quietud y de fascinación". Un estado de quietud y de fascinación. 

En mitad de ese curso de meditación intensiva, un día llaman a Carrère. Él sabe en ese momento que ocurre algo, porque sólo se puede interrumpir a las personas que asisten a ese retiro por algo grave. Entonces le comunican el atentado contra Charlie Hebdo, en el que fue asesinado Bernard Maris, pareja de su amiga Hélène. Carrère se proponía al empezar este libro "no sólo decir que el yoga y la meditación te hacen sentirte bien, sino que son mucho más que un pasatiempo o una práctica saludable, son una relación con el mundo, una vía de conocimiento, una manera de acceso a la realidad que merecen ocupar un puesto central en nuestra vida”. Pero el atentado, mientras él meditaba, le hizo dudar de todo y dejó de ver con buenos ojos su plan de escribir "un libro risueño y sutil sobre el yoga”. Decepcionado, dolido y, aunque no lo cuenta expresamente porque no puede, por contrato, divorciado. "Para vivir hace falta un relato, yo ya no tengo ninguno", afirma a mitad del relato. 

El libro, que son muchos libros, que deambula como si se estuviera construyendo a medida que se lee, nos traslada también a la isla griega de Leros, adonde acude Carrère, más en busca de salvarse a sí mismo que de salvar a los demás, y donde termina impartiendo un curso de escritura a un grupo de jóvenes refugiados. Por momentos, en esos pasajes el libro pasa a ser una compilación de crónicas y relatos. Es de lo mejor de la obra, la primera que Carrère terminó sabiendo que su editor, Paul Otchakovsky-Laurens, que murió en 2018, no lo leerá. Pocos escritores pueden construir una obra tan interesante con retazos de su vida, con un relato que da tumbos, en un libro que se transforma página a página y que, encima, contiene un vacío inmenso, clave para entender la historia contada. Yoga, en fin, vuelve a elevar la admiración por Carrère, uno de los más brillantes y honestos escritores contemporáneos.  

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