De vidas ajenas

La decisión de Anagrama de editar un volumen con tres de las obras más reconocidas de Emmanuel Carrère (El adversario, Una novela rusa y De vidas ajenas), permite al lector que aprecia la literatura sin ficción del autor francés, su querencia por las partes más oscuras del alma humana, por las más dramáticas y perturbadoras, por las más dolorosas, adentrarse aún más en el mundo del autor de El Reino o Limónov. Permite esta iniciativa de Anagrama, en fin, rendirse aún más al estilo tan singular de Carrère, a esa forma tan honesta de plasmar la vida de quienes le rodean, su propia vida, sus propios temores, sobre el papel

En De vidas ajenas, la última de las tres novelas que recopila la editorial en este volumen publicado hace unos meses, la historia comienza con el devastador tsunami de sudeste asiático, que Carrère vivió junto a su pareja Hélène en primera persona. Comienza la novela así: "me acuerdo de que, la noche antes de la ola, Hélène y yo habíamos hablado de separarnos". La experiencia traumática del tsunami, asistir a la pérdida de seres queridos de personas que, como ellos, disfrutaban de unos días de descanso en Sri Lanka, sumada a la pérdida (a la muerte, Carrère nunca escribiría pérdida, ni siquiera fallecimiento, escribiría de forma cruda, sencillamente muerte) de Juliette, la hermana de su pareja, a causa de un cáncer. 



No hay tiempos muertos ni páginas de relleno o de transición en las obras del autor francés. Aunque parezca que no ocurre nada sustancial o que el autor sólo divaga, que duda delante del lector, todo tiene un sentido. Así que no, no hay páginas sin interés ni pulso narrativo. Pero las primeras páginas de De vidas ajenas son quizá las más intensas de las que le he leído, las más conmovedoras, las más brutales. Habla Carrère de esas personas que, a su lado, ven cómo su mundo se desmorona por culpa de la ola. "La víspera eran como nosotros, nosotros éramos como ellos, pero les sucedió algo que no nos sucedió a nosotros y ahora formamos parte de dos humanidades separadas", leemos. 

El autor escribe con admiración de algunas de esas personas que conoce en medio del caos, en el terrible tsunami y sus devastadores efectos. Elogia, por ejemplo, a Philippe y a Jérôme, de quienes dice  que admira "esa forma de mirar ligeramente socarrona, sin malevolencia, a la gente que se agita y se estresa e intriga, que tiene sed de poder y de ascendiente sobre el prójimo. Los ambiciosos, los jefecillos, los siempre insatisfechos. Jérôme y él eran más bien de esas personas que hacen bien su trabajo, pero una vez que lo han acabado, ya ganado el dinero, lo aprovechan tranquilamente en lugar de cargarse con más trabajo para ganar más dinero. Tenían lo necesario para estar contentos con lo suyo, no todo el mundo tiene esta suerte, pero ante todo y también tenían la sabiduría de conformarse, de amar lo que tenían, de no desear más. El don de permitirse vivir sin mala conciencia y sin prisa, de mantener una conversación lenta y burlona a la sombra del baniano, bebiendo una cerveza a pequeños tragos". La vida, en fin. 

Cuando parecía que la novela sin ficción de Carrére iba a hablar de las vidas ajenas de quienes lo perdieron todo en el tsunami, de esa traumática experiencia del autor, conocemos la muerte de su cuñada Juliette. El escritor acude junto a su pareja al funeral de su hermana y allí conoce a Étienne, un amigo íntimo de esta. Carrère, como en sus otras obras, titubea delante del lector, parece ir escribiendo y modificando la obra delante de sus ojos. Y cuenta cómo al ver a Étienne comprende que ha encontrado el personaje a través del cual articular un libro que dejó empantanado tres años y retomó más tarde, en el que habla, como siempre en él, de todo un poco. Pero sobre todo de Étienne y Juliette, de su relación profesional de enorme confianza. Dos jueces decididos a ponerse del lado de los más débiles, convencidos de que "el código penal es lo que impide que los pobres roben a los ricos y el código civil lo que permite a los ricos robar a los pobres". 

Para cuando Carrère empieza a hablar de cuestiones algo técnicas de derecho francés, de la batalla legal de Étienne y Juliette, ya lo ha hecho otra vez, ya ha vuelto a atrapar al lector en las redes de su prosa directa, con su estilo claro sin rehuir dramas y horrores. Porque la novela habla de la pérdida de hijos jóvenes, de la muerte de madres con toda la vida por delante. Habla de la enfermedad. De las ausencias que lo llenan todo. De rehacer la vida cuando todo se ha perdido. Habla también del amor como cuando dice de los padres de Étienne y su historia que "fueron dos soledades que se encontraron", una de las más bellas definiciones del amor que uno recuerda. Es un libro duro, aunque en él el autor muestra más vitalismo y menos pesimismo que en obras anteriores. Es una novela deslumbrante en la que Carrère vuelve a ir allí donde casi nadie va, a entrar en profundidades poco exploradas con toda crudeza. 

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