The good doctor

 

Terminó la cuarta temporada de The Good Doctor, de la que hablamos hace unos meses cuando comentamos su decisión de incluir la crisis del coronavirus en las tramas de sus dos primeros episodios de esta tanda. Terminó la cuarta temporada y sigo queriendo ver la quinta, lo cual, cuando una serie llega a estas alturas, es ya una proeza. No es fácil mantener el interés del espectador tras tantos capítulos y tantas historias. The Good Doctor no cuenta ya con el factor sorpresa del inicio, las tramas son algo menos consistentes y en esta cuarta temporada ha dado algún que otro tumbo, pero me sigue gustando la emotividad de la serie, las relaciones humanas entre este grupo de doctores, entre los que destaca, claro, el doctor Shaun (Freddie Highmore), del que sigo queriendo saber más, que me sigue interesando lo suficiente como para que, cuando llegue esa quinta temporada, me disponga  a verla con el mismo interés que cuando descubrí la serie un verano de hace años. 
Hay quien dice que The Good Doctor abusa de la pornografía sentimental, llamémoslo así. No negaré que la serie busca, y consigue, despertar una gran emoción en el espectador. Raro es el capítulo que no asoma una lagrimita en el ojo. Se presta a ello su temática, con los distintos dramas personales de los pacientes y con la emotividad de las relaciones entre los doctores. Pero donde otros ven sensiblería yo percibo sensibilidad. Es una serie de buenos sentimientos, sí, que además horrorizará a quienes tienen aversión a la diversidad de toda clase. Es una serie que apela a las emociones humanas, que lleva al espectador a plantearse las disyuntivas a las que se enfrentan los pacientes, que resulta dura en ocasiones, y que en ocasiones parece casi una fábula. Es una serie sin miedo a exponer las emociones y los sentimientos, porque si en algún lugar brotan es, precisamente, en un hospital, cuando la salud falla y lo importante de verdad sale a la luz. 

Shaun comienza esta temporada junto a Lea (Peage Spara). Tras los dos primeros capítulos, centrados en la crisis del coronavirus, que son una primera aproximación a la imagen que construirá la ficción de aquella terrible realidad, muy notable aproximación, diría, la serie da un salto al futuro, en el que aún no estamos pero que se acerca, en el que la maldita pandemia es historia. Deja secuelas en algunos de los personajes, en especial, en la doctora Lim, aunque ésa es una de las tramas que se pierde un poco. Tampoco hay mucha consistencia ni continuidad en las tramas de los nuevos residentes, que entran en la serie para darle un nuevo aire. No sé bien la razón, pero prácticamente todos ellos terminan saliendo con cualquier pretexto. A alguien le pareció que no funcionaban sus personajes, imagino. Es cierto que el peso de la serie lo siguen llevando los personajes de siempre, pero da un poco de pena que no se apueste algo más por esos nuevos residentes, a los que no tenemos tiempo de conocer, en realidad. 

Por lo demás, la serie continúa siendo un pretexto maravilloso para reflejar la sociedad actual, con problemáticas de toda clase, como el sectarismo político, el aborto, la discriminación que con frecuencia sufren las personas negras o la menor atención de la investigación médica a las mujeres que a los hombres. Ya digo, absténgase retrógrados. La historia de Shaun con Mia da juego, como lo hace la relación entre Morgan y el doctor Lee, muy peculiar, o las dudas de Claire respecto a la relación recuperada con su padre. No se sabe nada de la quinta de la serie, en la que precisamente éste último personaje (spoiler) no estará, pero, de momento, asumiendo el desgaste lógico de una producción ya veterana, me sigue valiendo, sigo teniendo ganas de encontrarme con estos personajes y de sentir con ellos y sus dramas. 

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