Rifkin's Festival

 

Woody Allen lleva años rodando películas con el piloto automático, hace tiempo que no es realmente original, vuelve una y otra vez a los mismos temas, sus personajes se parecen demasiado entre sí y a él mismo, sus últimos guiones parecen algo descuidados, como hechos con retazos de ideas de aquí y de allá, y su mejor cine se rodó hace años, décadas incluso. Pese a todo ello, somos muchos los que esperamos con devoción cada nuevo filme suyo. Rifkin’s Festival no es una obra maestra, de tantas como nos ha regalado el genio neoyorquino, pero es una película encantadora en la que, además, Donosti luce esplendorosa. Me ha gustado mucho más de lo que esperaba, quizá porque no puedo ni quiero ser objetivo con el cine de Woody Allen, no digamos ya con San Sebastián.

Esta vez el alter ego de Woody Allen es interpretado por Wallace Shawn, quien da vida a a Mort, un escritor que daba clases sobre cine y que escribe una novela. Él viaja a Donosti junto a su mujer (Gina Gershon), porque ella trabaja como agente de prensa y representante de directores. Entre ellos, el joven y atractivo Philippe (Louis Garrel), con quien coquetea de forma nada disimulada. El protagonista es algo pedante, sólo ama el cine clásico, sobre todo, el europeo (con quien el cine alcanzó la madurez, tras la adolescencia de los finales made in Hollywood, dice en un momento de la película) y recela de todas las películas comerciales. También, por supuesto, es neurótico e hipocondríaco. Nada más salir de Nueva York empieza a sentir un dolor en el pecho. Precisamente gracias a ello conoce a Jo Rojas (Elena Anaya), una médica que, casualmente, vivió algún tiempo en Nueva York y por quien Mort se siente atraído de inmediato. 

En definitiva, la clásica historia de Woody Allen, mil veces vista, sí, más redonda en muchas cintas anteriores, desde luego, pero que igualmente he disfrutado mucho. Los diálogos no son tan brillantes como los de otros filmes del director neoyorquino, e incluso aquí alguna que otra interpretación resulta manifiestamente mejorable. Pero siguen quedando destellos de la genialidad del autor de tantas películas inmortales. Son divertidas las excentricidades y neurosis del protagonismo y también su enfrentamiento con el joven director de quien su mujer no se separa. Un director joven y aclamado por la crítica, pero cuyo cine no alcanza el listón de calidad de Mort, porque lo ve demasiado obvio y facilón, pretencioso. Este joven director dice obviedades como que la guerra es un infierno y que con su próximo proyecto sobre Oriente Medio quiere encontrar al fin la reconciliación entre judíos y palestinos. Mort cuenta que es curioso que se haya pasado a la ciencia ficción y critica el compromiso político, porque ve banal la política. "Incluso en un mundo políticamente perfecto nos seguiríamos haciendo las mismas grandes preguntas", cuenta el protagonista, o cuenta Woody Allen por boca del protagonista. 

La película, ya digo, no está entre las mejores del cineasta, pero me sigue valiendo. Y que siga ofreciéndonos películas todos los años, porque hasta el Woody Allen más menor sigue teniendo algo atractivo. Quizá es como esos tics de un buen amigo, que siempre te cuenta los mismos chistes, a veces con más gracia, otras con menos, pero con quien siempre te sientes a gusto, en casa. Ya desde los créditos iniciales, con el jazz de fondo y las letras blancas sobre fondo negro, uno se siente ya acompañado de un viejo amigo. Y se siente bien, sabe que lo vendrá a continuación valdrá la pena, sea excelente, como tantos otros trabajos anteriores de Woody Allen, o no. Eso da un poco igual. 

Todo eso y, por supuesto, Donosti, con cuya belleza se recrea el director. Es incalculable lo que le costaría a la ciudad vasca pagar una campaña de publicidad semejante. Ahora que llevamos tanto tiempo sin poder viajar, que hace demasiado que no visitó San Sebastián, ver cómo lo retrata Allen, esa luz, esas imágenes, hace que la película valga la pena por sí misma. Si a eso se añaden los temas clásicos de Woody Allen y alguna que otra frase de las suyas, como esa en la que escuchamos "tu vida no está vacía, no tiene sentido, como ninguna, que no es lo mismo". No es el mejor Woody Allen, pero es Wooduy Allen. Y, encima, en Donosti. ¿Qué más podemos pedir?

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