Como una novela

 

“El verbo leer no soporta el imperativo, aversión que comparte con otros verbos como amar o soñar”. Un libro que comienza así sólo puede ser una gozada y, en efecto, lo es. Un auténtico regalo para los lectores, un antimanual de lectura, un precioso empeño por desacralizar la lectura y bajarla del pedestal en el que con frecuencia la situamos, tan alto, tan alto que a muchas personas, jóvenes y no tan jóvenes, les cuesta llegar. Gracias a la recomendación de mi profesora de francés, he podido leer en su lengua original Como una novela, un pequeño y bellísimo ensayo de Daniel Pennac, escrito de forma ligera y no carente de humor, que es una defensa de la lectura como un placer, que es exactamente lo que siempre fue. 


El libro se publicó cuando aún no existían las redes sociales ni los móviles con acceso a Internet, pero ya entonces era común esa idea según la cual los jóvenes no leían porque tenían muchos otros alicientes y preferían la televisión o los videojuegos. El autor escribe que, frente a la tele, la lectura es un acto de imaginación permanente, porque necesita de la imaginación del lector, necesita que ponga de su parte. Pero el autor no censura esos otros entretenimientos, más bien se centra en la forma en la que intentamos acercar a los niños y jóvenes a la lectura. 

El autor se rebela contra el dogma que dice que hay que leer, presentándolo como una obligación más que como un placer. Según Pennac, en el colegio se enseña a leer, pero no siempre no a amar la lectura. ¿Y si en vez de exigir la lectura el profesor decide de repente compartir su propia alegría de leer?, se pregunta. Como bien dice el autor, generalmente los libros más bellos que hemos leído suelen ser una recomendación de alguien que queremos. Al hilo de esto, poco después explica que “estamos habitados por libros y por amigos”. En efecto, cuando una persona nos recomienda un libro nos está hablando en realidad de ella y buscamos en cada frase que es lo que le ha emocionado, intentamos conocerlo mejor a través de ese libro que nos ha regalado o que tanto le emociona.

También incide el autor en una cuestión que ya entonces era relevante y que no ha hecho más que empeorar, la velocidad a la que va la vida, la falta de tiempo para casi todo. Explica que no se trata de encontrar tiempo para leer, porque leer es una forma de vivir. "Uno no busca tiempo para amar, ama". Pide desacralizar la visión del libro, ser más flexibles a la hora de construir los programas de lectura en los colegios y no intentar hacer leer a los jóvenes grandes obras demasiado pronto, porque "los buenos libros no envejecen nunca, siempre estarán ahí esperándonos"

Quizá lo más divertido e interesante del ensayo sea el decálogo de los derechos del lector. Son maravillosos: el derecho a no leer, el derecho a saltarse las páginas, el derecho a no acabar un libro, el derecho de releer, el derecho de leer cualquier cosa, el derecho al bovarismo (la satisfacción inmediata y exclusiva de nuestras sensaciones), el derecho a leer en cualquier sitio, el derecho a hojear, el derecho a leer en voz alta y el derecho a callarnos.

El libro está plagado de perlas sobre la lectura. Termino con dos: "la verdadera paradoja de la lectura es que en ella buscamos abstraernos del mundo para encontrarle un sentido" y "el hombre construye casas porque está vivo, pero escribe libros porque se sabe mortal". 

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