El baile de las locas


París, 1885. El hospital de la Salpêtrière se prepara para celebrar como cada año el baile de Media Cuaresma, en el que la alta sociedad parisina se junta por única vez con las internas del centro, mujeres con problemas de salud mental, pero también mujeres perfectamente sanas pero incomprendidas y rebeldes, incómodas para la sociedad. En este asombroso contexto se sitúa El baile de las locas, la formidable primera victoria de Victoria Mas.


Al frente de ese hospital está el profesor Charcot, neurólogo y pionero de la hipnosis, que experimenta con las internas, a quienes se exhibe en ese baile y en demostraciones públicas como si fueran monos de feria. Charcot es alguien admirado y respetado por todos, pero en el libro es sólo un siniestro personaje secundario, porque el protagonista absoluto de la obra recae sobre un grupo fascinante de mujeres. Ellas llevan el peso de la historia, ellas le sirven a la autora para retratar con crudeza el entorno asfixiante y machista de la época, la incomprensión ante tantas mujeres y el trato degradante. 

La novela es irresistible cuando levanta testimonio del momento en el que posa su mirada, pero también funciona a la perfección cuando centra su mirada sobre las historias personales de las mujeres protagonistas. Sirve, pues, a la par como retrato de un tiempo y como narración literaria. Todo con un tono ágil y muy efectivo, realmente extraordinario. También es un acierto la estructura de la novela, ya que nos pasamos la obra esperando la llegada del baile, algo que no sucederá hasta el final, lo cual sirve para mantener el interés y la intriga por ese momento para que las internas se preparan desde el comienzo del libro. 

Las dos grandes protagonistas de El baile de las locas son Geneviève y Eugénie. La primera es una enfermera del hospital que venera al doctor Charcot y cree firmemente en las bondades de lo que se hace con las internas en ese centro. "Admiraba a los médicos como otros admiran a los santos", leemos. Geneviève ue escribe cartas a su hermana muerta con 16 años y las guarda en una caja. Es su gran debilidad, lo que la llevó a castigarse sin tener pareja, por ejemplo, porque si su hermana no pudo, entonces ella no se lo merece. Cuando conozca a Eugénie, una joven de buena familia a la que se le aparece su abuelo, razón por la cual es enviada de inmediato por su padre a la Salpêtrière, la vida de la enfermera dará un vuelco y, de paso, ella se cuestionará por su forma de ver el mundo y su rigidez. “Ha flaqueado, ha caído en la trampa de una idea tentadora: creer que los seres queridos permanecen a tu lado tras morir, creer que el final de la vida no puede marcar el final de una identidad, de un individuo”, leemos en un momento del libro. Porque ésa es otra de las claves de la obra, cómo gestiona el misterio y la espiritualidad alguien racional que niega todo aquello que no pueda explicar de forma científica y rigurosa. 

Hay pasajes muy duros, aunque la obra tiene también un componente luminoso. Las descripciones del centro son precisas en su horror: “La Salpêtrière es un vertedero de mujeres que ponen en peligro el orden social. Un asilo para aquellas cuya sensibilidad no responde a lo esperado. Una cárcel para las culpables de tener una opinión”. O también : “mitad manicomio, mitad prisión, la Salpêtrière acogía todo aquello que París no sabía manejar: los enfermos y las mujeres”.

Otras dos internas protagonitas del relato son Louise, una adolescente que fue violada por su tío, y Thérèse, quien fue prostituta y a quien llaman la veterana, por todos los años que lleva en el centro. Es bellísimo un momento en el que la enfermera y la veterana charlan, que la autora describe así: “a la sombra de un árbol un día de verano, en un rincón del dormitorio una tarde de aguacero, la perturbada y la supervisora han hablado con pudor de los hombres, con los que no tratan, y de los hijos que no tienen, de Dios, en el que no creen, y de la muerte, a la que no temen”.

Y al final, claro, llega el baile, al que acuden las internas. Un colofón excelente a un libro soberbio. Así es como se describe a las internas, que acuden disfrazadas a ese baile a entretener a la misma alta sociedad que prefiere mantenerlas encerradas y ocultas tras los muros del hospital el resto del año: "Proceden de todas las unidades, histéricas, epilépticas y neuróticas, jóvenes y no tan jóvenes, todas carismáticas, como si lo que las distinguiera no fuese la enfermedad y el encierro, sino una manera de ser y estar en el mundo”. El baile de las locas es, en fin, un auténtico festín literario. 

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