"Las niñas" y "Akelarre" triunfan en la mejor gala de los Goya en años

 

"Tal vez la vida se parezca al cine, no se disfruta sin los demás”, dijo Ángela Molina en su emotivo discurso de agradecimiento por su Goya de honor. Efectivamente, el cine se parece a la vida. Y el cine, como la vida, es emoción. La gala de anoche de los Goya celebrada en el teatro Soho de Málaga, la mejor de estos premios en muchos años, la mejor que recuerdo, estuvo llena de emoción y repleta de aciertos. De entrada, el ejercicio de responsabilidad de darle un formato híbrido, con los nominados en su casa. Además, eso le dio a la ceremonia una frescura, una agilidad y una naturalidad magníficas. Además, cuando los ganadores mencionaban a otra persona, la directora u otro compañero, se conectaba con su cámara, en una muestra de reflejos de la realización. 


Fueron unos Goya sin Goyas, porque los ganadores no recibían en su casa los cabezones, la única que pudo tenerlo en sus manos fue precisamente Ángela Molina. Pero fue una gala magnífica, con el tono exacto que se requería este año. Sobriedad, buen gusto, elegancia, emoción. Ya desde su primera intervención, Antonio Banderas, con todos los nominados en su casa, en la pantalla detrás del anfitrión, quedó claro que esta ceremonia de los Goya iba a marcar un antes y un después en estos galardones, que se adoptaría un formato diferente, pero no ya por el hecho de que los nominados estuvieran en su casa, sino porque se rompió el esquema de los últimos años. Esta vez se prescindió del humor y se optó por una gala diferente. Fue un enorme acierto y hará bien la Academia en tomar nota de los muchos méritos de esta gala. 

“Somos contadores de historias”, contó Banderas, quien renunció para las gentes del cine la categoría de personal esencial, pero sí pidió el de las personas que echan una mano, que sirven para algo. En sus distintas intervenciones también se acordó de todos los empleados ligados al cine, como las empresas de catering o los figurantes. Nada más comenzar, pidió un minuto de silencio en memoria de las personas fallecidas por el coronavirus y luego recordó una frase maravillosa: "para vivir la vida hay que mirar hacia adelante pero para entenderla hay que mirar hacia atrás". Y eso, mirar hacia atrás para entender la vida, es lo que hace Las niñas, de Pilar Palomero, que también ganó el Goya a mejor guión y el de mejor dirección novel. 

Las alegrías anoche estuvieron muy repartidas, ya que Akelarre ganó cinco premios (mejor dirección de vestuario, mejor maquillaje y peluquería, mejor música original, mejor dirección artística y mejores efectos especiales) y Adú, cuatro (mejor sonido, mejor dirección de producción, mejor actor revelación y mejor dirección para Salvador Calvo). También fue otra triunfadora de la noche El año del descubrimiento, que ganó el premio a mejor documental y mejor montaje. 

La gala, que hizo de la necesidad virtud, tuvo varios momentazos. Nada más empezar, se llamó al escenario a Pedro Almodóvar, Alejandro Amenabar, Penélope Cruz, Paz Vega y José Antonio Bayona, nada menos, para entregar además cinco premios de los conocidos como técnicos, que a veces se menosprecian de forma injusta. Fue un mensaje claro: toda la artillería del cine español, lo más granado, al servicio de oficios del cine que a veces quedan en segundo plano. Fue una primera demostración de algo que se vería durante toda la ceremonia, la gala se puso al servicio de los nominados, del cine, sin aspavientos. 

La exitosa organización de la gala de anoche también demostró que la falta de ritmo no era al final un mal endémico de los Goya. Las cosas se pueden hacer distintas, se pueden hacer mejor. Muchos nominados estaban en su casa, otros en hoteles junto al resto del equipo de la película. La emoción de los ganadores fue especial. Jone Laspiur, mejor actriz revelación por Ane, y Adam Nourou, mejor actor revelación por Adú, se mostraron exultantes. También fue un momentazo la celebración de Nathalie Poza por su Goya a mejor actriz de reparto por La boda de Rosa. Estaba en una casa con Carmen Machi, con quien interpreta estos días una obra de teatro de la que acababan de tener una función. Alberto San Juan aprovechó su Goya a mejor actor de reparto por Sentimental para lanzar uno de los pocos mensajes políticos de la noche, dirigida al PSOE y pidiendo cambios en la regulación de la vivienda, mientras que Mario Casas, rodeado de su familia, agradeció el premio de mejor actor por No matarás a los académicos y el apoyo del público, cuyo reconocimiento obtuvo mucho antes que el de aquellos. 

Me hizo especial ilusión el Goya a Rozalén por la canción Que no, que no, de La boda de Rosa. En su discurso, muy emotivo, dedicó el premio a todas las mujeres reales que, como la protagonista de la película de Icíar Bollaín, dedican más esfuerzos a cuidar a los demás que a sí mismas. 

Patricia López Arnaiz, que viene de ganar el Feroz a mejor actriz protagonista por Ane, repitió reconocimiento en los Goya. También recibirán su cabezón David Pérez Sañudo y Marina Parés Pulido por el guión adaptado de la película. Los otros ganadores de la noche fueron A la cara, mejor cortometraje de ficción; Biografía del cadáver de una mujer, mejor cortometraje documental; Blue&Malone: Casos imposibles, mejor cortometraje de animación; La gallina Turuleca (yo cantaba Turuleta de niño, pero ese es otro tema), mejor película de animación; El olvido que seremos, mejor película iberoamericana, y El padre, mejor película europea. 

La gala tuvo varias actuaciones musicales a cargo de Nathy Peluso, Diana Navarro (con un homenaje a Berlanga), Aitana y Vanesa Martín, que interpretó Nube blanca mientras se rendía homenaje a las personas del mundo del cine fallecidas este último año. El momento culminante de la noche, el Goya a la mejor película, tenía reservado otro acierto de la gala, el hecho de que quien entregara el galardón fuera Ana María Ruiz López, la enfermera que organizó la biblioteca del hospital de Ifema, que empleó una cita del Quijote para lanzar un mensaje de esperanza. 

Antonio Banderas y María Casado, responsables de la gala, se despidieron con un mensaje final maravilloso, contando que no quieren ser recordados como la gala de la pandemia, sino como aquella que prendió la llama de la recuperación, del principio del fin de la pesadilla, de la esperanza. Yo al menos también la recordaré como la mejor gala de los Goya en muchos años. “Si no sale bien, improvisaremos, que es lo mejor que sabemos hacer en este país”, contó Javier Cámara en el programa de la alfombra roja en La 1 antes de la ceremonia de los Goya. Todo salió a la perfección, no hubo nada que improvisar. Los organizadores de la ceremonia superaron con sobresaliente el duro examen que tenían. El cine, como la vida, tiene estas cosas, y a veces se crece con las dificultades y en las peores circunstancias ofrece su mejor cara.

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