La música. Una historia subversiva

 

La primera escena de El ciudadano ilustre, esa extraordinaria película argentina de hace unos años, nos muestra a un escritor que recibe el premio Nobel de Literatura. En contra de lo que cabría esperar, se le ve más triste que feliz. En su discurso de aceptación cuenta que asume este premio como el final de su carrera, porque la labor de un escritor debe ser siempre remover y agitar al lector, pero al recibir el Nobel pasa a ser un escritor amable y dócil, institucionalizado, alabado por académicos y hasta por reyes. He recordado esta escena al leer La música. Una historia subversiva, el fascinante ensayo de Ted Gioia editado en España por Turner, cuya tesis central es, precisamente, que la música tiene siempre un origen rebelde y subversivo, y que todos los géneros rompedores nacieron como algo indecoroso y muy criticado por la sociedad, pero pasado un tiempo prudencial, terminan siendo legitimados y asimilados por el pensamiento dominante. Igual que le pasó a ese escritor ficticio de El ciudadano ilustre, hasta los géneros más subversivos terminan siendo abrazados por la sociedad, antes o después, no sin antes haber sido debidamente edulcorados. 

El libro, dicho queda, es apasionante. Es una historia de la música escrita contra la historia oficial de la música. El autor insiste en varias ocasiones en afirmar que él no quiere ser polémico, pero quizá sólo dice la verdad a medias. Es consciente de que remarcar, por ejemplo, el nexo de unión histórico entre la música, el sexo y la violencia, resultará hasta cierto punto polémico. Muy bienvenida es esa actitud de ir más allá de las verdades oficiales de la historia de la música. Nada más empezar, el autor deja claro su punto de partida al afirmar que "cuando celebramos las canciones de épocas pasadas, la música respetable de las élites culturales recibe casi toda la atención, mientras que los esfuerzos subversivos de los marginados y rebeldes quedan fuera de foco”.

El libro incluye multitud de ejemplos de músicos rebeldes que, con el paso de los años, se convierten en géroes oficiales de la cultura dominante, como Elvis Presley, los Beatles o Bob Dylan. Quienes tienen el poder y la autoridad por lo general se oponen a las innovaciones, pero con el tiempo, a través de procesos de apropiación o de transformación, las innovaciones pasan a formar parte de la cultura dominante y el ciclo vuelve a empezar, explica. 

Esta historia subversiva de la música comienza por el principio, tanto que se remonta a las reverberaciones del Big Bang. El vínculo de la música con el sexo (por los rituales de apareamiento y porque al escuchar música liberamos oxitocina, una hormona que nos vuelve más confiados con la gente que nos rodea) y con la violencia (el primer instrumento conocido es una flauta neardental creada con un fémur de oso, con entre 43.000 y 82.000 años de antigüedad) se explora a lo largo de la historia de la humanidad. Las pinturas rupestres de las cuevas de Lascaux, por ejemplo, se sitúan en las zonas con mejor acústica.

Según el autor, la teoría musical de Pitágoras alrededor del año 500 antes de Cristo cambió la visión de la música como algo casi mágico, para ser interpretada en clave matemática. Gioia defiende que ese vínculo de la música con la espiritualidad pervive hoy día, aunque se haya intentado domesticar o racionalizar este arte. El libro señala a Enheduanna, como la cantautora más antigua cuyo nombre y cuyas obras han llegado hasta nosotros. Fue una suma sacerdotisa de la ciudad Estado sumeria de Ur en el tercer milenio antes de Cristo. El origen de los cantautores que hablan de sus sentimientos se remonta a Egipto, en el siglo XIII antes de Cristo. Concretamente, en Deir el-Medina, la ciudad más multicultural del antiguo Egipto.

Otro hito en la historia de la música fue el surgimiento de los trovadores. Tradicionalmente se dice que el primer trovador fue Guillermo IX, duque de Aquitania, a finales del siglo XI. El autor considera que “la revolución de los trovadores fue un proceso de legitimación más que de innovación: fue el momento en el que las formas de cantar que siempre habían estado censuradas y marginadas hallaron poderosos impulsores que no podían ser silenciados por las autoridades”. El origen real de esta forma de cantar, cuenta este ensayo, está más bien en las cantantes esclavas procedentes del mundo árabe. Quienes inventaron esta forma de cantar en la que se expresaban sentimientos y emociones personales, sobre todo, de amor, eran esclavos, de ahí tantas metáforas sobre cautiverio o esclavitud en las canciones de amor. Las revoluciones musicales llegan siempre de los márgenes, no de los poderosos, porque aquellos no tienen que seguir ninguna convención ni tienen miedo a romper con lo establecido.

El libro también se detiene en la vida y la obra de grandes compositores de música clásica. De Bach, por ejemplo, cuenta es que es "un caso muy interesante para analizar cómo algunos hoscos disidentes de la historia de la música clásica acaban, con el paso del tiempo, convertidos en personajes conformistas que forman parte del establishment”. En cuanto a Beethoven, afirma que "no hay ninguna figura en la historia de la música occidental que haya sido utilizada y distorsionada con más vehemencia" que él. Su ‘Himno a la alegría’ ha sido empleado, a lo largo de los años, por los dirigentes de la Alemania nazi y de la Unión Soviética, por la Revolución Cultural de Mao (en un momento en que casi toda la música occidental estaba prohibida en China), por el terrorista peruano Abimael Guzmán, de Sendero Luminoso, y el régimen sudafricano del apartheid, explica. 

El ensayo muestra cómo la música no deja de evolucionar y de provocar revoluciones. El auge nacionalista en Europa en 1848, por ejemplo, cambia la escena musical, mientras que a finales del siglo XIX se vive un auge de las canciones folclóricas. Poco a poco, la alta cultura empieza a recular y el marginado y las clases bajas pasan a ser el principal referente del público masivo. El autor se detiene a explicar la práctica del slumming, procedente de la palabra slum, que significa suburbio o barrio bajo. Describe el acto de desplazarse a un barrio pobre por pura diversión, para hacer vida nocturna, algo que ocurriría en los clubes de Harlem o en cabarets como el parisino Le Chat Noir o el Cabaret Voltaire de Zúrich.

El libro, en fin, es una delicia. Especialmente atractiva es la parte dedicada a la población negra de las Américas, formada casi en su totalidad por descendientes de esclavos, que reinventó la música popular del siglo XX. "Y de muchas maneras: primero con el ragtime y el blues, después con el primer jazz y el swing y los inicios del R&B, y después con el soul, el reggae, la samba, el boogie-woogie, el doo-wop, el bebop, el calipso, el funk, la salsa, el hip-hop y muchos otros géneros y subgéneros e hibridaciones de géneros”. Otro ejemplo de cómo la música nace siempre en los márgenes y después es legitimada por la cultura dominante es el tango, surgido en los barrios pobres de Buenos Aires que años después se convirtió en el baile preferido de las élites parisinas. 

Más tarde llegan el rock, el hip-hop, el punk y demás estilos rompedores. Y, ya al final de la obra, la irrupción de las grandes tecnológicas y la impotencia de las grandes discográficas para hacer frente a plataformas como iTunes, YouTube o Spotify. Uno de sus últimos intentos desesperados, cuenta el autor, fue la creación de los talents shows, esos concursos de música que proliferaron en los primeros 2000. De la época actual de la música, en la que las canciones se consideran contenidos, casi nadie compra discos y todo se escucha por medios digitales, el autor sostiene que hay grandes ventajas, porque Internet permite que la música viaje por el mundo con una rapidez sin precedentes, pero también grandes inconvenientes, como los menores ingresos de los artistas por su actividad musical o el riesgo de que la inteligencia artificial determine en función de algoritmos las canciones suaves y nada rompedoras que gustarán a todo el mundo. Pero el autor, pese a todo, es optimista, porque confía en el secular componente subversivo de la música. 

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