Y Leo Classen habló

 


Pese a su breve extensión, Y Leo Classen habló, editado por la Editorial Egalestiene un valor inmenso. Es uno de los pocos testimonios de un triángulo rosa, es decir, una persona perseguida y enviada a un campo de concentración simplemente por ser homosexual. El libro, que le debemos a la investigación y al empeño de Carlos Valdivia Biedma por recuperar la memoria de las personas homosexuales represaliadas por los nazis, es muy impactante. Cuenta en el prólogo del libro, antes de sobrecogernos al leer los testimonios de Leo Classen, que este libro nació de alguna forma en la exposición Auschwitz: No hace tanto, no tan lejos, que pudimos ver en Madrid hace un par de años. En uno de los paneles de la exposición se recogen las víctimas de los nazis y, cuando se habla de los homosexuales, no se da un dato preciso, ni siquiera aproximado, sólo se habla de "unos miles" de homosexuales. 


Como explica el autor, es todavía mucho más lo que se desconoce de los triángulos rosas que lo que sabemos. La razón es estremecedora: el tabú que supuso la homosexualidad hasta hace no tanto, desde luego, después del final de la II Guerra Mundial, cuando el mundo descubrió la masacre causada por os nazis. Los supervivientes que fueron triángulos rosas en los campos de concentración tenían miedo de hablar. Llegaron testimonios de otros presos, pero no de quienes fueron encarcelados y torturados sólo por no ser heterosexuales. 

La realidad es que hoy hay muy pocos testimonios de triángulos rosas. Por eso es tan valioso este libro que recupera los artículos que Leo Classen publicó en 1954 y 1955 en la revista Humanitas. Antes de él, sólo se conocían dos casos de personas encarceladas por los nazis a causa de su homosexualidad, el francés Pierre Seel  y el alemán Rudolf Brazda. 

Leo Classen fue médico y ejerció como tal. Fue enviado al campo de concentración de Sachsenhausen-Oranienbur, donde sufrió las atrocidades del régimen nazi. Los artículos en los que recuerda la memoria de aquel tiempo son muy dolorosos, pero también están llenos de lirismo, con muchas referencias a la religión católica, que posiblemente profesaba. Como ocurre con cualquier otro testimonio de un superviviente nazi, es muy duro leer lo que se relata, porque es la deshumanización más vil, más terrible e inimaginable. Aquí se añade otro matiz espantoso. Los triángulos rosas eran el estrato más bajo en los campos, despreciados incluso por el resto de presos. El sadismo de los guardias nazis se da por descontado, pero lo más estremecedor de las memorias de Classen es la constatación de que los otros presos también atacaban e insultaban a los triángulos rosas. Ni siquiera en esas circunstancias, en la que todos eran víctimas de los nazis, abandonaron su homofobia y su desprecio a otros sólo por no ser heterosexuales. 

“Con el signo de la vergüenza (o al menos eso era lo que significaba para los presos de otras categorías), marcados con el triángulo rosa, se convirtieron en el objeto de los caprichos e intrigas de todo tipo de torturadores, pues estaban indefensos, sin ley y más solos que el animal más despreciado”, escribe Classen. Lo dicho, terrorífico. 

Classen cuenta lo vivido en el campo con dolorosa precisión. "Se puede matar sin crear cadáveres, escribe. Poco después cita una frase de su viejo libro de lectura en latín que traduce como "¡vuestro silencio fue un grito devastador!". También es impactante ver cómo los guardias nazis humillan a todos los presos, en especial a los triángulos rosas. De los guardias, por cierto, Classen escribe tres palabras que estremecen: "¡Eran tan jóvenes!". Y Leo Classen habló es, en fin, un pequeño gran libro, una obra cuya extensión es inversamente proporcional a su trascendencia. 

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