Madrid

 

A Sabina le sorprendió mucho, para bien, el éxito que tuvo su canción Pongamos que hablo de Madrid. "Resulta que se edita y se convierte en un himno. Para mi enorme sorpresa y para gloria de Madrid, porque es una canción que vomita contra Madrid en cada verso. Madrid es la única ciudad del mundo capaz de hacer un himno de una canción que la insulta”, leemos en Sabina. Sol y sombra, de Julio Valdeón. Andrés Trapiello adopta en cierta forma este mismo prisma en su Madrid, editado por Destino. Escribe desde la admiración a Madrid, sí, pero con un amor real, no idealizado, es decir, el amor que no niega los defectos del ser amado, sino más bien el que termina encontrándoles encanto.


"Madrid es una ciudad estrepitosa y bizarra (por decirlo con dos italianismos) y, si se le pilla el punto, fascinante", leemos nada más comenzar el libro. Poco después, escribe Trapiello que "a menudo oímos: 'No sé cómo podéis vivir en Madrid'. Y llevan razón. Yo tampoco me lo explico. Pero, si puedo, nunca me iré de esta casa ni de este barrio”. El Madrid de Trapiello no es ni una biografía del autor, aunque algo de eso tiene, ni tampoco el clásico libro sobre una ciudad en la que se repasa de forma más o menos convencional su historia y sus principales monumentos y rincones, aunque también lo encontramos aquí. Es un libro, como el dice el propio autor, desordenado. Bendito y gozoso desorden a lo largo de más de 500 páginas que uno lee con interés de principio a fin, porque el tono que adopta Trapiello es muy atractivo. 

De la Gran Vía escribe que“nunca fue enteramente moderna y nunca será del todo antigua”. Cuando habla del Manzanares recuerda que Quevedo lo llamaba "aprendiz de río" y Lope, "esperanza de río". Cuando describe el Palacio Real cuenta que es "italiano por fuera, francés por dentro y español todo lo de alrededor". Para Trapiello la Plaza Mayor es, sobre todo, el lugar donde vivió la Fortunata de Galdós, omnipresente en libro, como lo está en la ciudad ("para Madrid Galdós ha sido más importante que Felipe II, Carlos III y todos los reyes juntos”). Cita a Umbral para definir al Rastro como "un Prado al revés". Habla de las fuentes de la ciudad, algunas, preciosas, y de sus museos y jardines. También de sus iglesias, pasaje en el que vuelve a citar a Galdós, quien escribió: “yo me río de la piedad de un pueblo que como Madrid habla mucho de la religión y sin embargo jamás supo levantar un solo templo, no digno ya de Dios, pero ni aun de los hombres que entran en él”, y también  que “las Iglesias de esta Villa, además de muy sucias, son verdaderos adefesios como arte”. Por supuesto, Trapiello también habla de la historia de la ciudad. Es especialmente interesante el apartado que dedica al Madrid de la guerra. 

La cuesta de Moyano es uno de los lugares de Madrid que más gustan a Trapiello, junto al Rastro, del que es un enamorado y al que dedicó un libro. “En la Cuesta de Moyano, el mercado de libros viejos y baratos, el aire es siempre puro; y el Rastro es la playa a donde llegan los pecios de todos los naufragios”. Es precioso lo que escribe de los libros viejos. “Ha puesto uno más fe e ilusión en los libros viejos que en los nuevos, porque a la mayor parte de ellos se les ha ido ya toda la impostura y tontería, si la tuvieron, y lo que han de decir, lo dicen en voz baja, como hablan los muertos en el poema de Emily Dickinson”.

Por supuesto, el Prado también tiene lugar destacado en el libro. Trapiello comparte una anécdota de una visita de Dalí y Cocteau a la pinacoteca. Cuando los periodistas les preguntaron qué se habrían llegado del museo en caso de incendio, el poeta francés respondió “el fuego”, mientras que Dalí contestó que “el aire de las Meninas”. Sin aire, adiós fuego, escribe el autor.

Pero las ciudades no son sólo sus atractivos paisajísticos o culturales, son también, o sobre todo, su gente. Y por el libro circulan escritores y artistas con los que Trapiello trató, al lado de vivencias personales de ese joven que salió de León rumbo a la capital, sin imaginar entonces que allí encontraría su lugar en el mundo. Es curiosa la anécdota que cuenta en una recepción en el Palacio Real, en la que escuchó la respuesta del rey a alguien que le preguntó qué estaba leyendo. “Eso más la reina”, respondió Juan Carlos. Eso sí, el hoy rey emérito también recogió personalmente, sin inmutarse, una colilla que alguien tiró sobre las alfombras del Palacio.

Uno de los autores que más escribió de Madrid fue Umbral, del que Trapiello cuenta que "era una de esas personas cuya conversación versaba siempre sobre él o sobre aquello que a él le interesaba. En cierto modo era como uno de esos autobuses de línea, en los que la gente se sube o se baja, sin que modifique su recorrido. A Umbral se subía uno y se bajaba cuando quería, y seguía él dando vueltas”.

La parte final del libro, Retales madrileños, incluye varios de los pasajes más hermosos de la obra, como esa parte en la que la hija de Martín Gaite dijo a sus padres sobre el Palacio de Comunicaciones de Cibeles: “ya se pondrá bonito. Del Madrid justo después de la muerte de Franco y las juergas nocturnas escribe que “en ese momento empezó a creerse con un fanatismo de lo más candoroso que todo lo que nos sucedía sería alguna vez considerando como mítico, o sea, una ficción”, y del Madrid nocturno de entonces afirma que “ni los más modernos lo hubieran cambiado por Nueva York”.

Especialmente atractiva la parte en la que recomienda lecturas relacionadas con Madrid. También en la que recopila sus películas preferidas sobre Madrid, entre las que incluye la maravillosa La virgen de agosto, de Jonás Trueba. Comparte igualmente un glosario de términos madrileños, entre los que está el chotis: “ni siquiera es de aquí, como la mayor parte de las cosas de Madrid. Llegó desde Bohemia con su nombre en alemán, schottisch (escocés)”. También explica que la expresión "más chulo que un 8" se debe a la línea 8 de tranvía que llevaba al parque de la Bombilla, donde había bailes en los que los chulos triunfaban. 

El único pero que le pondría es que percibo una cierta obsesión con Barcelona y con Cataluña, como si necesitara remarcar las diferencias de Madrid, como si hubiera que comparar, como si no se pudiera amar igual a Madrid y Barcelona, como si, en fin, hubiera que politizarlo siempre todo. No sé si en algún otro libro sobre Madrid aparecen tantas menciones, por ejemplo, al independentismo catalán. Poco aportan a un libro, por lo demás, magnífico, sobre mi adorada Madrid, esa ciudad que Galdós definió como “una mezcla de desechos de ciudad y lujos de aldea”. 

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