Los Forqué celebran el cine y a los héroes de la pandemia


Como siempre, incluso ahora que nada es como siempre, los premios Forqué dan comienzo a la temporada de galardones cinematográficos en España. Nada es como siempre por culpa de la maldita pandemia, que condicionó la gala de entrega de estos premios que conceden los productores y que, por primera vez, incluyeron categorías de series de televisión. Fue una ceremonia más que correcta, que supo integrar con naturalidad y emoción el homenaje a los héroes de la pandemia. Sanitarios, policías, transportistas o empleados de supermercados entregaron los premios junto a las personas del mundo del cine. Fue uno de los muchos gestos de una noche especial que, por supuesto, celebró el cine y su papel sanador en momentos tan delicados como este, en los que sólo la cultura nos permite evadirnos de la gris realidad. 2020 fue un año terrible para las salas de cine, por las restricciones derivadas de la pandemia y el miedo de muchos a entrar en espacios cerrados, pero a la vez fue un año en el que todos vimos más series y películas que nunca, porque las necesitamos ante la tragedia que había ahí fuera. Sobre todo, en el confinamiento, cuando las historias de ficción nos permitieron olvidarnos por un rato de la terrible realidad. 

Estuvo llena de aciertos la ceremonia de entrega, que emitió La 1. De entrada, tuvo mucho más ritmo que lo que suele ser habitual en los Goya, condicionados, es verdad, por el mayor número de categorías. La música estuvo muy presente en la ceremonia, con dos interpretaciones de Pablo Alborán (mejor en Corazón descalzo, que interpretó casi al final que en What a wonderful world, con al que abrió la noche), otra de Pablo López (La niña de la linterna, con Marino Sáiz al violín, por cierto) y un momento original en el que Luis Cobos y un grupo de músicos demostraron la importancia de la música en el cine, con una escena de Lo imposible emitida dos veces, primero sin sonido y después con la música, ese catalizador de emociones, interpretada en directo. 

La inclusión de la categoría de series en los Forqué parece lógica, dado el buen momento que viven las producciones audiovisuales para televisión y para las plataformas. Cine y series pueden convivir a la perfección, lo hacen, de hecho, y es bueno para todos, pero en varias intervenciones de los premiados y de los presentadores ayer (muy correctos Aitana Sánchez Gijón y Miguel Ángel Muñoz) quedó patente la preocupación por el desplome de la asistencia a las sala de cine causado por la pandemia. Hay miedo a que un mundo en el que hemos sido tan felices, el de los estrenos en el cine y la pantalla grande, el de las experiencias colectivas en las salas, corra peligro. El mundo ya estaba cambiando antes de la pandemia, pero esta plaga puede ser su puntilla. No desaparecerán los cines, pero medidas como las tomadas por Disney de estrenar directamente sus grandes películas en las plataformas invitan a pensar en un acelerado cambio de modelo. 

Rodrigo Sorogoyen, que subió a recoger el premio de mejor serie para Antidisturbios, se acordó de las otras nominadas (Veneno, Patria y La Casa de Papel) para celebrar la calidad de las series producidas en España y el interés que despiertan dentro y fuera del país. Pero, acto seguido, pidió a sus compañeros que no dejaran de hacer cine. Y en ese reclamo, en ese discurso, se resumió bien la disyuntiva que vive ahora el mundo de las creaciones audiovisuales. La pandemia pasará, eso es seguro, antes o después, pero no sabemos qué escenario quedará tras el naufragio, cuánto de ese mundo de los estrenos en cine y de las salas quedará en pie. 

Por seguir con el apartado de televisión, fue muy emotivo el premio a mejor actriz para Elena Irureta, por su papel en Patria. Fue el premio a una interpretación soberbia, sí, pero fue algo más, un merecido reconocimiento a tantas actrices que llevan décadas en papeles secundarios en cine y televisión, con un trabajo enorme, sin aspavientos ni acaparar nunca focos, que ahora se ve justamente premiado. Irureta llamó al escenario a Ane Gabarain, la otra mitad de ese matriarcado de la serie de Aitor Gabilondo, que de forma tan fiel lleva a televisión la novela de Fernando Aramburu. También fue muy emotivo el premio a mejor actor de series para Hovik Keuchkerian, por Antidisturbios, quien dedicó el tiempo de su discurso a invitar a todos los asistentes a guardar silencio en homenaje de las víctimas del coronavirus. 

La noche enlazó con el premio a mejor corto, que fue para Yalla, de Carlo Dursi, la historia de unos niños “cuyo único error mortal fue haber nacido en la franja de Gaza”. Cantado parecía el premio a mejor documental para El año del descubrimiento, de Luis López Carrasco, que tengo muchas ganas de ver y del que casi sólo he leído elogios. En el mismo año, ese 1992 histórico y lleno de contraluces en España, se ambienta la película Las niñas, la ópera prima de Pilar Palomero, que se llevó el último premio de la noche.

Javier Cámara, que también estaba nominado en la categoría de mejor actor de serie, ganó el Forqué a mejor interpretación masculina de cine por su papel en Sentimental. Su compañera de reparto, Belén Cuesta, leyó un discurso en su nombre en el que agradeció que se premiarían comedias en un momento en el que las necesitamos más que nunca”. La mejor actriz de cine fue Patricia López Arnáiz, por su papel en Ane, otra cinta que estoy deseando ver. 

Uno para todos recibió el Forqué de Cine y educación en valores y la coproducción mexicana y francesa Nuevo orden ganó en la categoría de mejor película latinoamericana, que entregó, por cierto, el grupo Stay Homas. Una pena que no actuaran ayer con alguno de esos temas que tanto nos animó durante el confinamiento. Los Forqué, en fin, fueron un más que digno comienzo de la temporada de premios más extraña, como todo en estos tiempos. Tuvo el tono autocelebratorio habitual, más sentido y emocionante esta vez que nunca, pero a la vez rindió el merecido homenaje a los héroes que no salen en las pantallas. Es decir, recordó a los trabajadores esenciales, como son sanitarios, personal de limpieza, fuerzas de seguridad del Estado, profesionales de supermercados y, por supuesto, creadores culturales, que también son esenciales porque le dan sentido a la vida. 

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