Física o química: El reencuentro

 

Física o Química: El reencuentro es la enésima demostración de que la nostalgia funciona en la televisión (y no sólo en la televisión, claro). Con mejores o peores guiones, con más o menos sentido narrativo, con una historia más o menos atractiva como excusa para el reencuentro, el regreso de series del pasado siempre contará con una predisposición positiva por parte de quienes disfrutaron con ella hace años. La secuela de Física o Química, estrenada hace unos días por Atresplayer Premium, está hecha para contentar al fan y ofrece exactamente lo que se espera de ella. Es cierto que se echa en falta ese espíritu rompedor y algo gamberro de la serie original, pero dado que tanto los espectadores que seguimos la serie de adolescentes como los propios personajes de la serie ya estamos en la treintena, se entiende ese tono distinto, sin dejar de respetar su esencia original. 

Los dos capítulos de este reencuentro no destacan por su originalidad y resultan, en parte, algo previsibles, pero componen un muy disfrutable ejercicio de nostalgia. Nada más, pero nada menos. Gusta ver qué ha sido de esos personajes que conocimos en el instituto, un poco como nos intriga saber qué habrá sido de los compañeros de clase, en esos encuentros pasado el tiempo. La boda de Yoli (Andrea Duro) ahora convertida en Yolanda, una muy exitosa empresaria, con Oriol (José Lamuño), aparentemente, el novio perfecto, es la razón que reúne a la mayoría del elenco original de la serie, salvo el personaje de Ruth (Úrsula Corberó), a quien la boda pilla en Tokio, el nombre de su personaje en La Casa de Papel, cuyo rodaje le ha impedido estar presente en esta secuela. 

El reencuentro de Física o Química está plagado de guiños al espectador, ya desde el comienzo, cuando vemos al personaje de Paula (Angy Fernández) ensayando la obra La llamada, de los Javis, en la que actúa en la vida real, ante un Javier Ambrossi que se lamenta por lo solo que está, minutos antes de que aparezca en pantalla Javier Calvo, que da vida (es un decir) al personaje de Fer. Cualquier seguidor de la serie sabe que Fer (mini spoiler) murió, pero aparece en esta secuela y, de hecho, sus conversaciones con Yoli son, con diferencia, lo mejor de estos dos capítulos. 

De las dotes como director de Javier Calvo ya hemos tenido suficientes pruebas últimamente, pero en este reencuentro de Física o Química deja claro que también conserva intactas las dotes interpretativas. Suyos son varios de los grandes momentos de esta secuela, en la que descubrimos que a todos los exalumnos del Zurbarán les va bien en lo laboral, incluso demasiado bien si tenemos en cuenta que esta última década ha sido la de la gran crisis económica y el desempleo juvenil masivo, aunque siguen igual de perdidos en el campo sentimental. Salvo Ruth, los principales personajes de la serie aparecen en la secuela. Vemos a Cabano (Maxi Iglesias), quien jugará un rol destacado en la historia, a Gorka (Adam Jezierski), a David (Adrián Rodríguez), a Alma (Sandra Blázquez), a Cova (Leonor Martín), a Jan (Andrés Cheung), a Julio (Gonzalo Ramos) y también a algunos de los profesores, en especial, a Olimpia (inmensa siempre allá donde va y haga lo que haga Ana Milán) y a Irene (Blanca Romero). 

En un momento de la serie, el personaje de Olimpia cuenta a los alumnos que Blanca, otra exprofesora, se había convertido en escritora de novelas subidas de tono, que estaban basadas en los amoríos del Zurbarán y cuyo título es "Ciencias o letras", otro guiño. "No sé si es buena o no, te diría que no, pero engancha", dice Olimpia. Y quizá con esa frase podríamos resumir también este reencuentro de Física o Química. No importa demasiado si es buena o no (¿quién y cómo decide eso?), sino lo que nos hace sentir y lo mucho que nos entretiene, lo bien que funciona siempre la nostalgia. Física o Química, la serie original, tiene una nota de 3,2 en Filmaffinity, mientras que Física o química: el reencuentro tiene un 5,7. Es decir, un muy deficiente frente a casi un bien. Sí, la nostalgia funciona. Todo, desde la serie hasta nuestras propias vivencias personales, es como lo recordamos, no existe una verdad objetiva sobre nada, todo pasa por el filtro de nuestra memoria. Aquello que con el paso del tiempo nos hace sonreír al recordarlo es algo que vale la pena, que forma parte de nosotros y nos hace felices. Y ya tenemos una edad como para valorar eso, sin pedantería ni distancias irónicas. 

Comentarios