Ha nacido una estrella

 

Una de las pocas cosas buenas de este 2020 pandémico que afortunadamente se acerca a su fin es que he podido al fin ver en casa algunas películas que se me escaparon en su día en el cine. La última, Ha nacido una estrella, el debut como director de Bradley Cooper y el debut como actriz de Lady Gaga, que me ha gustado incluso más de lo que creía que iba a hacerlo, porque la historia tiene una profundidad y una delicadeza superiores a lo que esperaba. 

A veces hay que empezar las críticas confesando todo lo que no se sabe, que en mi caso suele ser muchísimo. La película es un remake de otra anterior, que fue versionada una vez más tiempo después. No he visto ninguna de las dos anteriores, así que no puedo hacer una comparación entre la visión de Cooper y la de la historia original. Confieso también que he escuchado más bien poco a Lady Gaga, actriz protagonista de este filme, así que no me siento del todo capacitado para establecer paralelismos entre la artista a la que da vida en esta película y su figura como cantante. 

Hechas estas dos salvedades, reitero que Ha nacido una estrella me ha encantado. La película tiene muchas más virtudes que defectos, más fortalezas que debilidades. Las canciones son espléndidas. Pocas películas musicales de los últimos años tienen un nivel compositivo tan soberbio. Su banda sonora justifica por sí sola la propia película. Incluso aunque la historia no fuera interesante, que lo es, o aunque las interpretaciones hubieran sido flojas, que no lo son, sólo por la banda sonora del filme vale la pena que se haya rodado este filme

Cada canción de la película, hasta las que ejemplifican precisamente la música sin alma, de rimas facilonas y bailes imposibles, tiene un significado en la historia. Todas aportan, todas la hacen crecer. Bradley Cooper da vida a un cantante tan exitoso como atormentado, tan talentoso como desnortado. Tiene un serio problema de adicciones. Una noche, de forma casual, conoce a Ally (Lady Gaga), de quien queda absolutamente prendado. Gracias a él, ella comienza una carrera como cantante y lo que sigue, que no desvelaré, lo hemos visto en realidad ya en muchas otras películas (hay reminiscencias a La, la, land o en Begin Again, por ejemplo), pero con un tono algo distinto. 

La química entre los dos protagonistas es impresionante. No sorprende a nadie a estas alturas que Bradley Cooper firme una gran interpretación, pero reconozco que a mí sí me ha sorprendido muy gratamente ver a Lady Gaga bordar su papel de joven insegura a la que le gusta cantar, pero que ve como un sueño imposible llegar a ser una cantante famosa. La historia entre ambos, una historia de amor más grande que la propia vida, es delicada, compleja y muy auténtica. La película plantea interesantes reflexiones sobre la creación y sobre los fantasmas personales, sobre la fragilidad que en ocasiones hay detrás de personas que aparentan una gran seguridad en sí mismos. Habla del amor, por supuesto, amor con letras mayúsculas. De la fama. Del impacto de las heridas del pasado en el presente. Es una historia bellísima con un puñado de canciones inolvidables. Una delicia. 

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