La la Land

Un éxito arrollador e histórico en los Globos de Oro, críticas efusivas, la firma del director de la sensacional Whiplash, la presencia en escena de los siempre solventes Ryan Gosling y Emma Stone... El cine es muchas veces cuestión de expectativas y La la Land lo tenía todo para decepcionar, pues las mías estaban por las nubes. Tanto que fui a ver la película el día del estreno, algo que no recuerdo cuándo fue la última vez que hice. Tenía todas las papeletas para decepcionar por exceso de expectativas, pero no es el caso. La cinta conquista desde una primera escena desmedida. Todo es desmedido en este filme. Tiene mucho de todo la película de Damien Chazelle. Mucho color, mucho ritmo, mucha música, muchos bailes, mucha fantasía... Es excesiva. Es genial. 

La película, que ha enamorado a los críticos, es, no necesariamente por este orden, un canto de amor al cine clásico, una revisión (quizá resurrección) del genero musical, una tierna historia de amor, una llamada a mantener viva la ilusión y a perseguir los sueños, un homenaje a la ciudad de Los Ángeles, un espectáculo visual extraordinario y un concierto de jazz de dos horas. Es un musical puro, no enmascarado. No es que la música juegue un papel importante en el filme, no. Es un musical de los de antes. De los que detienen la acción para incluir coreografías y canciones, de los que cuentan la historia a través de la música. 



No está libre de defectos. Sobre todo, un bache en el que cae a mitad de película, cuando decae algo el frenético ritmo con el que comienza el filme. Pero pesan mucho más en la balanza sus virtudes, como el hermoso elogio a los soñadores que incluye el filme, y tantas escenas hermosas de la relación de Mia (Emma Stonne) y Sebastian (Ryan Gosling). Ella, una aspirante a actriz que lleva seis años de casting en casting sin encontrar la oportunidad que persigue en Los Ángeles, mientras trabaja en una cafetería dentro de los estudios, donde ve pasar a diario a las grandes estrellas de Hollywood. Él, un purista del jazz, un pianista convencido a montar su propia sala de jazz clásico, para mantener viva la llama de ese estilo musical que tanto le apasiona. Ambos se encuentra en el momento justo, se apoyan mutuamente, se inspiran, se estimulan. Y llenan la pantalla de una química fuera de lo normal, con unas interpretaciones (incluido el baile y el canto) de esas que marcan una carrera. 

Detrás de La la Land se observa una pasión desmedida por parte de su director. Y eso siempre es de agradecer. Visto su anterior trabajo, la excepcional y perturbadora, a partes iguales, Whiplash, parece clara la idea del director sobre las renuncias y los sacrificios de toda creación artística. Damien Chazelle tiene 31 años. Hay que tener mucho talento para idear una película como su anterior trabajo y mucha personalidad y confianza en uno mismo para lanzase sin red a recuperar el género musical clásico, sin complejos, y fiel a sí mismo y a su forma de ver el cine. Definitivamente es alguien a seguir. 

Invita el filme a soñar, a aferrarse a las ilusiones. Plantea también interesantes disyuntivas y dilemas Habla de la añoranza del pasado, del contraste entre deseo y realidad, entre la trampa de la melancolía y la ilusión por construir un futuro distinto. Plantea la idea de cómo los sueños profesionales pueden no ir de la mano con los personales. Hace reflexionar sobre el concepto de éxito, y compone una carta de amor, un tratado vital alegre y ligero, pero con más profundidad de la que puede parecer a primera vista, que sirve igual para el jazz, para el cine y para casi cualquier otro cosa en la vida

Visualmente, la cinta es insuperable. Sobre todo, cuando echa a volar la imaginación y se adueña de ella la pura fantasía. Y entonces todo es posible, nada desentona, nada chirría. Es pura magia, la del cine clásico, esa que transmite ilusiones a los espectadores. El primer tramo del filme es brillante, impecable, arrollador. Deja sin respiración. Hay un pequeño bache a la mitad, pero se supera pronto. El final no convencerá a todos (a mí, por ejemplo). La película a veces se contradice, se rebate,o se matiza a sí misma. Se vuelve más compleja. Pero, en el fondo, queda el recuerdo nostálgico, la reivindicación de las pasiones, del arte, de todo lo que no es práctico ni material, pero da sentido a la vida. La vitalidad desbordante de la historia de amor entre Mia y Sebastian. Como todo buen musical, deja varios temas memorables, de esos que uno escuchará en bucle durante varias semanas, como A lovely night, Another Day of Sun, The Fools who dream o, por supuesto, City of Stars

Encuentro cierto paralelismo de La la Land con dos obras más o menos recientes, aunque es superior a ambas. Son Begin Again, por el empleo de la música y, sobre todo, por el planteamiento inicial (dos personas del mundo del arte en horas bajas ate se encuentren e inspiran en el momento exacto) y Café Society, por lo que tiene de nostálgica y vitalista a la vez a la hora de narrar una historia de amor de las que ocurren una vez en la vida (qué es la nostalgia si no recordar con cariño cuando se fue feliz, cuando todo lo podía el deseo). En realidad, la historia contada, dos artistas en el comienzo de sus carreras, luchando contra las decepciones y batallando por sus sueños, ha sido mil veces vista. No se puede decir que La la Land haga algo que no se haya hecho ya antes. Pero el resultado conjunto es maravilloso por  la forma en la que está rodada (con las escenas de baile en plano secuencia), el color del filme, su vitalidad, su energía y las excelsas interpretaciones.  

"¿Por qué utilizas la palabra romántico como si fuera un insulto?", plantea Sebastian (Ryan Gosling) en un momento del filme. Y en esa frase cabe resumir bien todo el espíritu de la película. De reivindicar lo fantasioso, los sueños, las ilusiones, el romanticismo, de contraponerlo al realismo, el de pagar las facturas y vivir con los pies en el suelo. Recuerda el filme a una frase de Ernest Hemingway, quien escribió en su libro de memorias sobre su juventud en París, cuando estaba en ciernes su carrera literaria, que allí fue "muy pobre y muy feliz". Como Mia y Sebastian labrándose un futuro en Los Ángeles en La la Land, que parece, sin discusión posible, la película del año, cuyo embrujo generalizado es similar al provocado hace años por la francesa The Artist, por lo que tiene de homenaje al cine. Un buen lugar donde cobijarse de la a veces asfixiante y desagradable realidad, sobre todo estos tiempos en Estados Unidos, donde quedan sólo unos días para que su presidente (elegido por ellos, claro) sea un patán de barra de bar. 

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